lunes, 22 de marzo de 2010

El Escolta (XIII)

- Es difícil de explicar.

Velantias asintió. Imaginaba que debía serlo, fuera lo que fuese, a juzgar por la reacción del muchacho, que de nuevo parecía pálido y triste. Le apartó de sí con cuidado, le tomó de la mano y le guió hacia uno de los divanes de la habitación. Allure mantenía la cabeza gacha. La luz del sol se colaba por la ventana de su estancia, que ahora siempre estaba abierta, tamizada por las nubes plomizas de la tormenta otoñal. Tomaron asiento el uno junto al otro, y tras un rato de silencio, el custodio alzó la mirada a sus ojos. Le pareció percibir un leve apretón sobre sus dedos.

- Casi era un niño cuando nos conocimos, siempre estaba conmigo - empezó el joven con voz suave y expresión indescifrable - decíamos que sería mi guardián... que él siempre me protegería... era mayor que yo pero aun así siempre estábamos juntos.

Velantias asintió, escuchándole, y tragándose a bocanadas la saliva que se le antojaba amarga. Shorin no le gustaba, pero ahora, por algún motivo, menos aún. Allure parecía encontrar dificultades para hallar las palabras.

- Es muy difícil describirlo... con el tiempo no le gustaba que estuviera con nadie más. Que tuviera otros amigos, que nadie se acercara a mí. Al principio me agradaba esa posesividad, o el saber que él quería... que me quería... solo para él. Es tan confuso... - meneó la cabeza, pensativo - desaparecía largos días y si al volver no estaba preocupado, o me encontraba con alguien, se enfadaba. Era como si... como si yo tuviera que languidecer y sufrir sus ausencias prolongadas y sólo esperarle, lamentándome... sin nada más que él en mi mente.

Velantias escuchaba, sin soltarle la mano. Sabía que su espalda se había tensado. La saliva se le espesaba cada vez más, entendiendo sus palabras tanto como aquello que callaba. Habían sido amantes. Habían estado juntos. El Jinete del Sol le había tenido entre sus brazos, había probado sus labios, había tocado su piel, había estado en su interior, habían yacido, se habían tocado, desnudos, se habían... habían... "Dioses". La punzada de los celos era como sal en una herida abierta. Los ojos de Allure habían mirado a otro con adoración. Sus dedos se habían tendido hacia Shorin, casi podía verlo, le había querido, le amaba. O al menos le amaba entonces, en aquellos días. Miró al custodio, observando su semblante herido. Tenía que ser eso. ¿Qué otra cosa dolía tanto, aderezada con todo lo que ahora le estaba diciendo?

Recordó el día en que llegaron, la rotunda negativa del muchacho. "Shorin Jinete del Sol es mi escolta, yo le elegí". Recordó las palabras del rubio caballero y su mirada insidiosa. "No pienso pasar el resto de mis días con la única compañía de un aburrido devoto... más distracción que los balbuceos de ese chicuelo soñador... No gracias... prefiero esta vida, más cerca de los placeres terrenales que de las delicias celestiales, por apetitosas que éstas puedan ser". Eso había dicho el Jinete. "Hijo de puta". Casi podía escuchar el rechinar de sus propios dientes.

- Yo era muy joven... no sé. Creo que pensaba que las cosas tenían que ser así - prosiguió Allure, agarrándose a su mano con más firmeza. Había bajado la mirada. - No conocía nada más. No conocía a nadie más... yo... no sabía nada. Creía que así funcionaba esto. Una vez, cuando él no estaba, me hice amigo de un chico, un arcanista. Sólo éramos amigos. Cuando Shorin regresó, mi amigo desapareció, nunca volví a verle ni a tener noticias suyas...
- Ya veo

Allure parpadeó y le miró de nuevo. Velantias estaba aún masticando su rabia. Si le tuviera delante le partiría el cuello sin pensarlo, pero lo que más le preocupaba ahora era otra cosa.

- ¿Tienes miedo del Jinete del Sol?
- ... puede que... un poco - el custodio agitó la cabeza y le miró con una nota de desesperación en la voz - Tal y como te lo he contado quizá parece algo tonto, pero... pero es como una RED! No sé cómo decirlo. Es algo que no entiendo pero siempre... sé que siempre acabo haciendo lo que él quiere, sé que solo importa su capricho y que estoy atrapado y... que no puedo decírselo a nadie.
- Lo he entendido, no te alteres - replicó, suspirando y levantándole la barbilla con un dedo. - Lo he entendido. No es nada tonto. ¿No quieres verle más?

Hubo una larga pausa. Podía ver la lucha interior dentro del muchacho, cuánto le costaba desprenderse de las viejas costumbres, de algo que, era consciente, durante muchos años había sido lo único constante en su vida, lo único en lo que podía confiar, aunque no fuera algo bueno. Aquello de lo que creía depender, que había utilizado como grillete y como ornamento a un tiempo. No, Velantias tampoco podría explicar algo así con palabras, pero sabía de alguna manera a lo que se estaba refiriendo Allure con su relato.

- No quiero que venga - dijo finalmente, y los ojos azules, claros como el día, se le llenaron de lágrimas, fijos en los suyos. - No le quiero aquí. No le quiero a mi lado. No le quiero. No le quiero.

Velantias asintió y limpió su llanto con los dedos, le acarició los cabellos y el rostro, mientras el muchacho se deshacía en sollozos, liberándose como si una cadena invisible le hubiera retenido anclado a un tronco viejo, y ahora al fin pudiera decirlo y creerlo. Saberlo.

- No le quiero - repetía. - No le quiero. No le quiero.
- Si no le quieres, no te molestará - dijo él, peinándole con los dedos - Si no quieres que venga, no le dejaremos entrar. Será lo que tú quieras, Allure... sólo lo que quieras tú.

El chico levantó el rostro, las arrugas de su frente desaparecieron y las mejillas húmedas recuperaron parte de su color sonrosado. Sintió cómo él le observaba, como si le viera por primera vez. Cómo se había bebido sus palabras y ahora le miraba, quizá tratando de ubicarle, quizá presa de alguna clase de sentimiento o emoción que el escolta no supo reconocer.

Y cuando Allure se lanzó a su cuello y le abrazó con una fuerza mucho mayor de la que acostumbraba, supo que en parte era gratitud lo que movía al chico en aquel instante, pero el palpitar descontrolado de su corazón y el llanto que se reanudaba, su respiración ahogada, le obligaron a contenerse de nuevo. Algunas palabras parecían querer abrirse paso entre sus labios, le quemaban en la punta de la lengua, gritando en el silencio al que él las condenaba. Le devolvió el abrazo y hundió el rostro en su cuello, sumergiéndose en la cabellera perfumada.

No quería decirlo ahora. No cuando los celos y la envidia aún coleaban en su garganta. Cuando lo hiciera, sería como tenía que ser.

1 comentario:

  1. Aaaaaaaaaah!

    Dile que le amaaaaaaaaaaaas!!

    Genial, como todos! es adictivo!

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