martes, 30 de marzo de 2010

Sueños prohibidos



Starring: Lazhar y Kalervo.


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Aldea Cazasombras - Desolace

Desde la estrecha hamaca, recostado, contemplaba al muchacho. Mantenía el ceño fruncido y esa actitud de guardia severo que tan natural le resultaba, hasta el punto de ser casi su estado habitual en cuanto notaba que las cosas no iban bien. El viento traía el aroma a sal del mar, la noche estrellada canturreaba con el murmullo del aire en las hojas, el rumor de las olas y el canto de los grillos y las lechuzas. El poblado trol estaba en calma, y Lazhar vigilaba al pequeño mago, que dormía como un cachorrito, con las manos atadas a un poste y el semblante angelical.


"Demonios"


Suspiró y miró a otra parte cuando el chico se removió. La camisa del jovencito se abrió un poco y una porción del pecho pálido, destellante, se mostró por un momento, al tiempo que la fragancia dulzona le cosquilleaba en la nariz al agitarse en sueños el cuerpecillo flexible de Kalervo.


Se había plantado, horas antes, delante suya. Con las cuerdas anudadas en las muñecas, le pidió que le sujetara al poste, batiendo las negras pestañas y hablando con la débil voz infantil. "Así puedes dormir mejor esta noche", le había dicho "y no podré andar dormido. Ya es hora de que descanses tu también". En los últimos tiempos, el joven conjurador había tenido accesos de sonambulismo, que preocupaban bastante al paladín. Por eso pasaba las noches en vela, vigilando que no se moviese del sitio. Lo de las cuerdas parecía una buena solución y no encontraba justificación para negarse, asi que había accedido a su petición, pero sin embargo, no pegaba ojo. "Tengo que cuidar de él. Tengo que vigilarle", se decía. Y le miraba.


- Lazhar... - murmuró el chico, sin despertarse, removiéndose de nuevo. - Lazhar... sálvame...


"¡¡¡DEMONIOS!!!"


Apretó los dientes y tomó aire, intentando no escuchar el débil gemidito ambiguo y frotándose la nariz para arrancarse ese olor. Dulce, dulce, como azúcar caliente, almíbar y cerezas, caramelos, magdalenas y fresas con nata. Y al fondo esa chispa ácida, vibrante, del aroma peculiar de la magia. Apartó la mirada. Si el chico tenía una pesadilla, ya se le había pasado. Ahora sólo oía su suspiro y la lenta respiración.


Intentó relajarse. "El cielo. Mira el cielo. Oh, que bonito".


Era terriblemente consciente de la presencia del mago ahí, en la hamaca contigua, y por algún maldito hechizo se sentía incapaz de integrarla en el entorno sin que despuntara como lo único a lo que podía prestar atención. El cielo.


Se recostó hacia atrás y miró el cielo, intentando no pensar en nada, dejando que la vista se perdiera en las estrellas, en los resplandores blanquecinos y la envolvente negrura del firmamento nocturno... dejando pasar el tiempo, hasta que el tiempo perdió el sentido... dejándose llevar por la paz que parecía poder encontrar así, sin importar si eran minutos o eran horas las que lentamente transcurrían.


- Lazhar...


Casi dio un respingo, volviendo en sí. Le había quemado su aliento en el oído en aquel susurro. Se incorporó precipitadamente, le buscó con la mirada. El chico no estaba. Sobre la hamaca, las cuerdas pendían hacia el suelo, y ni rastro del arcanista. "¿Que? Es imposible. ¿Cómo se ha soltado?" Se puso de pie, en camisa y pantalones, y cogió la espada, mirando alrededor. Todo estaba vacío.


- Kevo... ¿donde estás? - llamó débilmente.


Las sombras se recortaban en la aldea cuando echó a andar en su busca, siguiendo diminutas huellas de pies descalzos en la arena. Los contornos de las chozas eran sinuosos y extraños, y el olor dulce, acaramelado, parecía impregnarlo todo, le secaba la boca y le agitaba el estómago.


- Aquí.


Dio un respingo y escuchó la conocida risita, infantil y contagiosa, mientras una sombra se escurría tras la loma y el ondear de los cabellos oscuros desaparecía en la pendiente de detrás, con el susurro débil de pisadas sobre la tierra.


- No es hora de jugar, Kevo. - murmuró, frunciendo el ceño, y saltó la loma para descender en su busca.
- Lazhar


Se dio la vuelta repentinamente. De nuevo el aliento quemándole el oído, la voz suave, el olor estallando muy cerca. El corazón le saltó en el pecho y giró sobre sí mismo, guardando el arma en el cinto y buscando, buscando, buscand...


Ahi estaban. Se topó con ellos. Los ojos azules, relucientes como fantásticas luciérnagas de color turquesa que le observaban, húmedos, entre el batir de las pestañas. Se le trabó el aire en la garganta, y el aroma a caramelos y magia le inundó los sentidos, mientras recorría su imagen con la mirada ávida. El pelo negro agitado por la brisa, la piel cremosa, salpicada de gotas ligeras que brillaban como diamantes sobre el torso. Llevaba la toga abierta y empapada, pegada al cuerpo ligero, marcando cada milímetro de su figura, desde los hombros de suave curva hasta la estrecha cintura de muchacha.


- Estás mojado - acertó a gruñir, presa del extraño embrujo que le dominaba.
- Me fui a dar un baño - dijo el chico sencillamente.
- ¿Vestido?


El mago parpadeó ruborizándose, y los dedos largos, blancos, se detuvieron sobre la pechera desatada de la toga con timidez. Dijo algo que Lazhar no llegó a entender, pues sus sentidos estaban capturados por el movimiento de los labios carnosos, delineados, rojizos y húmedos del chico, y asintió por inercia. Cuando escuchó el rumor pesado de la toga cayendo al suelo, el corazón le golpeó el pecho con fuerza y se le atoró la garganta como si alguien la apretara con una cizalla.


- ¿Qué haces? - El martilleo violento de la sangre en las venas le estaba enloqueciendo, y se sentía arder.


El chico sacó los pies con gracilidad, dejando la prenda aovillada sobre la arena y acercándose un paso a él. Los labios jugosos derramaban el aliento perfumado sobre los suyos, apenas a unos centímetros.


- Te dije que si me desnudaba y asentiste - le recordó, en un tono íntimo y prometedor, y a la vez, mimoso. Puso morritos - ¿No quieres?
- Si - susurró Lazhar, en un gruñido rasposo, contenido - Sí que quiero.


Se estaba volviendo loco. El aroma delicioso le hacía la boca agua, la figura desnuda desprendía un tenue frescor, como la menta, que le reclamaba a hundir los dientes en su carne, y su voz era un conjuro hipnótico del que no podía escapar. Había cerrado los ojos, y volvió a abrirlos cuando él le tomó la mano y guió sus dedos hacia su propio rostro, deslizándolos hasta la boca apetitosa, que se entreabrió con un suspiro. Entre las pestañas negras, el mago le miraba con una tentación latente en las pupilas brillantes, cargadas de intención. Tragando saliva, recorrió los labios suaves con las yemas y dejó que su índice se adentrara en la cálida cavidad donde moraba el aliento fragante. La lengua sinuosa del chico le acarició fugazmente y la saliva ungió su tacto.


- ¿No te gusto? - Preguntó de nuevo el arcanista, acercándose más. Los dedos de Lazhar descendían ahora por el cuello blanco. Se ahogaba en su propio incendio.
- Sí - respondió otra vez, en un resuello inaudible.


Las pestañas del muchacho le acariciaban las mejillas. Su boca estaba muy cerca, tanto que la tibieza de su respiración se condensaba sobre sus propios labios. Y el susurro volvió a quemarle la conciencia.


- ¿Cuánto?


No podía más. Se abalanzó sobre él y hundió la lengua en aquel pozo de dulzura caliente y húmeda, atrapó los labios con los dientes en una presa suave y le degustó a sus anchas, estrechando el cuerpo breve contra sí. Su desnudez le refrescaba la piel, al tiempo que le encendía con mayor virulencia. El gemido roto que dejó oír el muchacho, abandonándose a su abrazo, terminó de arrancar toda su contención, y recorrió la deliciosa cavidad a conciencia, empachándose de su sabor empalagoso y lamiendo cada recodo, enroscándose en un beso hambriento y agónico que le rompía en dos de tanto como avivaba su hambre.


Las manos rudas recorrían la espalda del mago, se fijaban en su cintura y se enredaban en su pelo. Los brazos ligeros le rodeaban el cuello, uno de los diminutos pies, suave y menudo, le acarició una pierna. Cuando se separó del beso, tomando aire como si no hubiera bastante, de algún modo estaba tendido sobre él en la arena.


- Kevo...


"Qué bonito es", acertó a pensar, consciente de la mirada suplicante de los ojos turquesa. El chico jadeaba suavemente, cimbreándose como un junco bajo su peso, y la suave anatomía brillaba bajo la luz de la luna y las estrellas con una blancura escultórica. De nuevo rozó sus labios con los dedos y dibujó cada arista de la pálida geografía, acariciando el pecho infantil y las costillas, el vientre terso y la perfecta hendidura del ombligo.


- Tócame más - pidió el maguito, observándole arrebatado. - Tócame con tus manos y tu boca, hasta que quedes saciado.
- Pero me estoy quemando - replicó él, sin que tuviera nada que ver.


Y de alguna manera, salió del agua. No era ya la arena, sino el océano, del que emergía con el muchacho sujeto entre los fuertes brazos, quien le cubría con su cabello chorreante, oscuro, y enredaba las piernas  en su cintura, las manos en su pelo rojo. El rostro del chico se contraía cuando se mordía los labios, entrecerrando los ojos y exhalando quedos gemidos. Bailaba y se movía, ascendiendo y descendiendo al compás de las olas, respirando precipitadamente, y Lazhar solo podía mirarle, extasiado, y aguantar cada delicioso envite con el que le acogía en sus entrañas, con los pies firmemente plantados en el lecho marino y la punzada violenta y eléctrica del deseo arrebatado.


- Lazhar...


Pronunciaba su nombre entre los gimoteos extasiados, entreabría los labios tentadores, pestañeaba, con el cabello sobre el rostro. Su cuerpecito mojado se escurría sobre el suyo, entibiando su piel, y la presa estrecha en la que Lazhar estaba atrapado se le antojaba demasiado. Ahogaba su sexo ardiente, lo absorbía hacia su interior con facilidad entre las aguas turbulentas, le atrapaba y liberaba una y otra vez, dejándose caer y alzándose de nuevo entre los cabellos agitados y los jadeos sordos. Demasiado calor, demasiado apretado, demasiado. Hundió los labios en su hombro, al borde del sollozo, mareado y sintiéndose morir.


- Apágame... apágame...


Abrió los ojos, dando un respingo y temblando como una hoja.


"Demonios, demonios, demonios y demonios"


Seguía siendo de noche. Ni estaba en el mar, ni las olas se agitaban, ni tenía a nadie entre sus brazos. Yacía en la hamaca, con el cabello pegado al rostro, mareado, ardiendo de una fiebre inexplicable y con un gran, enorme, increíble problema dentro de los pantalones. La aldea Cazasombras estaba iluminada por las antorchas, algunos trols dormitaban afuera y merodeaban en la planta baja. Parpadeó, pasándose las manos por el rostro. Arrancándose los jirones de aquel sueño aberrante y terrible.


Algo se movió en la hamaca contigua y observó al chico, maniatado al poste, durmiendo como un cachorrito con expresión infantil en el rostro sereno. El semblante de Lazhar se contrajo con una mueca dolorida y saltó de su lecho, abandonando la estancia para alejarse lo más posible del pobre arcanista, que dormía confiado y tranquilo mientras él, despreciable y sucio elfo, soñaba cosas... cosas... cosas ¡eróticas! con él.


"Soy un enfermo", pensó, mientras se encaminaba hacia la playa. Un baño frío y una buena dosis de actividad le limpiarían de aquella horrible sensación de suciedad que sentía sobre sí, viscosa y pegajosa. Y no solo en la entrepierna.

jueves, 25 de marzo de 2010

El Escolta (XXI)

Velantias conocía el miedo. Era esa garra gélida e irracional que se cerraba sobre el corazón, aceleraba la sangre y disparaba los sentidos cuando el instinto silbaba y advertía de lo que estaba por llegar, aunque aún fuera inescrutable para la razón. Desconocía por qué oscuro motivo habían querido mantenerle fuera, pero desconfiaba de aquellos sacerdotes. Nunca le había gustado Coreldin, que había mentido al custodio con anterioridad. El corazón le martilleaba violentamente en el pecho cuando empujó los batientes, dispuesto a correr hacia el interior de la torre.

- ¡Allure!

La puerta se abrió desde el interior, y Coreldin y el anciano de la cabeza afeitada aparecieron ante sus ojos, tranquilos y calmados.

- Marchaos
- ¿Qué? - Escuchaba ruidos arriba. Pasos precipitados y gemidos ahogados - ¿Qué demonios pasa? ¡Salid del camino!
- ¡Velantias! - Le llegó su voz desde las alturas, de nuevo golpes. Un grito desesperado.
- ¡Allure!
- ¡Cogedle!

Empujó a los ancianos sin miramientos y trató de alcanzar la escalera de caracol. En la parte superior, la figura del Custodio apareció, con el rostro desencajado y la toga torcida, aferrado a la barandilla mientras trataba de descender. Un grupo de monjes silenciosos se interponía entre los dos, ocupando el espacio de ascenso, unos empujando al Custodio hacia arriba, con firmeza paternal, otros cuadrándose, silenciosos, delante de Velantias, impidiéndole el paso, sin esgrimir ninguna clase de violencia. Uno de ellos tenía una contusión en el ojo.

- ¡Que estáis haciendo! ¡Quitad de enmedio!

Trató de empujarles, pero los malditos monjes, impasibles, permanecían firmes haciendo un muro con sus cuerpos. Tendría que golpearles si quería quitarles de enmedio, o atacarles con el arma. "Dioses. Por Belore. Que demonios. Qué coño es esto". Volvió a gritar su nombre. De nuevo, Allure apareció por la escalera, forcejeando y trastabillando, con los ojos fijos en los suyos. Se removió inquieto y cargó con su corpulencia hacia los monjes, mientras el chico extendía las manos hacia él.

- ¡Velantias! ¡No te vayas! ¡No te vayas!
- ¡No me voy! ¡Estoy aquí!

Los siervos le empujaron, y seis manos blancas agarraron a Allure cuando había conseguido llegar a la mitad de la escalera. Tiraban de él hacia arriba, arrastrándole. Su rostro de dientes apretados, con expresión herida y asustada, se le clavó como una saeta amarga que le cortó la respiración. El chico forcejeaba y les golpeaba, rabioso, tratando de escapar y alcanzarle. Los dedos se alargaban, crispados, en una llamada desesperada por tocarle. Velantias llevó la mano a la empuñadura del arma, gruñendo, con el zumbido iracundo llenándole los oídos, galopando en sus sienes, mientras arrastraban al muchacho con la toga enredada en los tobillos. Y desenvainó, poniendo la espada delante suya, con el filo reluciente apuntando al pecho del primer monje.

- Apartaos. Ahora. - ordenó con voz clara y decidida.

Los monjes no se movieron, y las palabras de Coreldin resonaron en la torre.

- ¿No veis lo que estáis provocando, Custodio Allure? - exclamó - Dejad de oponer resistencia. Este guerrero está dispuesto a manchar su hoja con sangre inocente por vos, por vuestra testarudez.

"Pero serás cabrón". Velantias se volvió un instante hacia el viejo sacerdote, tenso y alerta.

- ¿No veis lo que estáis haciendo? Ya habéis matado a un elfo. ¿Cuántos más han de morir por vuestros caprichos?
- ¡Cerrad el pico!¡Exijo saber qué está pasando aquí! - bramó Velantias.

Allure había quedado inmóvil, golpeado por las palabras de Coreldin. Sus dedos se aferraban a la barandilla, pero los monjes habían dejado de tirar de él, y la mirada clara se apagó cuando se encontró con la del escolta, su rostro palideció y las mejillas se cubrieron con el resplandor de las lágrimas. Tenía el cabello revuelto y la toga rota. "No te hundas", pensó él, tenso, con la espada empuñada, meneando la cabeza y sin apartar la vista del chico.

- Vuestra presencia ya no es necesaria en la Torre Blanca, sir Auranath - dijo Coreldin. - Nosotros nos quedaremos para proteger al Custodio y al Orbe, e intentaremos que el desgraciado accidente con el Jinete del Sol no llegue a los oídos del pueblo. Oficialmente, el Jinete del Sol sigue vivo y es el escolta de Allure, por ahora. Confiamos en vuestra discreción.
- ¿Qué? ¿Estáis locos? ¡De ninguna manera!
- Marchaos - insistió el monje de la cabeza afeitada.
- Obligadme

Apenas podía respirar. Tenía que haber alguna manera de trepar hasta ahí arriba. Se llevaría por delante a quien hiciera falta, lo que esa gente estaba haciendo... "Despreciables cabrones". Allure parpadeó y se limpió las lágrimas. De nuevo la tristeza y la angustia se dibujaron en su semblante cuando se incorporó, sollozando aún, y se sacudió las manos de los monjes de encima.

- Guarda el arma, Velantias, te lo ruego

Solo había sido un susurro, pero lo había escuchado.

- Y una mierda. ¿Qué te van a hacer?
- No te preocupes, no pueden hacerme nada - se inclinó sobre la barandilla, frunciendo levemente el ceño y pasándose las manos por los ojos una y otra vez. Allure mantenía el tipo para decir que había matado a un hombre, pero no era capaz de permanecer impasible ahora, y al verlo y saber el motivo, Velantias creyó que se le habían congelado los pulmones. - No te preocupes. Te prometo que no me va a pasar nada. Solo quieren que me quede y sea el Custodio, como antes, como siempre.
- Bien, pues nos quedamos, si es lo que quieres. Pero nos quedamos LOS DOS.

Coreldin se había callado. Los monjes estaban inmóviles, y Velantias aún tenía la espada desenfundada, respirando afanosamente a causa de la brutal tensión.

- Será lo que tu quieras, Allure. ¿Me oyes? - gritó de nuevo, deslizando la mirada alerta sobre los criados vestidos de blanco, inmóviles y apiñados como un ejército sin alma - ¡Lo que tú quieras!
- No puede ser lo que yo quiero. - Le tembló la voz.
- Decídselo, Custodio - insistió el anciano de la cabeza afeitada.

El chico apretó los dientes y se inclinó en una mueca de dolor. Negó con la cabeza y gruñó al sacerdote.

- No pienso hacerlo.
- Decidle que se vaya, Custodio.
- Ya lo ha hecho otras veces - replicó Velantias, sin guardar el arma - y aquí sigo.

Se estremeció cuando una mano huesuda se depositó sobre su hombro, un aroma a incienso cubrió sus sentidos, y el anciano del cayado se inclinó hacia su oído. Su voz era triste, y le pareció veraz y sincera, dolorida, cuando pronunció las palabras en tono ronco y suave, pero extrañamente claro.

- Antes no era lo mejor. Ahora no tenéis opción, por el momento.

"No"

Cerró los ojos y tomó aire, tratando de sosegar el torbellino de su interior, las violentas llamaradas de ira y pánico que le estremecían. Cuando volvió a abrirlos, Allure había dejado de llorar y le observaba con aquella expresión que conocía, la resignación triste de siempre. Parecía recorrer sus rasgos como si quisiera memorizarlos, grabárselos en el corazón, y cuando le vio temblar y agarrarse a la barandilla, parpadeando y mordiéndose el labio inferior como si luchara contra algo demasiado fuerte, supo que el anciano tenía razón.

No supo de dónde sacó el valor, pero se irguió y enfundó el arma, sin apartar la mirada del chico.

- Escúchame bien. Aunque no esté aquí nunca me habré ido, ¿de acuerdo?. Voy a estar siempre. Eres real. ¿Lo entiendes, Allure? Eres real. Ambos lo somos.

Desgranó cada palabra con claridad, mirándole fijamente para asegurarse de que las comprendía, anudando el violento desgarro que zahería su alma en aquel instante y manteniéndose firme y templado. "Belore, haz que lo sepa. Haz que no lo olvide... que siempre lo recuerde. Que sea consciente de todo... de lo que es, de que es amado". Allure asintió con la cabeza y le pareció ver un destello vívido en su mirada, cálido y esperanzado. Asintió a su vez.

Jamás había sido capaz, nunca con él. Tampoco el chico. Inmóviles, se miraban. Y el Custodio, que sabía bien que algunas cosas sólo se rompen con violencia, se incorporó y se arrojó de nuevo hacia él, obligando a los monjes a que de nuevo le arrastraran, tirándole de los brazos y la toga. Coreldin volvió a exclamar algo cruel con voz paternal, los elfos de las togas blancas se relajaron al pie de la escalera, y la mano huesuda del Venerable Iorun se mantuvo sobre su hombro hasta el final.

Hasta que el rostro sereno de Allure desapareció al girar la escalera arrastrado por sus sirvientes mudos, con un destello de mirada celeste entre los cabellos rubios y alborotados, con la túnica enredándose en los tobillos y una promesa silenciosa en sus ojos claros.

El Escolta (XX)

Una vez más, una barca en el muelle.

Velantias, enfundado en la armadura, permanecía sobre la escalera de acceso a la torre, unos pasos por detrás de Allure, que vestido con la toga blanca y con el cabello suelto, esperaba pacientemente a los ancianos. El día había amanecido despejado. Nadie había abierto la cúpula al amanecer, y permanecía cerrada desde la noche anterior, guardando al Orbe del Sol y al Jinete fallecido.

El Custodio no dejaba de sorprenderle con su aplomo. Se preguntaba ahora, mientras contemplaba a lo lejos las tres figuras encorvadas que se acercaban, si Coreldin y los otros dos sacerdotes eran conscientes de la clase de fuerza que tenía Allure o si también ellos le habían subestimado por su sensibilidad y frágil apariencia. Les observó, entrecerrando los ojos bajo el sol de la mañana, que hoy se manifestaba ardiente e impositivo tras los días tormentosos, arrancando destellos al mar y a la piedra blanca de la torre, y luego miró a Allure. Serio, severo, tranquilo y lleno de aplomo. No creía que lo fueran. Estaba seguro de que no lo eran.

Los Ancianos se inclinaron en una sumisa reverencia al llegar hasta ellos, con los rosarios al cuello y las togas de colores pálidos envolviendo sus cuerpos antiguos, que no marchitos. Coreldin estaba en el centro, con la cabellera canosa recogida en un copete alto y vestido de azul pálido. A su derecha, uno más bajito, al que recordaba del nombramiento, llevaba la cabeza afeitada y su túnica era verde y dorada. A la izquierda, el más alto de los tres era un sacerdote al que no conocía. Llevaba un cayado y parecía ciego, pues una venda le cubría los ojos. Su atuendo destellaba bajo el sol en tonos plateados y gris perla, y su piel era blanca y apergaminada, parecía agotado y quebradizo, y apenas se distinguía su respiración. Arqueó la ceja con curiosidad y miró a Allure de reojo, quien había perdido parte de su impasibilidad. Sus ojos estaban fijos en el misterioso elfo del cayado, con expresión reverente.

Se intercambiaron las bienvenidas de rigor.

- Saludos, noble custodio.
- Saludos, nobles ancianos - dijo el muchacho, acercándose unos pasos. Luego tomó la mano libre del ciego y se inclinó, hincando una rodilla y poniéndola sobre su frente - Gloria y eternidad a mi honorable predecesor.

Todos callaron mientras el anciano del cayado pasaba los dedos sobre la frente y el rostro de Allure, moviéndose con lentitud. Velantias sintió la tentación de acercarse y sostenerle, pues parecía que fuera a derrumbarse en cualquier momento, pero cuando le miró mejor, se dio cuenta de que aquel viejo tampoco era todo lo frágil que aparentaba. Su voz llegó como un susurro lento y quebrado, lejano.

- Hola, niño triste. Son... muy largos y vacíos tus días. Pero no todos.

Velantias parpadeó. Allure se estremeció visiblemente y siguió los movimientos del antiguo Custodio, que le indicaba que se incorporase. Los otros dos se miraron ante la extraña afirmación de su compañero, y Coreldin tomó la palabra, sin adelantar siquiera un pie.

- Acudimos a vuestro urgente llamamiento, señor de la Torre Blanca. El Venerable Iorun expresó su deseo de unirse a nosotros y venir a atender vuestra demanda, ofreciendo toda la ayuda que sus dones y experiencia puedan ofrecer.
- Mi gratitud es difícil de medir, Gran Venerable - murmuró Allure, que no había apartado los ojos de aquél - pues sois sabio y conocedor de grandes misterios.
- No más sabio que cualquiera que ha vivido tantos años - replicó Iorun, con una suave sonrisa cansada y dejando caer el peso en el cayado. - No más de lo que serás tú, hijo. Este lugar te hace sabio.

De nuevo todos callaron por largo rato. Velantias no se movió, firme e impasible, mientras contemplaba a las cuatro figuras reverenciables que tenía ante sí. Parecían lejanos, pertenecer a mundos muy diferentes a éste, casi ajenos a la brisa que soplaba, al chillido de las gaviotas y al refulgir del sol ardiente, que abrasaba como una antorcha a pesar del ambiente fresco del otoño. Cuando la voz de Allure rompió aquel sepulcral silencio, un escalofrío le recorrió la espalda.

- Shorin Jinete del Sol yace muerto en la Cúpula del Orbe - dijo, pronunciando despacio, sin bajar la cabeza ni temblar su pulso. - Murió ayer, por mi mano, cuando llegó a este lugar sin ser llamado, con amenazas y hostilidad hacia mí y mi familia.

El escolta tragó saliva. Coreldin y el anciano de cabeza afeitada parpadearon, incrédulos, y le miraron de reojo. Velantias aguantó esa mirada con firmeza.

- ¿Cómo?

Allure no se movía. Los ojos celestes brillaban con claridad, su semblante estaba relajado y mantenía las manos cruzadas delante de su cuerpo, observando a sus contertulios con calma, esperando a que asimilaran lo que les estaba diciendo. De nuevo, Velantias no pudo más que admirar su aplomo y su honestidad. Coreldin abrió la boca y la cerró después. Sólo el Venerable parecía no verse afectado por aquella declaración.

- Shorin Jinete del Sol había rechazado servir como mi escolta. Velantias Auranath vino en su lugar, a pesar de que al principio no era mi deseo - prosiguió, desviando la mirada de uno a otro, como si quisiera asegurarse de que comprendían todo cuanto declaraba. - Sin embargo, hace siete días, Lord Farn Hojapresta, Señor de los Guardianes del Escudo Dorado, escribió a mi escolta comunicándole que quedaba relegado de su cargo, dado que yo había insistido constantemente en que fuera el Jinete del Sol quien ocupara ese lugar. Nunca escribí ninguna carta de queja al respecto de mi escolta, pues si bien no estaba conforme al principio, pronto cambió mi parecer al comprobar la diligencia con la que cumplía sus deberes.

Los ancianos escuchaban, con el ceño fruncido y la sorpresa pintada en el semblante. Al defensor le pareció que el ciego le estaba escrutando desde detrás de su venda de lino, pero se negó a dejarse intimidar por nada en aquel momento, e imitó el aplomo de Allure, quien prosiguió tras una breve pausa.

- Desconozco cómo manipuló los hechos el Jinete del Sol, pero finalmente se presentó aquí, y desoyendo mi petición de que se marchara, me amenazó con actuar contra mis hermanos y mis padres si no le permitía ocupar el lugar de Sir Auranath. Sabedor de que era capaz de actos terribles contra mí y los míos si no cedía a sus demandas, me negué a doblegarme a sus deseos y le abrí la garganta con una daga.
- ¿Podríamos ver el cuerpo? - dijo Coreldin. Allure asintió con la cabeza y se dirigieron hacia la puerta entreabierta. El anciano se giró hacia Velantias. - El Venerable Iorun no puede subir escaleras, sire. ¿Seríais tan amable de permanecer con él aquí?

El escolta miró a su señor.

- Mi lugar está con el Custodio actual, no con el viejo - espetó sin más, esperando las órdenes de Allure.

Le pareció que éste reprimía un amago de sonrisa y finalmente negó con la cabeza, batiendo las rubias pestañas.

- Quedaos con mi predecesor, por favor. Volveremos enseguida.

Velantias asintió a regañadientes y la puerta se cerró tras él. Una leve inquietud le recorrió la espina dorsal, sin motivo aparente, y se apoyó en los batientes, contemplando al anciano inmóvil. Él le sonrió. Se fijó en su perfecta dentadura y en los hermosos rasgos, esculpidos por la edad, y pensó que debía haber sido muy bello en otra época. Esa sonrisa era muy parecida a la de su ángel, y le arrancó un suspiro y un parpadeo, desviando la mirada.

- ¿Conocéis los secretos de la Torre Blanca y el Orbe del Sol, sire? - preguntó Iorun al cabo de largo rato. Velantias negó con la cabeza, y luego a viva voz, al darse cuenta de que no podría verle.
- Sólo soy un escolta. Creía que esas cosas estaban destinadas sólo a los sacerdotes y los custodios.

El viejo se movió hacia los escalones, ascendió varios peldaños, sentándose en el último y sujetando el cayado con una mano, suspirando y volviendo la cabeza en torno a sí con un gesto que parecía nostálgico.

- Cuando yo ocupaba esta torre, Raethys del Amanecer era mi escolta - comentó, con la voz quebrada y entrecortada, tosiendo un poco -  Jamás le hice tomar el voto de silencio. Veo que Allure tampoco te lo ha impuesto a ti.

Velantias se removió inquieto y se mordió el labio, con gesto de autocensura. Joder. Se había olvidado de ese detalle.

- No, señor - admitió, resignado - Sería de locos vivir aquí sin hablar con nadie durante el resto de su vida.
- ¿Qué hiciste cuando Allure asesinó al Jinete del Sol?

Arqueó la ceja y estrechó la mirada con suspicacia. Sus palabras sonaron seguras y cortantes.
- Proteger a mi señor.
- ¿Era él quien estaba en peligro?
- Siempre lo está - replicó de inmediato.

El anciano ladeó la cabeza y volvió a sonreír. Entonces Velantias se dio cuenta de lo que había pasado por alto, y una alarma instintiva se encendió en su interior, haciéndole apretar los puños.

- Eres sabio. El Custodio Allure eligió bien al decidir mantenerte a su lado.
- Y vos sois ágil - espetó, con un nudo de inquietud en la garganta.

El anciano sonrió de nuevo desde su lugar, sentado en el último escalón.

El Escolta (XIX)

- A veces es como si nada fuera real. Como si yo no lo fuera.

Hablaba en susurros, con la cabeza apoyada en el pecho del escolta, que le rodeaba con sus brazos entre las sábanas revueltas y húmedas. La ventana estaba abierta y el viento de la tormenta agitaba las cortinas. Velantias desprendía calor. Era una presencia vívida y poderosa que le envolvía, que le cubría con la calidez protectora de su cuerpo desnudo, aún con el aroma mezclado de ambos. Ninguno había dormido, y el amanecer llegaría, inexorable, antes o después, y les sorprendería despiertos. Los dedos ásperos caminaban con indolencia entre su espalda y su cabello, y él mantenía un brazo cruzado tras la nuca, con el pelo negro revuelto sobre los almohadones.

- Nunca he sido hasta que llegaste tú. Entonces descubrí quién era, y todo se volvió auténtico... como si un letargo de años tocara a su fin y despertase. Es... como si sólo pudiera existir de verdad cuando me miras, y todo lo demás sólo fuera una ilusión, en la que siempre estoy a punto de desaparecer.

Le rozó el pecho con los dedos, exhalando un tenue suspiro. No sabía por qué le contaba todo aquello, ni por qué destapaba así sus sentimientos, mirándose por dentro y mostrándole lo que veía. Percibía en su silencio la atención que prestaba a cada palabra, a sus movimientos y al tono de su voz, aunque sabía que en parte estaba divagando.

- Nunca me sentía completo. No era capaz de encontrarme... creo que por eso me inicié en el sacerdocio. La Luz de Belore es algo tan grande y tan intenso que tenía que poder llenarme, pensé. Eso creo... y lo hizo en buena parte. Me dio algo en lo que creer, algo real en lo que sustentarme.

Velantias se removió y tiró de las sábanas para taparle, ciñéndolas a su cuerpo. Se acurrucó contra él al sentir aquel gesto dadivoso y natural, buscando un contacto más pleno. Si pudiera hacer que le tocara en cada célula, se sentiría aún mejor. Inspiró su olor profundamente y suspiró de nuevo, antes de seguir hablando.

- Como si estuviera seco... o muerto. Y sin embargo, capaz de sentir empatía por todo el mundo, de percibir los sentimientos de todos sin que ninguno me pertenezca. De consolarles, de darles fe y protección, de sanarles y aconsejarles, pero sin cura ni consejo para mí. Puedo ponerme en la piel de los demás... sólo contigo me cuesta, porque sólo contigo mis propios sentimientos estallan, y no puedo mirar más allá. Me... confundes y pierdo el sentido de todo... sin control... sólo me siento vivo y real. Sólido.

Una mano ancha y rasposa se deslizó sobre su mejilla, curvándose al acariciarle con una suavidad inusitada. El latido sosegado del corazón de Velantias era un arrullo, pero no quería dormir. A pesar de la densa penumbra en la habitación del escolta, a pesar del canto del viento y el cansancio en sus músculos y su cuerpo, no quería dormir. Enlazó una pierna con la suya para tocarle más.

- No lo pude soportar. Cuando el Jinete del Sol dijo aquellas palabras, y habló de mis hermanos y mi madre, de repente lo supe. Creo que siempre lo he sabido. No acabaría nunca hasta que no acabara con él... haría daño a todos los que quiero, destruiría cada sueño y volvería a estrechar sus cadenas a mi alrededor. Antes no me importaba. Supongo que eso también me hacía sentir real de una manera enfermiza y por eso lo permití tanto tiempo.

Velantias se ladeó y le miró. Sus ojos relucían, se veían violetas en la penumbra, entre las pestañas negras. De pronto asemejaba ser mas joven, a pesar de la masculinidad de sus rasgos y el marcado carácter en su manera de fruncir el ceño con preocupación. Dejó que Allure reposara en su brazo y recorrió su rostro con los dedos. El custodio se estremeció y suspiró de nuevo, mirándole. Un nuevo estremecimiento, esta vez de rabia, le recorrió la columna.

- Supe que sería capaz de todo, pensé en ti... y no pensé más... él... hizo cosas horribles, Velantias
- Lo sé

Allure parpadeó y fue incapaz de disimular su sorpresa. Se acercó un poco más. El escolta mantenía el semblante relajado, la mirada enturbiada por una emoción cálida. No le soltaba. No dejaba de arroparle.

- ¿Lo sabes?
- Éramos compañeros hace tiempo. Nunca hubo pruebas de nada, pero siempre he tenido la sospecha de que estuvo detrás de muchos accidentes. - La voz de Velantias se ensombreció y se volvió un susurro, sus caricias más dulces. - También sé que... sedujo y manipuló a muchas damas para prosperar. Nunca hizo nada que no fuera por interés, creo.

El custodio asintió, no le extrañaba en absoluto. Y ya no le dolía.

- Sólo quería que desapareciese de mi vida. No pensé.
- No lo pienses ahora... no pienses en nada.
- Pero no puedo evitarlo...

El escolta giró sobre sí mismo y apoyó ambos codos a los lados de su rostro. La cabellera negra se derramó sobre su rostro, le cubrió como un cortinaje de aroma especiado y picante, y los ojos violetas le atraparon con una mirada vehemente y ruda, tan segura como una cadena de mitril.

- Yo si.

Las cortinas se agitaron con el viento rotundo, y le abrazó mientras hundía la lengua entre sus labios. Aún no se había disipado su sabor de su boca mientras lo revivía de nuevo con un beso intenso y sediento, el roce de sus dedos se volvió apasionado y prendió chispas adormecidas sobre su piel, que vibró y se abrió, respirando el tacto del escolta, absorbiendo su presencia como una esponja. En la oscuridad, se rindió a su calor y se diluyó en él, ondulando con suavidad bajo cada caricia y devolviéndolas con un anhelo que le dolía en el alma. "Estoy vivo", pensó, con los dientes de Velantias rozándole el cuello y escurriendo los pies sobre sus piernas. Era incapaz de entender cómo podía derramar tanta ternura sobre él al tiempo que le hacía arder de deseo... pero el escolta era ambas cosas, era muchas cosas, y todas eran buenas. Todas las necesitaba como el agua, y lo sabía.

La respiración se convirtió en un jadeo entrecortado, y las cortinas volvieron a agitarse. Dibujó los músculos de su espalda con los dedos, deslizando los labios contra los suyos entre los besos suaves y delicados, mirándole a través de las pestañas entrecerradas. "Estoy vivo". La anatomía fibrosa se tensó y onduló sobre él, y Allure le acogió en su interior exhalando un gemido de abandono, fijando la mirada en sus ojos, de nuevo al borde de las lágrimas.

- Eres real - suspiró el escolta sobre sus labios, y un beso profundo y sentido le privó del deseo incontrolable de responderle, de decirle entre el aliento trémulo lo que intentaba decirle ahora con el lenguaje de los cuerpos enredados.

Las cortinas se agitaron y golpearon la pared, una vez más, con la embestida imperativa del viento. El primer rayo del amanecer iluminó el cristal con una inusitada claridad, y las lágrimas empaparon de nuevo sus mejillas, mientras se aferraba a Velantias y se arqueaba para responder a sus impulsos deliciosos, que borraban una vez más la melancolía y el dolor y le llenaban como nada podía hacerlo. Murmuró su nombre una sola vez, mordiéndose los labios, enfebrecido y mareado entre sus manos, impotente y a la deriva, hundiéndose en el colchón y fluyendo en movimientos más amplios e intensos, marcándole el ritmo a su compañero.

Como una lanza de fuego que atravesaba su corazón, como el amanecer sobre todas las cosas, el escolta de nuevo borraba su dolor como el viento puro del invierno. Sollozó, y le mordió, clavándole las uñas en la espalda. Y al fin fue capaz de decirlo, dos palabras ahogadas que apenas surgieron atropelladas de su garganta, antes de que se rompiera en un gemido ahogado cuando la cama ya se quejaba y ambos estaban cubiertos de sudor, fundidos, palpitando en impulsos crecientes que confluían entre las respiraciones rotas. Supo que le había escuchado, porque su abrazo se volvió aún más apretado y balanceó las caderas, buscando la plena profundidad, sosteniéndole, sujetándole y llevándole más allá, donde nunca podría volver a dudar, donde su existencia era absoluta. Donde sería lo que ellos quisieran.

Y amaneció.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El Escolta (XVIII)

Los sirvientes mudos actuaron con la misma diligencia que empleaban para ilustrar los pergaminos y ejecutar las tareas domésticas a la hora de limpiar el cadáver y prepararlo para el velatorio. Shorin Jinete del Sol yacía perfumado y tranquilo sobre una larga cama con sábanas de seda, rodeado por altos cirios y con la luz dorada del Orbe bañándole suavemente, en el interior de la cúpula. Velantias guardaba la puerta, mientras el Custodio permanecía en el interior. Se había encerrado allí hacía horas, desde que terminaron de acicalar al fallecido y lo transportaron hacia la sala con forma de lágrima, y los monjes silenciosos se marcharon, mirando a su señor por encima del hombro con gesto asustado.

Nadie había visto lo que sucedió en la playa, pero de alguna manera, era como si todo el mundo lo supiera. Rehuían la mirada de Allure, de forma innecesaria, porque el semblante del Custodio era una máscara inexpresiva y ausente que sólo Velantias parecía capaz de romper cuando le enfrentaba a sí y a la realidad. Ahora, mientras guardaba la puerta, masticaba su fracaso. Había fallado. Se había fallado a sí mismo, a Allure y a todos.

Cambió el peso de pie, apoyando la espalda en la puerta cerrada, suspiró y dejó caer la cabeza hacia adelante. ¿Como no lo vio venir? ¿Por qué reaccionó tan tarde? Había notado el roce de la daga al escurrirse de su cinturón, pero cegado por la ira, solo pensaba en agarrar a Shorin Jinete del Sol y darle la paliza de su vida cuando formuló aquella amenaza aterradora. Y entonces vio brillar el arma, incrédulo, incapaz de concebir que Allure pudiera hacer algo como lo que había hecho. Incapaz de concebirlo. ¿Incapaz? ¿Acaso no había visto la desesperación en la mirada del chico, no en aquel momento, sino siempre? ¿No era acaso sabedor de la firmeza que era capaz de mantener para enfrentarse a todo lo que le superaba? Le conocía, por todos los infiernos, le conocía bien. Le había visto expulsar a los ancianos de la torre, la virulencia venenosa con la que reaccionaba cuando se enfadaba, la manera en la que sus emociones le dominaban y huía de ellas en una carrera hacia adelante, fuera la tristeza, la ira o la pasión que le desbordaba. Sabía que el custodio era una criatura sensible y compleja, pero había permanecido ciego al peligro que aquel muchacho entrañaba, especialmente para sí mismo. Los días de primavera y sueños tejidos le habían cegado.

"No he podido protegerle de sí mismo", admitió, con la lengua fría de la frustración lamiéndole por dentro.

Fijó la mirada en el balcón, al otro lado de la estancia, aún apoyado sobre la puerta cerrada. Aún le parecía verle allí, cubierto por la suave luminiscencia de la reliquia que flotaba en sus manos, bajo el amparo de estrellas enjoyadas en una noche mágica y etérea. Un nudo de angustia se enredó en su garganta. No sabía cómo devolverle ahora la felicidad. No sabía si podría rescatarle del yermo paraje al que descendía su alma después de lo que había sucedido. Velantias conocía el camino de la muerte, pues su vida anterior había estado llena de ella. Soldado y defensor, se había visto obligado a cercenar vidas para proteger otras, ya fueran trols, asesinos, emboscadores, delincuentes o combatientes rebeldes. Cada uno era un acto imborrable que dejaba su huella en el espíritu, que debía fortalecerse y seguir adelante o sucumbir a la crudeza de los actos de los vivos. Allure no era ningún endeble, había quedado más que demostrado. Pero no estaba seguro de que pudiera portar sobre sí la mácula de aquel acto atroz, no sin dejar de ser quien era.

Tragó saliva con fuerza y parpadeó para contener las lágrimas insidiosas que acudían en torrente, las ató y las retuvo, negándose a liberarlas al sentir movimiento detrás de la puerta. Se hizo a un lado y la blanca figura del custodio cabizbajo apareció entre la penumbra, cerrando a su espalda. Allure se sostuvo contra la otra hoja de madera, sin mirarle. Estuvieron en silencio largo rato, inmóviles, apenas separados por unos centímetros que a Velantias se le antojaban como un abismo infranqueable, tanto como el silencio.

- Se han enviado mensajes urgentes a los ancianos - dijo finalmente el muchacho, en un débil susurro. - Imagino que estarán aquí mañana.
- ¿Qué haremos cuando lleguen?
- Les contaré lo que ha sucedido. Todo... lo que hay que contar, sobre el Jinete del Sol.

Velantias le miró de reojo. Le había juzgado mal. No era miedo lo que vio aquel día en el nombramiento, no era un joven impotente ni desvalido. Lo que habitaba en él era sólo tristeza. La tristeza de aquel que tiene que hacer lo que hay que hacer, como si sólo él fuera consciente del precio de cada cosa, del peso de cada minuto. No estaba asustado, sólo triste y resignado, como antaño.

- ¿Qué crees que va a pasar?
- No lo sé.

Asintió. Él tampoco. No tenía ni idea de lo que iba a suceder. Allure ya no lloraba, tenía los ojos enrojecidos, el rostro pálido y los labios blancos. Las trenzas rubias le caían sobre los hombros en largos cordones enroscados, la mirada azul celeste parecía desvaída y hueca. Le vino a la cabeza la imagen de Shorin, muerto y arreglado sobre el camastro antes de que le introdujeran en la sala del Orbe, y se sobresaltó, jadeando. La palidez de los muertos, para el custodio, nunca. Le traería de vuelta a toda costa.
Quebró el espacio que les separaba, tirando de su muñeca con demasiada violencia, y le arrastró hacia el balcón, cerrando las cortinas y la puerta acristalada tras ellos. El muchacho trastabilló y se sujetó a la balaustrada, mirándole, sorprendido.

- ¿Qué...qué haces?
- Vuelve - ordenó, con el corazón golpeándole en el pecho y el latido desbocado en las sienes.
- ¿Qué? ¿Qué quieres dec...?
- No desaparezcas. No desaparezcas, nunca.

El custodio parpadeó, entreabriendo los labios. Los ojos claros se enturbiaron con una pátina de dolor.

- ¿Cómo sabes que me siento así? - murmuró apenas, aferrándose de espaldas a la barandilla. - Como si fuera a desaparecer... es... eso exactamente. ¿Cómo lo has sabido?

Velantias se acercó en dos zancadas y le tiró de los brazos, alejándole de la balconada y el abismo que se abría hasta el acantilado. ¿Que cómo lo sabía? Claro que lo sabía. Podía sentir cada maldito sorbo amargo que el muchacho empujaba por su garganta, podía sentir cada fibra de su dolor, cada atisbo del vacío que se hacía un hueco en su interior. Le atrajo hacia su cuerpo enfundado en la armadura, hundiendo los dedos en las trenzas perfumadas, le obligó a mirarle de nuevo.

- No importa lo que pase - dijo con voz ronca, incapaz de detener el torrente que se le llevaba por delante, sumergiéndose en la mirada clara y asombrada de Allure, buscándole, tratando de llegar hasta él - No importa nada, escúchame bien... venga lo que tenga que venir, no te hundas. No lo permitiré. Voy a velar por ti hasta el último día de mi vida. Así que no desaparezcas.

No sabía lo que estaba haciendo. Estaba actuando sin pensar, dejándose guiar por un instinto más poderoso que cualquier pensamiento racional. Y aun así, cada palabra le parecía sincera y veraz, la certeza más clara que nunca había tenido, más allá del deber o el orgullo. Le pareció entender entonces, vislumbrar quizá, el sentido de toda su vida. "He nacido para esto. Para ser tu escolta, y protegerte siempre". Le miró, en silencio. Aquello no podía decirlo, no con palabras.

- Lo que... lo que he hecho... - murmuró el muchacho, parpadeando. Su semblante ya no era la máscara de una sombra lejana, su dolor era claro ahora, cuando Velantias sentía cómo se quebraba el muchacho, abriéndose su corazón lentamente.
- Es algo terrible, sí.
- Habría atacado a mi familia... te habría atacado a tí... iba a hacerlo de nuevo - sollozó el custodio.
- Es algo terrible, pero no puedo juzgarte. - le cortó él - Ya basta. Está hecho. Ahora permanece conmigo, y no desaparezcas. Soportaremos esto, sea como sea.

Allure le miraba, incrédulo. Parecía no comprender. El rostro de marfil estaba bañado en lágrimas, y le contemplaba estremecido por los sollozos.

- Pero... lo que he hecho...
- No voy a dejarte solo, ¿entiendes? Y no importa lo que digas. Nada de lo que ha pasado tiene que ver con esto.
- Todo tiene que ver. ¡He matado a un hombre!
- Te quiero

No le dejó tiempo para sorprenderse, no permitió que pronunciara una sola palabra más. Se arrojó sobre sus labios y le estrechó con fuerza en un beso intenso, vibrante, que parecía romper todas las barreras y atravesar los espacios infinitos en su busca. Calcinó el abismo que se había abierto entre los dos, desterró todos sus prejuicios, abalanzándose hacia él empuñando la verdad más clara y brillante que nunca había conocido, la única que en ese intento desesperado podía hacer regresar a Allure del infierno en el que estaba a punto de poner el pie. Le besó como si nunca más fuera a poder hacerlo, como si en aquel beso tuviera la última oportunidad de mostrarle lo que era para él, lo que había llegado a ser y cuán terrible sería el mundo si su presencia languidecía. Le cubrió con su boca ardiente, y los labios fríos del custodio se encendieron y se templaron con su calor, el cuerpo tembloroso y sollozante se pegó al suyo en busca de refugio. Y los brazos suaves se enredaron detrás de su nuca, cuando Allure le estrechó entre las lágrimas, aferrándose a él como un náufrago a una tabla.

Sobre ellos, la noche estrellada de nuevo era el único testigo, y el firmamento contemplaba aquel beso como había contemplado tantos otros, meses atrás, cuando todo era perfecto y la primavera no parecía tener fin.

El Escolta (XVII)

Era un olor metálico y pegajoso, mas allá del aroma a salitre del océano, más penetrante que el perfume de Velantias. Le parecía saborearlo en su lengua, degustarlo en su paladar, creía que siempre, desde que tenía uso de razón, había estado pegado a él, camuflado por el humo del incienso, por los pétalos de las flores en primavera. El olor de la sangre.

"No se lo digas a nadie"

Hoyos profundos en la tierra verde. Un cadáver enterrado. Sangre. No había sido tan difícil... se lo había visto hacer a él aquella vez, cuando apuñaló en el cuello a Seronis, el arcanista, al encontrarles riendo juntos a la orilla del lago. Recordaba la mano de Shorin arrebatando la daga ligera de su cinturón y hundiéndola en el cuello del muchacho con absoluta indiferencia, limpiándola después en su toga blanca de monje y volviendo a enfundársela en el cinturón.

- No se lo digas a nadie.

Y un chico llorando, perplejo y asustado, un elfo cavando bajo la luz de las estrellas, enterrando el cuerpo muerto de Seronis, arrojándolo como un fardo a la tierra negra y abierta como una boca tenebrosa, más oscura que la noche primaveral.

- No puedes cambiarme por nadie - los ojos afilados del Jinete del Sol sobre él, la voz penetrante y peligrosa. - Este es el destino con el que marcas a aquellos con los que quieres sustituirme. Recuérdalo siempre, y nunca, nunca se lo digas a nadie. ¿Lo has entendido? ¿Entiendes lo que has hecho?

Noche estrellada, palabras pesadas como montañas, palabras que eran cadenas cerrándose en sus muñecas, sus tobillos y su alma. Las había roto, al volver de nuevo a él el olor de la sangre, profundo e intenso, metálico. El olor del acero. Había roto las cadenas, rompiéndose a sí mismo.

- ¿Entiendes lo que has hecho?

Parpadeó, volviendo en sí. Era la mirada azul oscuro, fija sobre él, conmocionada. Velantias le sostenía, sujetándole por los brazos. El cielo se cubría con nubes negras, el viento soplaba desde el norte trayendo el aroma a ozono de la tormenta próxima. Recorrió sus rasgos, emborronados a través de las lágrimas. Su escolta. Le había enseñado que las cosas podían ser buenas, sí. Le había mostrado la verdadera luz, nada que ver con una reliquia brillante encerrada en una torre. La curva de la mandíbula, las pestañas negras, los dientes apretados y el gesto severo y preocupado. Se le habían soltado algunos cabellos oscuros, que caían junto a su rostro esculpido. Velantias Auranath. Él sí cumplía sus compromisos, él le hacía feliz. ¿Podría hacerlo todavía? Desvió la vista.

- Allure, no. No - las manos rudas le tomaron la cara, le obligó a mirarle más de cerca, respirando afanosamente. - Mírame, habla. Dime por qué has hecho esto. ¿Entiendes lo que has hecho, ángel?
- No soy un ángel - murmuró.
- Lo eres. Por Belore, dime qué demonios estabas pensando. ¿Qué vamos a hacer ahora?
- Enterrar a un muerto.

Velantias parpadeó, observándole. Tristeza y desesperación en los ojos violetas, oscurecidos por las emociones encontradas, y una negativa rotunda.

- No.
- Le he matado.
- Esa no es tu voz. Hablas como un autómata, ni siquiera estás aquí. No te das cuenta de que estás llorando y temblando como una hoja.

Si, era verdad. Estaba llorando y temblaba. "No se lo digas a nadie". ¿Acaso era él como Shorin? No quería ser como Shorin. Sacudió la cabeza y se obligó a fijar la mirada en los ojos de su escolta, igual que aquel día durante el nombramiento, cuando no había ningún otro sitio al que mirar y el único lugar seguro era él. Velantias exhaló un suspiro de alivio, pero su semblante seguía lívido. Miró el cuerpo inerte sobre la arena, sobre el charco rojo y oscurecido, por encima del hombro de su compañero.

- Era un asesino - murmuró, con la voz entrecortada, mareándose y sintiéndose incapaz de controlar el temblor en sus extremidades - hizo cosas horribles... las habría hecho de nuevo, sin pestañear. ¿Ahora lo soy yo?
- No es momento de pensar en eso. Hay que avisar a los ancianos. Decirles lo que ha pasado. Tienes que contarlo todo, ¿me oyes?

Asintió, tambaleándose. Si, eso era lo que debía hacer, contarlo todo. Lo que nunca había dicho a nadie, lo que sólo había confesado a Velantias y mucho más, lo que él había hecho con sus manos. Se estremeció con una náusea y los brazos fuertes le sostuvieron. Se sujetó a él con manos temblorosas, decidido a mantenerse en pie, a seguir firme. Lo había perdido todo. Se había perdido a sí mismo. Levantó la mirada y vio la desolación en los ojos del escolta, y fue eso, más que todo lo demás, lo que hundió sus pies con firmeza en la tierra y le hizo plenamente consciente de lo que había sucedido, arrancándole un gemido ahogado y desatando su llanto, silencioso hasta entonces.

No eran las manchas oscuras que le empapaban la toga lo que le hacía sentirse sucio.

martes, 23 de marzo de 2010

El Escolta (XVI)

"Maldito cabrón"

Velantias no lo podía evitar. No le soportaba. Allí estaban los dos, de pie en las escaleras de la Torre Blanca, bajo el viento que soplaba con intensidad, aguardando a la figura vestida de plateada armadura que ahora saltaba de una barca con agilidad y elegancia, dejando caer los pies sobre la arena como si ésta tuviera que inclinarse en su presencia. No, no le costaba imaginarse a los finos granos con patitas y bracitos, haciendo una genuflexión todos al unísono y apartándose para dejar paso al glorioso y rutilante Shorin Jinete del Sol. "Con suerte, hasta el suelo se apartará a su paso y caerá a arder en los infiernos, desgraciado, capullo".

No podía evitarlo, estaba tenso. Tenso y crispado, con el ceño fruncido y la mandíbula prieta, la mano en la empuñadura y escuchando el rechinar de sus propios dientes. Miró de reojo a Allure, envidiando su aplomo. El custodio, con su túnica blanca ondeante y las trenzas derramándose sobre el hombro y colgándole hasta la cintura, permanecía impasible y tranquilo, observando a la figura lejana con una suerte de indiferente nostalgia, vieja y desvaída, que no parecía afectarle. Al percibir su mirada, se volvió un tanto hacia Velantias, sus ojos chispearon y le dedicó una sonrisa fugaz que le secó la garganta y le desacompasó los latidos del corazón. "Jódete, Shorin", habría querido gritar. "Me ha sonreído A MI". Carraspeó al darse cuenta de lo ridículo de aquel pensamiento, como si alguien pudiera haberlo leído en él, y volvió la vista hacia la playa.

Aquí estaba. Apenas unos pasos separaban al reputado defensor de ellos dos, y cada vez eran menos. La armadura impecable destellaba con la blanca plata de Menethil, los cabellos rubios peinados hacia atrás ondeaban a su espalda en un equilibrio perfecto, sin escaparse en mechones rebeldes ni estorbarle en el rostro, y los movimientos de porte natural, teñido con una dignidad sutil, eran flexibles y decididos. Petate al hombro, espada al cinto, escudo a la espalda, Shorin se detuvo al pie de la escalera, unió los talones, mostró una sonrisa ancha y convincente y se inclinó con levedad.

- Salve, Señor de la Torre Blanca. Saludos también a vos, Sir Velantias.

"Que te jodan", pensó, mientras trataba de hacer de su saludo marcial un gesto no desdeñoso. Allure hizo apenas un gesto magnánimo con la cabeza, y no sonrió, aunque tampoco parecía tenso ni enfadado.

- Saludos, Lord Jinete del Sol. Lamentamos que hayáis hecho este viaje para nada.

Velantias se removió un tanto, mirando de soslayo a Allure. El sacerdote no había dejado ni un instante a la cortesía, más allá del recibimiento. Recordó que también había sido así de claro en su caso, meses atrás. No, desde luego, su ángel no se andaba con rodeos. Se sintió orgulloso de él.

- Hum... vaya - el Jinete arqueó una ceja, ladeando la cabeza, y fijó su mirada en el Custodio - ¿Para nada? ¿Hay nuevas órdenes acaso, me he perdido algo?

Ojos de serpiente. Se escurrían de uno a otro, y aunque el rostro agraciado y viril del caballero permanecía sonriente, en esa mirada afilada había suspicacia y mucho veneno, que se encendía cuando se lamió los labios, mirando al joven Allure, y Velantias tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no saltar sobre él. El custodio en cambio, asintió y siguió hablando con voz inexpresiva pero respetuosa, sin moverse ni descender un solo escalón. Era el Señor de la Torre. Estaba por encima de todos, también de Shorin.

- Quizá me lo he perdido yo. No entiendo por qué Lord Farn Hojapresta os ha enviado, dado que ya tengo un escolta y cumple su trabajo con tal diligencia y perfección que es completamente inútil tener a uno más.

Bien. Eso le había llegado. Tenía que admitir que esas palabras habían llenado de un gozo enfermizo y retorcido su corazón, pero se limitó a mantener la vista sobre Shorin, que parpadeó, miró a Velantias, y luego a Allure, sonriendo a medias y arqueando la ceja.

- Vaya... hay que ver, milord, cuánto os ha cambiado el nombramiento.
- Gracias. Lo consideraré un cumplido. ¿Queréis una bendición antes de partir?
- No, no os molestéis, Noble Custodio. No voy a ir a ninguna parte.

Shorin dejó el petate sobre el suelo y miró alrededor, sacudiéndose las manos con indiferencia. Después, volvió el rostro hacia Allure, ya sin sonrisa, pero con una expresión de impaciencia y desdén que volvieron a encenderle la ira en las venas al Escolta. Medido, sin alterarse en absoluto, Allure respondió, irradiando esa seguridad en sí mismo que Velantias le había visto exhibir en otras ocasiones.

- Sí lo vais a hacer, Shorin Jinete del Sol. Nadie os quiere aquí - dijo, mirándole directamente a los ojos, sin que le temblara la voz. - Yo no os quiero aquí. Sir Velantias Auranath es mi escolta, y es el único escolta que tengo y el único que voy a tener. No tenéis permiso para entrar en la Torre Blanca, ni ahora ni nunca.

Dicho esto, se dio la vuelta y le hizo un gesto a Velantias, encaminándose hacia la puerta, dejando que el eco de sus palabras quedara como una caricia tras de sí. No pudo evitar mirarle con orgullo, era irresistible hacerlo después de haberle visto enfrentarse así al Jinete y darle la espalda de aquella manera. Mientras subían los escalones, Allure le devolvió la mirada. Y entonces habló el Jinete.

- Vuestros hermanos os envían recuerdos, Noble Custodio.

Los pies del chico se detuvieron en seco. Velantias apretó el puño sobre la espada. Una amenaza bien construida, Velantias lo sabía bien, se fabricaba escogiendo las palabras correctas con el tono adecuado, y no siempre una amenaza es violenta ni evidente. Pero él estaba especializado en garantizar la seguridad de los demás y sabía identificarlas a la perfección. Su sabor era inconfundible. Y aquello lo era. Se dio la vuelta y sus cabellos se agitaron, el hormigueo le recorrió la sangre y la ira martilleó en sus sienes. Vio la sonrisa gélida de Shorin, y le mantuvo la mirada, en silencio.

- Vuestra madre se encuentra bien, aunque con este tiempo y su frágil salud, podría caer enferma en cualquier momento. Está claro que no me necesitáis a vuestro lado, ya que... habéis, al parecer, encontrado a alguien mejor - prosiguió el Jinete, mirando a Velantias de arriba a abajo - así que al menos me encargaré del bienestar de vuestra familia. Es un trabajo que haré gratis y con sumo placer, en honor a lo que un día nos unió.

Allure permanecía de espaldas. Velantias le miró de reojo, y cuando se volvió y pasó a su lado, sintió el roce y el deslizarse de un objeto en su cinturón. El semblante del custodio era sereno y calmado, pero no se le escapó la nota de desesperación en su mirada. Estaba tan furioso que sólo podía mirar a Shorin, con la furia martilleando en su interior.

- De acuerdo, quédate - murmuró Allure, mecánicamente.

"¿Qué? No. ¿Qué hace?"

Le miró de reojo mientras alzaba un brazo para rodear el cuello de Shorin, que sonreía con una mueca triunfal y enlazaba su cintura, mirándole. Y Velantias vio el destello. Por un instante se preguntó si no estaba protegiendo a la persona equivocada, cuando tanteó el cinturón y supo que lo que faltaba en él era esa lengua plateada y afilada que el Custodio había clavado en el cuello del Jinete del Sol. Sólo un gesto. Como una caricia. Completando el movimiento con el que parecía abrazarle, le apuñaló una sola vez.

- ¡No!¡No, maldita sea!

Era él quien gritaba. La sangre, roja y espesa, manaba a borbotones, manchando la toga blanca. Corrió y apartó a Allure del sorprendido caballero, que se llevaba las manos bajo la oreja, donde la empuñadura asomaba como un insecto grotesco surgiendo de un cadáver, trastabillando y temblando, perplejo. Tiró del chico, enterrándole el rostro en su pecho, mirando con los ojos muy abiertos al Jinete del Sol, que dio dos pasos, extendió una mano y trató de desenvainar mientras una bocanada sanguinolenta manaba de sus labios, que sólo pronunciaban ahogados estertores.

Y Shorin Jinete del Sol se derrumbó sobre la arena, desangrándose ante su mirada, arrastrando consigo los jirones de un paraíso que ahora se convertía en cenizas, allí donde nada cambiaba, y todo estaba cambiando.

El Escolta (XV)

A dos días de la llegada de Shorin Jinete del Sol, éste brillaba con intensidad sobre las aguas espumosas, tiñendo el paisaje otoñal de una peculiar belleza. Las tormentas parecían darle tregua a la isla por algunas horas, las nubes se habían abierto y el mar resplandecía como un zafiro oscuro. El rumor de las olas era un eco constante, y lo único que podría estropear el estado de patético ensoñamiento en el que Velantias se veía envuelto en los últimos tiempos era la arena de la playa que se le metía por la ropa a causa del viento. Sin embargo, le importaba un carajo, se negaba a dejar que la picazón le estropeara el bienestar mientras tallaba sobre el tocón de madera con una navaja fina.

- Pues yo nunca he visto un trol

Allure se estaba desenredando el cabello con los dedos, aún húmedo. Había estado nadando, haciendo el payaso con las olas e insistiendo para que le acompañase, pero Velantias se había obligado a sí mismo a decirle que no, lo cual cosechó un gesto de burla en el rostro angelical del custodio y que Allure no perdiera la noción del tiempo dentro del mar, ni se alejara demasiado de la orilla. En el fondo había sido para bien.

- Tienes suerte - respondió Velantias, entrecerrando los ojos - Son brutales y salvajes, y muy grandes.
- ¿Mataste a muchos?
- A los que tuve que matar, ni más ni menos.
- Si yo fuera un trol y supiera que estás cerca para matarme, te prepararía una trampa rudimentaria con una pata de garragil al fuego como cebo. Seguro que caes - rió el chico, mirándole de soslayo con gesto travieso.
- Si tu fueras un trol, no me acercaría para matarte precisamente.

Allure sonrió de nuevo y le brillaron los ojos. Se acercó y asomó la nariz al trozo de madera, observándole con curiosidad.

- Qué bonito, es un pájaro.
- No debo hacerlo mal, si distingues lo que es - dijo Velantias, sonriéndole a su vez. El custodio negó con la cabeza.
- Que va, se te da muy bien.

Todo cambiaba, allí donde nada lo hacía, fluyendo con el ritmo sosegado de las olas. Velantias no era tan estúpido como para no darse cuenta ahora de los sutiles detalles, de la manera en la que el custodio le mostraba partes de él y de sí mismo en los roces casuales, en las actividades cotidianas, en las conversaciones a oscuras. "Te he descubierto a ti", le había dicho, y parecía que así era. Desde entonces, le estaba mimando, y ser consciente de ello le hacía sentirse extraño, a medida que comprendía que le agradaba que lo hiciera. Había hecho traer libros para él, aunque comentó casualmente que los había pedido por error, pero ya que estaban allí, bueno, que Velantias aprovechara para entretenerse un poco. Bajaba a las cocinas con frecuencia para ordenar que preparasen esto o aquello, después de haberle preguntado con cierto disimulo sobre sus preferencias culinarias. Se dejaba caer por sus habitaciones de cuando en cuando con excusas innecesarias que siempre terminaban con los dos conversando animadamente o alguna excursión a la playa. Y le hacía preguntas. Sobre su familia, sobre su vida, sobre lo que le gustaba, sobre su manera de pensar.

Ya Velantias le agradaba todo eso. Tanto como aquel repentino cambio de actitud, verle activo y alegre de nuevo, más que antes en realidad. Siempre le había parecido un ángel, ahora le resultaba más semejante a una divinidad de la juventud y la primavera eterna, sonriente y desenfadado, libre de los pesos aplastantes que parecía haber llevado hasta el momento. No sabía hasta qué punto era su influencia responsable de aquello, pero qué demonios. Adoraba a aquel chico, y adoraba verle así, brillando como un astro rey.

- Cuando era más joven, solía hacer tallas como estas a mis hermanos.
- A Thalion y Deneria - sonrió Allure - ¿Les escribes cartas ahora que estás aquí?
- No mucho, la verdad. No sé qué contarles... - se encogió de hombros y sopló sobre el ave de madera.
- Debes añorarles.

Lo pensó un momento, luego negó con suavidad.

- En realidad, no. Siempre hemos estado separados, desde que me uní al ejército y después, cuando entré al cuerpo de escoltas de Lord Farn Hojapresta ... bueno, siempre andaba de acá para allá.

Allure ladeó la cabeza, extrañado, pero no dijo nada más. Velantias carraspeó e hizo un gesto, parpadeando.

- Escucha, cuando llegue el Jinete del Sol... no tienes por qué verle ni hablar con él - dijo seguidamente, frunciendo el ceño - yo me encargo. Le diré que se largue y todo eso, si aún quieres que se vaya.
- Iré contigo, no pasa nada. Quiero que lo oiga de mis labios también.

Se removió y dejó la figurilla a un lado, fijando la mirada en su mirada clara con cierta sorpresa. La sonrisa franca le sorprendió aún más, casi tanto como las palabras que dijo a continuación, acercándose a él con delicadeza y rozándole los cabellos sueltos.

- No le tengo ningún miedo al Jinete del Sol. No te preocupes. No debes protegerme de mí mismo cuando nos encontremos con él.

El Escolta (XIV)

Así, nada había cambiado, y todo cambiaba de una manera natural, en parte imperceptible. Así era para Allure, como si las piezas de un mundo que nunca había entendido demasiado bien comenzaran a encajar lentamente gracias a la presencia de Velantias, que aquella tarde ya no se marchó, y estuvo a su lado todo el tiempo hasta la mañana siguiente.

El custodio estaba en el interior de la cúpula, dando vueltas alrededor del orbe que flotaba sobre un altar con la forma de una flor abierta de picudos pétalos. La estancia era una lágrima de piedra de paredes curvas que se unían en la cúspide, cubiertas de relieves hermosos y delicados con motivos vegetales. Vacía, a excepción del altar, diminutas esferas de pálido azul luminiscente la iluminaban como una noche estrellada, donde la reliquia era el sol. El sol de medianoche, solía pensar él. Pocas veces hasta entonces había utilizado el anillo para abrir la puerta de aquella habitación y quedarse a solas con el objeto que debía guardar y proteger de por vida, pero hoy le apetecía pensar y contemplar la dorada claridad. Y pensaba, caminando descalzo y arrastrando la toga, mientras perdía la mirada en aquella luz áurea y resplandeciente que flotaba y parecía cantar extrañas notas en el silencio. Recordaba, comprendiendo en qué momento, desde cuándo el amor se había convertido en mentira.

- Serás el Custodio del Orbe - le había dicho Shorin, deslizando los dedos por sus cabellos, húmedos de sudor, en una penumbra muy parecida a esta en la que ahora se encontraba - es una gran responsabilidad, y también un gran poder.
- ¿Poder? No creo que otorgue ningún poder guardar una reliquia... - había replicado él, arrugando la nariz con extrañeza.
- Sí, dicen que el Orbe garantiza la felicidad y la prosperidad de nuestro pueblo. Y que además, ninguna mentira puede ocultarse en su resplandor. Tiene la facultad de revelar todas las verdades. Quién sabe qué otras cosas pueden hacerse con él...

Los ojos de Shorin habían destellado entonces con un gesto ávido, y él había sonreído y le había empujado la nariz con un dedo.

- Eres demasiado ambicioso. Eso no es bueno, Jinete del Sol.
- No lo soy - se defendió el guerrero, mirándole con altivez y estrechándole contra sí. - A mi no me interesa esa piedra, sino quien tiene que guardarla.

Allure recordaba claramente haberse estremecido entonces ante su descarada seducción, como siempre lo hacía, incapaz de no sonrojarse, de no temblar ante el tono de su voz, de ignorar la cálida caricia de sus manos y la vehemencia con la que le abrazaba y le mantenía cerca de su cuerpo. ¿Todo eso había sido fingido? ¿Desde el principio lo fue? ¿Le habría querido Shorin alguna vez, como él le adoraba y veneraba? "Pero ya no", se repitió, empujando el despecho y el recuerdo, acercando los dedos a la reluciente esfera. "Ya no le quiero".

El orbe brilló titilante y se oscureció un tanto, haciéndole fruncir el ceño. Ladeó la cabeza y acercó los dedos de nuevo. El brillo se extendió como una pátina brumosa, intensificándose cerca de las yemas de sus dedos, y un hormigueo cálido le recorrió desde los talones hasta las raíces del cabello.

- Será lo que quieras tú

Las palabras de Velantias resonaban ahora con claridad meridiana en su mente, en la voz grave y aterciopelada del escolta, y su imagen se dibujó ante sí como en un sueño recuperado de contornos definidos y exactos. Si, él era lo auténtico. No podía negárselo aquí, ahora, delante de la luz incandescente de la esfera, no podía hacerlo tampoco fuera, así como no era capaz de alejarse de él y su cuerpo parecía verse atraído por el del escolta en aras de una incomprensible gravedad similar a la de cuerpos celestes. Velantias Auranath era un elfo íntegro y veraz, y le admiraba por eso. Le escuchaba, le daba su propia opinión sin ambages, demasiado claramente en ocasiones, le reprendía si lo creía necesario, no cedía aunque Allure se enfadase, no le hacía ni caso cuando le echaba... bueno, cuando le había intentado echar. Pocas veces. Sólo algunas.

- Él cumple sus compromisos - dijo a media voz, deslizando los dedos sobre el Orbe, que pareció tintinear. - y hace mucho más que eso. Me hace feliz de verdad.

Sonrió y apartó los dedos, escuchando algo que quizá solo él podía oír. Miró alrededor y se dio cuenta de que ya no tenía miedo de Shorin Jinete del Sol, mientras su vista discurría sobre los relieves de la pared. No temía a aquel elfo, ni le quería a su lado, ni le importaba si todo había sido una mentira. Comprendió Allure entonces que ya no quería vivir más mentiras, que posiblemente ya no fuera capaz. Porque había visto por primera vez una verdad más grande que ninguna, algo más real y más puro que nada de lo que había conocido, y ningún engaño, ni siquiera propio, podía sobrevivir demasiado tiempo tan cerca de aquella fulgurante luz. Era perfecto, hermoso y tan enorme que no podía medirlo, y era bueno, desde el principio hasta el final.

Con la respiración entrecortada, agitado como un duende que despierta al sol, caminó hacia la puerta, abandonando la sala de la reliquia y cerró tras de sí, descendiendo por la escalera con pasos livianos hasta la planta inferior. Se asomó a las cocinas, donde los sirvientes se giraron, sobresaltados, y ejecutaron una reverencia casi al unísono. "Será lo que tú quieras, Allure".

- Levantaos - dijo con firmeza - necesito que renunciéis a vuestro voto aunque sea por un rato. Porque quiero algo especial para cenar y alguien tiene que responderme si es posible o no.

Los monjes parpadearon, mirándole con perplejidad absoluta, y Allure suspiró con hastío.

- Vale... um... ¿Podéis hacer zancudo a la brasa con salsa de arándanos?

Se miraron, le miraron, asintieron con los ojos como platos. Uno de ellos tragó saliva antes de pronunciar un tímido "sí". Y Allure sonrió más.

- Genial. ¡Gracias! Haced bastante para todos, para vosotros también, nada de gachas. Es una orden.

Acto seguido subió por las escaleras remangándose la toga y se echó las trenzas a un lado, sobre el hombro. El corazón ya empezaba a golpear con fuerza en su pecho, y una sensación de ligereza parecía elevarle, haciendo sus pasos más livianos, sus movimientos fluidos como el agua mientras caminaba con dos dedos sobre la barandilla, alegre como un niño en primavera. No fue consciente de cómo se recortaba su figura blanca en la oscura sobriedad de la habitación de Velantias, cuando abrió la puerta sin llamar, impetuoso y vital, y se quedó ahí plantado, sonriente, observando la expresión sorprendida del escolta que estaba redactando algo con la espalda apoyada en el cabecero de su cama.

Los ojos azul oscuro se fijaron en los suyos y el corazón volvió a repiquetear con violencia en su pecho. Velantias arqueó la ceja, incorporándose a medias y dejando los papeles a un lado. Allure estrechó los párpados al ensanchar su sonrisa y miró alrededor.

- Así que este es tu cuarto... - dijo, apoyándose en el marco de la puerta.
- Pues... sí.

El escolta se levantó y se limpió las manos en el pantalón, aún mirándole con curiosidad, y un brillo fascinado en los ojos oscuros. Se preguntó si Velantias también se alegraba de verle de manera inesperada, igual que le pasaba a él cada vez que el guerrero aparecía antes de que la noche lo cubriera todo.

- ¿Por qué estás tan contento? - preguntó el escolta, sonriendo a medias.
- Porque he descubierto algo maravilloso.
- ¿Y se puede saber que has descubierto?

Allure tomó aire y cerró la puerta delicadamente a su espalda. Después echó a correr hacia él y saltó con los brazos en su cuello, enredando las piernas en su cintura y mirándole fijamente a los ojos, profundos y densos, océanos de ternura y pasión que parecían hervir cuando se encontraban con los suyos. Velantias ni siquiera se tambaleó. Le había recibido entre los brazos poderosos, extrañado y confundido, y con un aire de hechizo en el semblante. Y el custodio respondió, acariciando la punta de la nariz con la suya, hablándole en un susurro sobre sus labios:

- A ti

lunes, 22 de marzo de 2010

El Escolta (XIII)

- Es difícil de explicar.

Velantias asintió. Imaginaba que debía serlo, fuera lo que fuese, a juzgar por la reacción del muchacho, que de nuevo parecía pálido y triste. Le apartó de sí con cuidado, le tomó de la mano y le guió hacia uno de los divanes de la habitación. Allure mantenía la cabeza gacha. La luz del sol se colaba por la ventana de su estancia, que ahora siempre estaba abierta, tamizada por las nubes plomizas de la tormenta otoñal. Tomaron asiento el uno junto al otro, y tras un rato de silencio, el custodio alzó la mirada a sus ojos. Le pareció percibir un leve apretón sobre sus dedos.

- Casi era un niño cuando nos conocimos, siempre estaba conmigo - empezó el joven con voz suave y expresión indescifrable - decíamos que sería mi guardián... que él siempre me protegería... era mayor que yo pero aun así siempre estábamos juntos.

Velantias asintió, escuchándole, y tragándose a bocanadas la saliva que se le antojaba amarga. Shorin no le gustaba, pero ahora, por algún motivo, menos aún. Allure parecía encontrar dificultades para hallar las palabras.

- Es muy difícil describirlo... con el tiempo no le gustaba que estuviera con nadie más. Que tuviera otros amigos, que nadie se acercara a mí. Al principio me agradaba esa posesividad, o el saber que él quería... que me quería... solo para él. Es tan confuso... - meneó la cabeza, pensativo - desaparecía largos días y si al volver no estaba preocupado, o me encontraba con alguien, se enfadaba. Era como si... como si yo tuviera que languidecer y sufrir sus ausencias prolongadas y sólo esperarle, lamentándome... sin nada más que él en mi mente.

Velantias escuchaba, sin soltarle la mano. Sabía que su espalda se había tensado. La saliva se le espesaba cada vez más, entendiendo sus palabras tanto como aquello que callaba. Habían sido amantes. Habían estado juntos. El Jinete del Sol le había tenido entre sus brazos, había probado sus labios, había tocado su piel, había estado en su interior, habían yacido, se habían tocado, desnudos, se habían... habían... "Dioses". La punzada de los celos era como sal en una herida abierta. Los ojos de Allure habían mirado a otro con adoración. Sus dedos se habían tendido hacia Shorin, casi podía verlo, le había querido, le amaba. O al menos le amaba entonces, en aquellos días. Miró al custodio, observando su semblante herido. Tenía que ser eso. ¿Qué otra cosa dolía tanto, aderezada con todo lo que ahora le estaba diciendo?

Recordó el día en que llegaron, la rotunda negativa del muchacho. "Shorin Jinete del Sol es mi escolta, yo le elegí". Recordó las palabras del rubio caballero y su mirada insidiosa. "No pienso pasar el resto de mis días con la única compañía de un aburrido devoto... más distracción que los balbuceos de ese chicuelo soñador... No gracias... prefiero esta vida, más cerca de los placeres terrenales que de las delicias celestiales, por apetitosas que éstas puedan ser". Eso había dicho el Jinete. "Hijo de puta". Casi podía escuchar el rechinar de sus propios dientes.

- Yo era muy joven... no sé. Creo que pensaba que las cosas tenían que ser así - prosiguió Allure, agarrándose a su mano con más firmeza. Había bajado la mirada. - No conocía nada más. No conocía a nadie más... yo... no sabía nada. Creía que así funcionaba esto. Una vez, cuando él no estaba, me hice amigo de un chico, un arcanista. Sólo éramos amigos. Cuando Shorin regresó, mi amigo desapareció, nunca volví a verle ni a tener noticias suyas...
- Ya veo

Allure parpadeó y le miró de nuevo. Velantias estaba aún masticando su rabia. Si le tuviera delante le partiría el cuello sin pensarlo, pero lo que más le preocupaba ahora era otra cosa.

- ¿Tienes miedo del Jinete del Sol?
- ... puede que... un poco - el custodio agitó la cabeza y le miró con una nota de desesperación en la voz - Tal y como te lo he contado quizá parece algo tonto, pero... pero es como una RED! No sé cómo decirlo. Es algo que no entiendo pero siempre... sé que siempre acabo haciendo lo que él quiere, sé que solo importa su capricho y que estoy atrapado y... que no puedo decírselo a nadie.
- Lo he entendido, no te alteres - replicó, suspirando y levantándole la barbilla con un dedo. - Lo he entendido. No es nada tonto. ¿No quieres verle más?

Hubo una larga pausa. Podía ver la lucha interior dentro del muchacho, cuánto le costaba desprenderse de las viejas costumbres, de algo que, era consciente, durante muchos años había sido lo único constante en su vida, lo único en lo que podía confiar, aunque no fuera algo bueno. Aquello de lo que creía depender, que había utilizado como grillete y como ornamento a un tiempo. No, Velantias tampoco podría explicar algo así con palabras, pero sabía de alguna manera a lo que se estaba refiriendo Allure con su relato.

- No quiero que venga - dijo finalmente, y los ojos azules, claros como el día, se le llenaron de lágrimas, fijos en los suyos. - No le quiero aquí. No le quiero a mi lado. No le quiero. No le quiero.

Velantias asintió y limpió su llanto con los dedos, le acarició los cabellos y el rostro, mientras el muchacho se deshacía en sollozos, liberándose como si una cadena invisible le hubiera retenido anclado a un tronco viejo, y ahora al fin pudiera decirlo y creerlo. Saberlo.

- No le quiero - repetía. - No le quiero. No le quiero.
- Si no le quieres, no te molestará - dijo él, peinándole con los dedos - Si no quieres que venga, no le dejaremos entrar. Será lo que tú quieras, Allure... sólo lo que quieras tú.

El chico levantó el rostro, las arrugas de su frente desaparecieron y las mejillas húmedas recuperaron parte de su color sonrosado. Sintió cómo él le observaba, como si le viera por primera vez. Cómo se había bebido sus palabras y ahora le miraba, quizá tratando de ubicarle, quizá presa de alguna clase de sentimiento o emoción que el escolta no supo reconocer.

Y cuando Allure se lanzó a su cuello y le abrazó con una fuerza mucho mayor de la que acostumbraba, supo que en parte era gratitud lo que movía al chico en aquel instante, pero el palpitar descontrolado de su corazón y el llanto que se reanudaba, su respiración ahogada, le obligaron a contenerse de nuevo. Algunas palabras parecían querer abrirse paso entre sus labios, le quemaban en la punta de la lengua, gritando en el silencio al que él las condenaba. Le devolvió el abrazo y hundió el rostro en su cuello, sumergiéndose en la cabellera perfumada.

No quería decirlo ahora. No cuando los celos y la envidia aún coleaban en su garganta. Cuando lo hiciera, sería como tenía que ser.