miércoles, 24 de marzo de 2010

El Escolta (XVIII)

Los sirvientes mudos actuaron con la misma diligencia que empleaban para ilustrar los pergaminos y ejecutar las tareas domésticas a la hora de limpiar el cadáver y prepararlo para el velatorio. Shorin Jinete del Sol yacía perfumado y tranquilo sobre una larga cama con sábanas de seda, rodeado por altos cirios y con la luz dorada del Orbe bañándole suavemente, en el interior de la cúpula. Velantias guardaba la puerta, mientras el Custodio permanecía en el interior. Se había encerrado allí hacía horas, desde que terminaron de acicalar al fallecido y lo transportaron hacia la sala con forma de lágrima, y los monjes silenciosos se marcharon, mirando a su señor por encima del hombro con gesto asustado.

Nadie había visto lo que sucedió en la playa, pero de alguna manera, era como si todo el mundo lo supiera. Rehuían la mirada de Allure, de forma innecesaria, porque el semblante del Custodio era una máscara inexpresiva y ausente que sólo Velantias parecía capaz de romper cuando le enfrentaba a sí y a la realidad. Ahora, mientras guardaba la puerta, masticaba su fracaso. Había fallado. Se había fallado a sí mismo, a Allure y a todos.

Cambió el peso de pie, apoyando la espalda en la puerta cerrada, suspiró y dejó caer la cabeza hacia adelante. ¿Como no lo vio venir? ¿Por qué reaccionó tan tarde? Había notado el roce de la daga al escurrirse de su cinturón, pero cegado por la ira, solo pensaba en agarrar a Shorin Jinete del Sol y darle la paliza de su vida cuando formuló aquella amenaza aterradora. Y entonces vio brillar el arma, incrédulo, incapaz de concebir que Allure pudiera hacer algo como lo que había hecho. Incapaz de concebirlo. ¿Incapaz? ¿Acaso no había visto la desesperación en la mirada del chico, no en aquel momento, sino siempre? ¿No era acaso sabedor de la firmeza que era capaz de mantener para enfrentarse a todo lo que le superaba? Le conocía, por todos los infiernos, le conocía bien. Le había visto expulsar a los ancianos de la torre, la virulencia venenosa con la que reaccionaba cuando se enfadaba, la manera en la que sus emociones le dominaban y huía de ellas en una carrera hacia adelante, fuera la tristeza, la ira o la pasión que le desbordaba. Sabía que el custodio era una criatura sensible y compleja, pero había permanecido ciego al peligro que aquel muchacho entrañaba, especialmente para sí mismo. Los días de primavera y sueños tejidos le habían cegado.

"No he podido protegerle de sí mismo", admitió, con la lengua fría de la frustración lamiéndole por dentro.

Fijó la mirada en el balcón, al otro lado de la estancia, aún apoyado sobre la puerta cerrada. Aún le parecía verle allí, cubierto por la suave luminiscencia de la reliquia que flotaba en sus manos, bajo el amparo de estrellas enjoyadas en una noche mágica y etérea. Un nudo de angustia se enredó en su garganta. No sabía cómo devolverle ahora la felicidad. No sabía si podría rescatarle del yermo paraje al que descendía su alma después de lo que había sucedido. Velantias conocía el camino de la muerte, pues su vida anterior había estado llena de ella. Soldado y defensor, se había visto obligado a cercenar vidas para proteger otras, ya fueran trols, asesinos, emboscadores, delincuentes o combatientes rebeldes. Cada uno era un acto imborrable que dejaba su huella en el espíritu, que debía fortalecerse y seguir adelante o sucumbir a la crudeza de los actos de los vivos. Allure no era ningún endeble, había quedado más que demostrado. Pero no estaba seguro de que pudiera portar sobre sí la mácula de aquel acto atroz, no sin dejar de ser quien era.

Tragó saliva con fuerza y parpadeó para contener las lágrimas insidiosas que acudían en torrente, las ató y las retuvo, negándose a liberarlas al sentir movimiento detrás de la puerta. Se hizo a un lado y la blanca figura del custodio cabizbajo apareció entre la penumbra, cerrando a su espalda. Allure se sostuvo contra la otra hoja de madera, sin mirarle. Estuvieron en silencio largo rato, inmóviles, apenas separados por unos centímetros que a Velantias se le antojaban como un abismo infranqueable, tanto como el silencio.

- Se han enviado mensajes urgentes a los ancianos - dijo finalmente el muchacho, en un débil susurro. - Imagino que estarán aquí mañana.
- ¿Qué haremos cuando lleguen?
- Les contaré lo que ha sucedido. Todo... lo que hay que contar, sobre el Jinete del Sol.

Velantias le miró de reojo. Le había juzgado mal. No era miedo lo que vio aquel día en el nombramiento, no era un joven impotente ni desvalido. Lo que habitaba en él era sólo tristeza. La tristeza de aquel que tiene que hacer lo que hay que hacer, como si sólo él fuera consciente del precio de cada cosa, del peso de cada minuto. No estaba asustado, sólo triste y resignado, como antaño.

- ¿Qué crees que va a pasar?
- No lo sé.

Asintió. Él tampoco. No tenía ni idea de lo que iba a suceder. Allure ya no lloraba, tenía los ojos enrojecidos, el rostro pálido y los labios blancos. Las trenzas rubias le caían sobre los hombros en largos cordones enroscados, la mirada azul celeste parecía desvaída y hueca. Le vino a la cabeza la imagen de Shorin, muerto y arreglado sobre el camastro antes de que le introdujeran en la sala del Orbe, y se sobresaltó, jadeando. La palidez de los muertos, para el custodio, nunca. Le traería de vuelta a toda costa.
Quebró el espacio que les separaba, tirando de su muñeca con demasiada violencia, y le arrastró hacia el balcón, cerrando las cortinas y la puerta acristalada tras ellos. El muchacho trastabilló y se sujetó a la balaustrada, mirándole, sorprendido.

- ¿Qué...qué haces?
- Vuelve - ordenó, con el corazón golpeándole en el pecho y el latido desbocado en las sienes.
- ¿Qué? ¿Qué quieres dec...?
- No desaparezcas. No desaparezcas, nunca.

El custodio parpadeó, entreabriendo los labios. Los ojos claros se enturbiaron con una pátina de dolor.

- ¿Cómo sabes que me siento así? - murmuró apenas, aferrándose de espaldas a la barandilla. - Como si fuera a desaparecer... es... eso exactamente. ¿Cómo lo has sabido?

Velantias se acercó en dos zancadas y le tiró de los brazos, alejándole de la balconada y el abismo que se abría hasta el acantilado. ¿Que cómo lo sabía? Claro que lo sabía. Podía sentir cada maldito sorbo amargo que el muchacho empujaba por su garganta, podía sentir cada fibra de su dolor, cada atisbo del vacío que se hacía un hueco en su interior. Le atrajo hacia su cuerpo enfundado en la armadura, hundiendo los dedos en las trenzas perfumadas, le obligó a mirarle de nuevo.

- No importa lo que pase - dijo con voz ronca, incapaz de detener el torrente que se le llevaba por delante, sumergiéndose en la mirada clara y asombrada de Allure, buscándole, tratando de llegar hasta él - No importa nada, escúchame bien... venga lo que tenga que venir, no te hundas. No lo permitiré. Voy a velar por ti hasta el último día de mi vida. Así que no desaparezcas.

No sabía lo que estaba haciendo. Estaba actuando sin pensar, dejándose guiar por un instinto más poderoso que cualquier pensamiento racional. Y aun así, cada palabra le parecía sincera y veraz, la certeza más clara que nunca había tenido, más allá del deber o el orgullo. Le pareció entender entonces, vislumbrar quizá, el sentido de toda su vida. "He nacido para esto. Para ser tu escolta, y protegerte siempre". Le miró, en silencio. Aquello no podía decirlo, no con palabras.

- Lo que... lo que he hecho... - murmuró el muchacho, parpadeando. Su semblante ya no era la máscara de una sombra lejana, su dolor era claro ahora, cuando Velantias sentía cómo se quebraba el muchacho, abriéndose su corazón lentamente.
- Es algo terrible, sí.
- Habría atacado a mi familia... te habría atacado a tí... iba a hacerlo de nuevo - sollozó el custodio.
- Es algo terrible, pero no puedo juzgarte. - le cortó él - Ya basta. Está hecho. Ahora permanece conmigo, y no desaparezcas. Soportaremos esto, sea como sea.

Allure le miraba, incrédulo. Parecía no comprender. El rostro de marfil estaba bañado en lágrimas, y le contemplaba estremecido por los sollozos.

- Pero... lo que he hecho...
- No voy a dejarte solo, ¿entiendes? Y no importa lo que digas. Nada de lo que ha pasado tiene que ver con esto.
- Todo tiene que ver. ¡He matado a un hombre!
- Te quiero

No le dejó tiempo para sorprenderse, no permitió que pronunciara una sola palabra más. Se arrojó sobre sus labios y le estrechó con fuerza en un beso intenso, vibrante, que parecía romper todas las barreras y atravesar los espacios infinitos en su busca. Calcinó el abismo que se había abierto entre los dos, desterró todos sus prejuicios, abalanzándose hacia él empuñando la verdad más clara y brillante que nunca había conocido, la única que en ese intento desesperado podía hacer regresar a Allure del infierno en el que estaba a punto de poner el pie. Le besó como si nunca más fuera a poder hacerlo, como si en aquel beso tuviera la última oportunidad de mostrarle lo que era para él, lo que había llegado a ser y cuán terrible sería el mundo si su presencia languidecía. Le cubrió con su boca ardiente, y los labios fríos del custodio se encendieron y se templaron con su calor, el cuerpo tembloroso y sollozante se pegó al suyo en busca de refugio. Y los brazos suaves se enredaron detrás de su nuca, cuando Allure le estrechó entre las lágrimas, aferrándose a él como un náufrago a una tabla.

Sobre ellos, la noche estrellada de nuevo era el único testigo, y el firmamento contemplaba aquel beso como había contemplado tantos otros, meses atrás, cuando todo era perfecto y la primavera no parecía tener fin.

2 comentarios:

  1. Ay por dios! qué momento! tan..tan...ains, no tengo palabras.

    Más te vale que los dos acaben felices y juntos!!

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  2. Jooorl, casi me echo a llorar, que intenso!!!!

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