viernes, 5 de marzo de 2010

El Escolta (X)

Por algún extraño motivo, estaba mirando a través de la ventana. Mas allá de las hebras oscuras del cabello de su escolta, que le mantenía abrazado con intensidad, mas allá del beso con el que le asediaba, despertando sabores y aromas desconocidos para él, entre los párpados entrecerrados miraba el firmamento añil, estrellado. "¿Ya cae la noche?" , se preguntó fugazmente. "Que no se vaya, por favor, que no se vaya". Se sentía girar en un torbellino extraño, entre sus brazos y bajo el rotundo ataque de los labios ardientes y ávidos, naufragar en su propio deseo. Los dedos rudos desprendían calor, aún por encima de la liviana tela que le cubría, recorriendo su espalda. Cuando el rostro de Velantias se escurrió hasta su mejilla, el aliento candente golpeó sobre su piel, y sintió un pinchazo de angustia en alguna parte de su interior. Mareado, se aferró a él con más fuerza. Notaba la tensión violenta en sus músculos, las duras correas con las que se mantenía atado le asfixiaban también a él. Aspiró el aroma de sus cabellos y apretó el rostro contra el suyo, rozándose con el áspero mentón.

"Ya cae la noche", se repitió, y las manos del escolta se hundieron en sus cabellos trenzados, sus labios trazaron una caricia sobre sus pómulos, delicada, que le hizo encogerse con un dolor agridulce.

- Tú eres sacerdote - susurró la voz en su oído, ahogada - dime si me estoy condenando con esto... dime si te estoy condenando a ti.

Allure parpadeó y volvió el rostro para mirarle muy de cerca, repentinamente preocupado en el hechizo que les envolvía. Deslizó los dedos por su mandíbula, negando con la cabeza, bebiéndose su imagen, su mirada grave y oscura bajo el ceño fruncido, las sombras de los ángulos en su semblante, dibujadas bajo la luz del anochecer que se filtraba por la ventana. Su sola imagen le embriagaba, su voz era una caricia, su angustia le provocaba un leve pinchazo en el alma. Velantias le observaba de soslayo, con la expresión melancólica de la verguenza y la confusión, y percibir eso le conmovió aún más que la suave caricia de sus dedos en su pelo.

- ¿Por qué dices eso? - preguntó en el mismo tono, rozando sus labios con los dedos - ¿es que quieres ser condena para mi?

Los ojos del escolta relampaguearon, endureciéndose, y negó con firmeza. Allure levantó el rostro y se mantuvo serio, sin apartar los ojos de él ni retirar el tacto de su piel curtida.

- Yo tampoco para ti. Nadie va a caer por esto, te lo prometo. - dijo con seguridad.

El semblante de Velantias se relajó un tanto al inclinarse de nuevo sobre él, besando su frente, sus párpados y sus mejillas con lenta suavidad, caricias cálidas y cuidadas que volvieron a emocionarle y le hicieron temblar. No, aquello que estaba sucediendo no podía ser condena. Suspiró quedamente y entrecerró los ojos, aún vuelto hacia él, ladeando la cabeza a cada roce, acariciando sus labios con la piel al tiempo que la piel acariciaba sus labios, los poros respiraban del calor de su aliento y se erizaban en todo su cuerpo con su contacto tibio.

- No hay mal en esto... - murmuró cuando su aliento le rozó las comisuras.

Se puso de puntillas y esta vez ambos fueron responsables del beso intenso, calmado, en el que se hundieron a conciencia. Degustó su sabor con la punta de la lengua, rozó la piel con los dientes y dejó reposar la lengua sobre la suya, que lamía su interior con sutileza. Los labios se atrapaban y se estrechaban, buscándose y bailando en una danza lenta de saliva y respiraciones encontradas que pulsaba en sus nervios y le atrapaba como una red en un oleaje denso.

La tela susurró cuando los dedos del escolta tiraron de los nudos que cerraban la toga, rodeándole la cintura con el otro brazo. Exhaló un suave suspiro al sentir sus dientes descender a lo largo del cuello con suavidad, la succión sobre la carne y la caricia de la lengua, que le hicieron estremecerse y enredar los dedos en su pelo. Los pulmones le pesaban y tenía un nudo en la garganta, un hambre misteriosa le lamía impregnándole de saliva que olía a Velantias, que tenía su sabor salado. "Espero tener razón", se dijo una última vez cuando la toga se escurrió por sus hombros y cayó al suelo; sus propias manos se atrevieron a tirar de los broches de la armadura del escolta.

Y después, las manos que se buscan. Cortinas mecidas por la brisa nocturna y luz de luna en la alcoba del custodio. Cayó la pechera metálica y le sacó la camisa. El aroma rotundo del cuerpo del escolta restalló en su nariz como una primavera de mar, agitando algo en su interior. El beso se volvió sediento cuando hundió la lengua en la boca de Velantias, arrancándole un suave gruñido, y contuvo su propio gemido cuando su tacto áspero le quemó sobre la piel desnuda. Tenía sed, quería lamer sus hombros y beberse su perfume, pero sólo podía retorcerse entre escalofríos deliciosos. Velantias se inclinó hacia su cuello de nuevo, manteniéndole asido con los fuertes brazos en torno a su talle. El cosquilleo de sus cabellos le desarmó por completo, el roce de la lengua rugosa y abrasadora, de la barba áspera, le hizo vibrar y estrecharse contra su cuerpo, arqueándose. Él le empujó con su cuerpo y Allure se dejó llevar, dejándose caer sobre el borde del colchón, escurriendo las manos sobre el pecho de músculos marcados y dejándolas caer después a ambos lados, rendido, respirando con dificultad. El escolta apoyó los codos sobre las sábanas y hundió el rostro en el hueco de su cuello. Recorrió su figura, cubriéndola de besos hasta quedar arrodillado, con los labios reposando bajo su pecho, bañándole con el aliento incandescente. "Me voy a morir", pensó Allure, que no podía dejar de estremecerse. Sus dedos finos se cerraron en las sábanas.

- Pareces un ángel - susurró la voz grave, un murmullo inaudible y arrebatado que casi le hizo llorar.
- Tu también... - resolló él, con dificultad. Deseaba responderle, decirle algo... algo que no podía definir aún. - De... los que llevan espada.

Las manos ardientes le acariciarion el estómago, ascendieron y el cuerpo musculoso reptó sobre el suyo, provocando un roce que le hizo morderse los labios para no sollozar. "Me moriré". El escolta le acarició el rostro, mirándole con una expresión grave, deslizó los labios sobre los suyos y los dedos le quemaron en los muslos cuando le tocó. La cabellera negra se derramó sobre ambos y contempló su mirada azul profundo entre las sombras de su pelo, sin aliento por un momento.

- Eres un chico - dijo Velantias de nuevo, en el mismo tono íntimo y sutil. Sus ojos destellaban, serios y fascinados. - Nunca he...
- No pasa nada - respondió Allure, casi ahogándose. Se mordió los labios de nuevo y le rozó un costado con el dorso de la mano, la firme anatomía del escolta se clavaba sobre su silueta ligera, como una estatua de bronce caliente - déjame ayudarte...

Él le miraba fijamente, con el semblante grave, mientras sus dedos ligeros abrían el pantalón. Como si apartar los ojos fuera a romper un hechizo en el que no había vuelta atrás, Allure le devolvía la mirada, empañada y turbia por el velo que la cubría. Observó crisparse su gesto cuando coló las manos bajo la tela y rozó la carne tensa y abrasadora, y se lamió los labios, nervioso, mientras tiraba de ella para liberarla. Velantias estaba inmóvil, apretando los dientes, y sólo un leve estremecimiento y un quejido rasposo probaban que lo que se agitaba en su mirada transida era el torbellino del deseo y la contención. Por un momento el custodio se sorprendió del poder que tenían solo algunos dedos en el lugar preciso, pero no podía perderse en reflexiones, todo su ser reclamaba a aquel elfo fornido y severo, imposiblemente atractivo que permanecía inmóvil sobre él, con los dedos crispados en sus muslos. Le acarició con suavidad, con ambas manos, y escuchó el resuello.

- Agh... espera, no... no hagas e...so...

Se le antojó delicioso en los oídos, le hizo temblar de nuevo.  Levantó las piernas, al tiempo que él extendía su caricia sobre ellas, rodeando la piel suave. Dejó colgar las rodillas en sus antebrazos cuando Velantias le tomó por las caderas, suspirando sin ser capaz de respirar de otra manera. La anticipación le zumbaba en los oídos, y el torso curtido se cernió sobre él, los labios volvieron a su boca, derramando el aliento entrecortado de Velantias sobre su lengua en un beso mucho más rotundo, hambriento. Tocándole así le había provocado demasiado. "Me voy a morir", relumbró de nuevo el pensamiento. No había soltado la presa entre sus manos, y la guiaba con delicadeza, acunándola con caricias sutiles que sólo parecían encender más el sexo inflamado y pulsante y avivar la voracidad con la que el escolta devoraba su boca. El roce en las puertas le hizo contraerse y jadear. La presión se volvió intensa, el sudor despertó y le soltó para estrecharle con fuerza cuando Velantias empezó a abrirse paso en su interior, empujando lentamente.

- Dioses...- el escolta jadeó y gruñó, removiéndose para apartarse del beso. Soltó su cintura con una mano y apoyó un codo en el colchón, irguiendo el torso y dejando caer la cabeza hacia adelante. El cabello negro ondeó y volvió a derramarse junto a las mejillas del custodio, los músculos se contraían y el aliento se le escapaba, sonoro, entre los dientes apretados.

Allure contuvo los gemidos. El dolor parecía desgarrarle por la mitad, pero mantenía los ojos abiertos, fijos en su compañero, llenándose con todos sus gestos, con la expresión transida, su ceño fruncido y la mandíbula apretada. Cuando Velantias abrió los párpados y se impulsó con más intensidad, su mirada oscura le golpeó, agresiva y llena de deseo, haciéndole arder por dentro y arrancándole un gemido audible. Todos sus nervios habían reaccionado a la medida invasión de su interior, pero aquel destello en sus pupilas pareció enervarlos por completo. "Me estoy muriendo". Se arqueó y tembló, sus músculos se movían por sí solos mientras sus cuerpos se adaptaban, y el dolor terrible se convirtió en una punzada, y cuando él se hundió más y respiró con un estremecimiento de alivio, otra sensación más intensa y más deliciosa que el dolor se extendió como un bálsamo por sus sentidos. Le abrazó con gesto desvaído, entreabriendo los labios, y volvió a arquearse cuando el roce tibio se escurrió al retirarse de sí y volver a impulsarse.

Jamás había sentido nada parecido. El fuego le lamía cada poro, el sudor se perlaba sobre su cuerpo, humedecía la piel de Velantias y su olor masculino estallaba a su alrededor. Sus dedos le recorrían el dorso de los muslos, se estrechaban en su cintura en caricias amplias y teñidas de lúbrica seducción, su respiración era una melodía entregada que cantaba al ritmo de sus movimientos lentos y comedidos. Le tocaba por dentro, pulsando resortes que amenazaban con hacerle enloquecer, que le despertaban un hambre instintiva y desatada que le hacía avergonzarse de sí mismo. Y detrás de todo eso, un océano de ternura perceptible en cada gesto, en la suavidad de los labios que dibujaban el contorno de los suyos entre los jadeos irregulares de sus respiraciones, en la pregunta que dejó oír en un susurro trémulo.

- ¿Estás bien?

Sólo pudo asentir con la cabeza, tomando aire como si no fuera suficiente, solo pudo buscar su mirada, intentando confirmarle que "estar bien" era un concepto que palidecía ante lo que estaba sucediéndole. Quería pedirle más, pero no podía, no era capaz de hablar. Así que onduló bajo su cuerpo y fue a su encuentro, enredando los dedos en sus cabellos, exhalando un suspiro que era casi un estertor. Balanceó las caderas, elevó los talones y acarició sus brazos con los pies hasta llegar a sus hombros, mirándole con abandono, dejándose transportar por el agradable calambre y el mordiente cosquilleo. La carne pulsante crecía en su interior, batía sus entrañas en impulsos crecientes que se volvieron más rítmicos y plenos. El escolta deslizó la mano bajo sus riñones, aún apoyándose en el otro brazo, atrayéndole mientras se cernía sobre él, apretando los dientes y entrecerrando los ojos cada vez que se internaba en su cuerpo.

Allure parpadeó, tensándose. Se estaba rompiendo, algo temblaba en su interior. Sus dedos se crisparon en los cabellos negros y contrajo el vientre, pugnando por encontrar el aire y aguantar los sollozos, todo a un tiempo. Una ola creciente se alzaba en él, amenazando con barrerle, oscilando con las fuerzas que chisporroteaban entre los dos amantes. Velantias había enterrado el rostro en su cuello de nuevo y le clavaba los dedos en la piel, la fuerza con la que le tomaba parecía al borde de fragmentarse. Sabía que bailaban al filo de una cuerda muy fina, que se desbocarían en cualquier momento. Se cubrió el rostro con las manos, agitado y tembloroso, cubierto de sudor, intentando asirse al compás en el que cabalgaban, pero había perdido el paso. Iba a caer. Y cuando él empujó hacia arriba, internándose de nuevo en una embestida plena con un movimiento oblicuo, algo ardió en su vientre y le arrasó con espasmos sublimes, haciéndole gritar. Las palpitaciones se dispararon, la cama se quejó bajo la danza salvaje y desatada a la que se entregaron al unísono, estrechándose, deshaciéndose en exclamaciones y jadeos, unos graves y secos, los otros abandonados y musicales, suplicantes.

Le zumbaron las sienes y el éxtasis le golpeó como un huracán, hizo girar el mundo a su alrededor y le transportó fuera del tiempo, fustigándole con estremecimientos violentos mientras todo su cuerpo se distendía y se contraía después, como un corazón palpitante. 

Cuando fue capaz de regresar, el cuerpo pesado yacía ladeado sobre el suyo, pugnando por recuperar la respiración. Se dio cuenta de que aún le tenía dentro, y su alma respiró, igual que sus pulmones, ensanchándose y vibrando, mientras observaba el techo con los ojos muy abiertos y le acariciaba el pelo. Nunca había imaginado nada así. Se sentía ingrávido y alegre como un niño... y al escuchar el susurro que llevaba su nombre, al percibir el beso suave sobre sus labios y el abrazo protector que le envolvió cuando Velantias se recostó a su lado, sin abandonar su cuerpo, una lágrima de felicidad inexplicable y de pura conmoción se escurrió por su mejilla.

Y se quedó tendido entre sus brazos, mirando la ventana, con la mente despejada y ningun miedo ni tristeza que pudieran tocarle ahora. Estaba seguro.

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