jueves, 25 de marzo de 2010

El Escolta (XXI)

Velantias conocía el miedo. Era esa garra gélida e irracional que se cerraba sobre el corazón, aceleraba la sangre y disparaba los sentidos cuando el instinto silbaba y advertía de lo que estaba por llegar, aunque aún fuera inescrutable para la razón. Desconocía por qué oscuro motivo habían querido mantenerle fuera, pero desconfiaba de aquellos sacerdotes. Nunca le había gustado Coreldin, que había mentido al custodio con anterioridad. El corazón le martilleaba violentamente en el pecho cuando empujó los batientes, dispuesto a correr hacia el interior de la torre.

- ¡Allure!

La puerta se abrió desde el interior, y Coreldin y el anciano de la cabeza afeitada aparecieron ante sus ojos, tranquilos y calmados.

- Marchaos
- ¿Qué? - Escuchaba ruidos arriba. Pasos precipitados y gemidos ahogados - ¿Qué demonios pasa? ¡Salid del camino!
- ¡Velantias! - Le llegó su voz desde las alturas, de nuevo golpes. Un grito desesperado.
- ¡Allure!
- ¡Cogedle!

Empujó a los ancianos sin miramientos y trató de alcanzar la escalera de caracol. En la parte superior, la figura del Custodio apareció, con el rostro desencajado y la toga torcida, aferrado a la barandilla mientras trataba de descender. Un grupo de monjes silenciosos se interponía entre los dos, ocupando el espacio de ascenso, unos empujando al Custodio hacia arriba, con firmeza paternal, otros cuadrándose, silenciosos, delante de Velantias, impidiéndole el paso, sin esgrimir ninguna clase de violencia. Uno de ellos tenía una contusión en el ojo.

- ¡Que estáis haciendo! ¡Quitad de enmedio!

Trató de empujarles, pero los malditos monjes, impasibles, permanecían firmes haciendo un muro con sus cuerpos. Tendría que golpearles si quería quitarles de enmedio, o atacarles con el arma. "Dioses. Por Belore. Que demonios. Qué coño es esto". Volvió a gritar su nombre. De nuevo, Allure apareció por la escalera, forcejeando y trastabillando, con los ojos fijos en los suyos. Se removió inquieto y cargó con su corpulencia hacia los monjes, mientras el chico extendía las manos hacia él.

- ¡Velantias! ¡No te vayas! ¡No te vayas!
- ¡No me voy! ¡Estoy aquí!

Los siervos le empujaron, y seis manos blancas agarraron a Allure cuando había conseguido llegar a la mitad de la escalera. Tiraban de él hacia arriba, arrastrándole. Su rostro de dientes apretados, con expresión herida y asustada, se le clavó como una saeta amarga que le cortó la respiración. El chico forcejeaba y les golpeaba, rabioso, tratando de escapar y alcanzarle. Los dedos se alargaban, crispados, en una llamada desesperada por tocarle. Velantias llevó la mano a la empuñadura del arma, gruñendo, con el zumbido iracundo llenándole los oídos, galopando en sus sienes, mientras arrastraban al muchacho con la toga enredada en los tobillos. Y desenvainó, poniendo la espada delante suya, con el filo reluciente apuntando al pecho del primer monje.

- Apartaos. Ahora. - ordenó con voz clara y decidida.

Los monjes no se movieron, y las palabras de Coreldin resonaron en la torre.

- ¿No veis lo que estáis provocando, Custodio Allure? - exclamó - Dejad de oponer resistencia. Este guerrero está dispuesto a manchar su hoja con sangre inocente por vos, por vuestra testarudez.

"Pero serás cabrón". Velantias se volvió un instante hacia el viejo sacerdote, tenso y alerta.

- ¿No veis lo que estáis haciendo? Ya habéis matado a un elfo. ¿Cuántos más han de morir por vuestros caprichos?
- ¡Cerrad el pico!¡Exijo saber qué está pasando aquí! - bramó Velantias.

Allure había quedado inmóvil, golpeado por las palabras de Coreldin. Sus dedos se aferraban a la barandilla, pero los monjes habían dejado de tirar de él, y la mirada clara se apagó cuando se encontró con la del escolta, su rostro palideció y las mejillas se cubrieron con el resplandor de las lágrimas. Tenía el cabello revuelto y la toga rota. "No te hundas", pensó él, tenso, con la espada empuñada, meneando la cabeza y sin apartar la vista del chico.

- Vuestra presencia ya no es necesaria en la Torre Blanca, sir Auranath - dijo Coreldin. - Nosotros nos quedaremos para proteger al Custodio y al Orbe, e intentaremos que el desgraciado accidente con el Jinete del Sol no llegue a los oídos del pueblo. Oficialmente, el Jinete del Sol sigue vivo y es el escolta de Allure, por ahora. Confiamos en vuestra discreción.
- ¿Qué? ¿Estáis locos? ¡De ninguna manera!
- Marchaos - insistió el monje de la cabeza afeitada.
- Obligadme

Apenas podía respirar. Tenía que haber alguna manera de trepar hasta ahí arriba. Se llevaría por delante a quien hiciera falta, lo que esa gente estaba haciendo... "Despreciables cabrones". Allure parpadeó y se limpió las lágrimas. De nuevo la tristeza y la angustia se dibujaron en su semblante cuando se incorporó, sollozando aún, y se sacudió las manos de los monjes de encima.

- Guarda el arma, Velantias, te lo ruego

Solo había sido un susurro, pero lo había escuchado.

- Y una mierda. ¿Qué te van a hacer?
- No te preocupes, no pueden hacerme nada - se inclinó sobre la barandilla, frunciendo levemente el ceño y pasándose las manos por los ojos una y otra vez. Allure mantenía el tipo para decir que había matado a un hombre, pero no era capaz de permanecer impasible ahora, y al verlo y saber el motivo, Velantias creyó que se le habían congelado los pulmones. - No te preocupes. Te prometo que no me va a pasar nada. Solo quieren que me quede y sea el Custodio, como antes, como siempre.
- Bien, pues nos quedamos, si es lo que quieres. Pero nos quedamos LOS DOS.

Coreldin se había callado. Los monjes estaban inmóviles, y Velantias aún tenía la espada desenfundada, respirando afanosamente a causa de la brutal tensión.

- Será lo que tu quieras, Allure. ¿Me oyes? - gritó de nuevo, deslizando la mirada alerta sobre los criados vestidos de blanco, inmóviles y apiñados como un ejército sin alma - ¡Lo que tú quieras!
- No puede ser lo que yo quiero. - Le tembló la voz.
- Decídselo, Custodio - insistió el anciano de la cabeza afeitada.

El chico apretó los dientes y se inclinó en una mueca de dolor. Negó con la cabeza y gruñó al sacerdote.

- No pienso hacerlo.
- Decidle que se vaya, Custodio.
- Ya lo ha hecho otras veces - replicó Velantias, sin guardar el arma - y aquí sigo.

Se estremeció cuando una mano huesuda se depositó sobre su hombro, un aroma a incienso cubrió sus sentidos, y el anciano del cayado se inclinó hacia su oído. Su voz era triste, y le pareció veraz y sincera, dolorida, cuando pronunció las palabras en tono ronco y suave, pero extrañamente claro.

- Antes no era lo mejor. Ahora no tenéis opción, por el momento.

"No"

Cerró los ojos y tomó aire, tratando de sosegar el torbellino de su interior, las violentas llamaradas de ira y pánico que le estremecían. Cuando volvió a abrirlos, Allure había dejado de llorar y le observaba con aquella expresión que conocía, la resignación triste de siempre. Parecía recorrer sus rasgos como si quisiera memorizarlos, grabárselos en el corazón, y cuando le vio temblar y agarrarse a la barandilla, parpadeando y mordiéndose el labio inferior como si luchara contra algo demasiado fuerte, supo que el anciano tenía razón.

No supo de dónde sacó el valor, pero se irguió y enfundó el arma, sin apartar la mirada del chico.

- Escúchame bien. Aunque no esté aquí nunca me habré ido, ¿de acuerdo?. Voy a estar siempre. Eres real. ¿Lo entiendes, Allure? Eres real. Ambos lo somos.

Desgranó cada palabra con claridad, mirándole fijamente para asegurarse de que las comprendía, anudando el violento desgarro que zahería su alma en aquel instante y manteniéndose firme y templado. "Belore, haz que lo sepa. Haz que no lo olvide... que siempre lo recuerde. Que sea consciente de todo... de lo que es, de que es amado". Allure asintió con la cabeza y le pareció ver un destello vívido en su mirada, cálido y esperanzado. Asintió a su vez.

Jamás había sido capaz, nunca con él. Tampoco el chico. Inmóviles, se miraban. Y el Custodio, que sabía bien que algunas cosas sólo se rompen con violencia, se incorporó y se arrojó de nuevo hacia él, obligando a los monjes a que de nuevo le arrastraran, tirándole de los brazos y la toga. Coreldin volvió a exclamar algo cruel con voz paternal, los elfos de las togas blancas se relajaron al pie de la escalera, y la mano huesuda del Venerable Iorun se mantuvo sobre su hombro hasta el final.

Hasta que el rostro sereno de Allure desapareció al girar la escalera arrastrado por sus sirvientes mudos, con un destello de mirada celeste entre los cabellos rubios y alborotados, con la túnica enredándose en los tobillos y una promesa silenciosa en sus ojos claros.

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