lunes, 1 de marzo de 2010

El Escolta (VII)

Podía sentir los latidos de su propio corazón en los oídos. Aquella había sido la media hora más angustiosa de toda su vida, desde que los estúpidos criados con su estúpido voto de silencio fueron a buscarle a la biblioteca y le hicieron comprender, con gesto de alarma, que Allure había desaparecido, hasta que le dejó sobre la orilla, medio ahogado, temblando y con un susto de muerte encima, pero vivo.

Ahora... bueno, ahora no sabía si estaba furioso o aliviado, o ambas cosas.

Se incorporó, jadeando, y se escurrió el agua de la camisa, mirando de reojo las placas que había tirado de cualquier manera sobre la arena cuando se lanzó al rescate del chico. Su pechera estaba medio enterrada en la orilla y las olas la golpeaban con insistencia. Para colmo, se le iba a oxidar la armadura. Tomó aire y se llamó a la calma, anudándose la lengua en la garganta para no faltar al respeto al chiquillo estúpido que había estado a punto de morir, por muy Custodio que fuera, y le tendió el lienzo seco que reposaba bajo la piedra, sin mirarle. Una mano temblorosa lo recogió y Allure se envolvió en él, tosiendo y escupiendo agua sobre la orilla.

- Gra...cias - resolló, pasándose la tela por el rostro.
- ¿Estáis bien? - espetó Velantias, cortante y seco.
- Sí... sí. Me habéis salvado. Yo...

Se volvió para sostenerle por el brazo, viéndole dar un traspiés y le dirigió una mirada severa. Allure estaba pálido como la cera, tenía las trenzas enmarañadas y los ojos enrojecidos. Los labios se le estaban poniendo azules.

- Vestíos y regresad a la torre, Señor.

El chico le miró, frunciendo el ceño. Luego bajó la cabeza y se soltó de su presa con brusquedad, sosteniendo el lienzo contra su cintura y acercándose hasta sus ropas. "¿Por qué narices tiene que ser todo tan complicado?", se dijo el escolta, vocalizando una maldición que no llegó a enunciar y acercándose a recoger sus placas. Al hacerlo, vislumbró al joven semidesnudo, blanco hasta deslumbrar, acuclillado en la arena con la toalla a la cintura y tirando de sus prendas atrapadas bajo la piedra. Apretó los dientes y apartó la vista de la piel de porcelana, tragando saliva y anudándose las emociones profundamente. Entonces escuchó el sollozo. Parpadeó y miró alrededor, inseguro, y se volvió con cautela hacia el chico. Se había incorporado y mantenía la ropa apretada contra su cuerpo. Los hombros le temblaban ligeramente.

- ¿Estáis llorando? - preguntó con suavidad.

La respuesta fue una negación silenciosa. Velantias no era tan necio como para creerle, de manera que se giró, armándose de valor y paciencia y acercó una mano vacilante a su hombro.

- Señor...
- ¡No me toques!

El golpe de los dedos trémulos restalló contra su mano. La voz llena de rencor resonó en sus oídos, se extendió por su mente, con el sabor conocido del rechazo, y su ira se inflamó, veloz como una centella. Sabía que lo apropiado era marcharse, indignado, y no volver a dirigirle la palabra por ingrato y cruel, y eso era lo que estaba dispuesto a hacer. Eso es lo que hubiera hecho, si no hubiera estado decidido a proteger a aquel niñato estúpido incluso de sí mismo. Por eso le agarró del hombro y le volteó sin contemplaciones, encarándole.

- ¿Qué demonios te pasa ahora? ¿Por qué lloras? - exclamó.

No era capaz de ser indiferente. Era imposible, no podía. Allure le miraba, con el gesto contraído de rabia, temblando. Los ojos claros destellaban, enfebrecidos por el miedo, el enfado y la tristeza, y todas aquellas emociones emanaban de su cuerpo convulso y pálido, encogido sobre sí mismo. Le golpeaban con una violencia sobrecogedora, y se desesperaba tratando de desentrañar su significado.

- ¡Porque estoy asustado! - gritó el chico al fin, entre los sollozos, mirándole a los ojos. - ¡Porque tengo miedo! ¡Porque me siento un estúpido! ¡Porque tú... tú...!

La voz del custodio se rompió en un llanto nervioso cuando él le abrazó, suspirando, estrechándole contra sí. Los dedos de Allure se cerraron en su camisa y enterró el rostro en su pecho, sollozando y gimiendo al dar rienda suelta a sus lágrimas. Velantias entrecerró los ojos, acunándole, confundido y perdido, sintiéndose como un niño también él. "¿Qué demonios es esto? ¿Por qué me siento así?". Su llanto se le clavaba en el alma, le laceraba la garganta, y el cuerpo delgado que apretaba contra el suyo, frío y mojado, se le antojaba liviano y delicado, frágil.

- Ya está... tranquilo... - murmuró, acariciándole el cabello apelmazado. - Tranquilo, ya está. Estás a salvo... todo está bien. No va a pasarte nada malo.
- No me odies - sollozó Allure, estrujando la camisa entre sus dedos. Las lágrimas le quemaban sobre la piel, y esas palabras le impactaron profundamente.
- ¿De qué estás hablando? ¿Por qué dices eso? - inquirió, apartándole de sí para mirarle con alarma.

Allure alzó el rostro hacia él, con los párpados entrecerrados y una expresión de dolor sufriente que le estranguló en cuanto la vio. Dioses, no podía con aquello.

- He hecho... una estupidez... terrible... y casi muero... - consiguió articular, sin soltarle. - He visto desprecio en tu mirada... lo he visto...
- No. No, no, no - le cortó Velantias, pasándole los dedos por el rostro, apartándole las lágrimas. - No te desprecio, no podría jamás. Estaba enfadado, me preocupé... temía que te hubiera pasado algo.

"¿Qué demonios estoy diciendo? ¿Por qué estoy diciendo esto?", bramaba la voz en su cabeza. "Idiota, idiota". Pero no podía parar, no podía soportar verle así.

- Lo siento. Lo siento mucho. No te enfades, por favor. No dejes de hablarme - rogó el muchacho, enterrando el rostro en su pecho de nuevo.
- No voy a dejar de hablarte... no te desprecio, y no estoy enfadado - respondió inmediatamente, abrazándole de nuevo. - No pasa nada, tranquilo. Todo está bien. Ya pasó.

Volvió la vista hacia el mar, consolándole y acunándole, aterrado. Al menos había conseguido hablarle con amabilidad, pero era consciente de que era más que amabilidad lo que traslucían sus palabras y su voz. Era afecto sincero. Y el hecho de que aquel chico joven y guapo despertara emociones tan virulentas en su interior, eso era lo que le asustaba a él.

En cuanto supo que había desaparecido, lo profesional se convirtió en personal. Rastreó la isla, siguió sus huellas, con el corazón en un puño. No era sólo la mera posibilidad de fallar en sus funciones lo que le espoleaba en aquellos momentos, ahora era plenamente consciente. Es que la sola idea de que algo malo le hubiera sucedido a aquella criatura tan especial le devoraba las entrañas y le volvía loco. Completamente loco. "Dioses, esto es muy peligroso", se dijo, apretando los dientes. Tenía la impresión de caminar en arenas movedizas, y cada movimiento que hacía, en la dirección que fuese, sólo le hundía más y más.

- Lo siento, de verdad - suspiró el joven, más calmado. - Espero que puedas perdonarme todo esto. Es... es tan humillante, estoy muy avergonzado.

Velantias parpadeó, regresando a la realidad. Los dedos de Allure se habían soltado de su camisa y ahora se secaba las lágrimas, pugnando por recuperar la compostura. El lienzo y las ropas se habían caído al suelo y estaba completamente desnudo, inconsciente de ello al parecer. Las trenzas desordenadas le caían sobre los hombros, resaltando en luminiscente brillo dorado sobre la piel nívea.

- No lo estés - acertó a decir con voz ronca.

"Aparta la mirada", se ordenó. "Apártala". Pero no sirvió de nada. Últimamente, una parte de él había decidido independizarse de su razón, y los ojos azules se encontraron con los suyos. Durante un instante incontable se mantuvieron fijos, se contemplaron, hechizados y absortos. No fue muy consciente cuando alzó una mano para apartarle un mechón suelto de cabello que le caía sobre el hombro. Tampoco se dio cuenta de que sus dedos se quedaban ahí, sobre la piel fresca y pálida, de tacto sedoso.

- Me has salvado la vida - susurró Allure. Su voz le llegó como un bálsamo, dulce como almíbar. Percibió un nuevo estremecimiento en él, bajo sus dedos tibios.
- Es mi trabajo - respondió en el mismo tono - Deberíamos ... deberíamos regresar... tus labios se están poniendo azules... tienes frío.

Pero ninguno se movió.

De repente el mundo parecía haber desaparecido. Sólo el chico era real, sólo su voz, su figura, su aroma vestido de salitre y mar, sus ojos azul celeste, claros y casi plateados, la esbelta figura blanca y sus movimientos, su respiración, su aliento perfumado. Cuando Allure se acercó, la arena susurró bajo sus pies descalzos, y los dedos finos volvieron a rozarle el torso, esta vez una caricia ligera con las yemas. Velantias tragó saliva y cerró los ojos, azotado por el calor mordiente que nacía de su interior.

- Puedo sentir los latidos de tu corazón.

Un nuevo susurro en aquella voz de miel caliente, que le erizaba la piel. "Dioses, ayudadme, pues estoy perdido", rogó, cuando sus defensas empezaron a tambalearse. El chico apoyó la frente en su barbilla, llevándole la mano a su torso frío, y la estrechó contra sí. Ahí también había un pálpito violento, acelerado. El corazón del custodio, golpeando sus huesos y su piel con el mismo ritmo trepidante que el suyo propio. El pánico le atenazó las entrañas cuando bajó la mirada y se encontró con el rostro angelical que le observaba, anhelante, los labios entreabiertos que se habían amoratado y las mejillas blancas. "Dioses, ayudadme..."

Rozó su boca con delicadeza, con el aliento trémulo y candente, apenas una caricia sutil que hizo temblar de nuevo el cuerpo ligero del custodio. "Es un chico", se dijo, mientras se bebía el suspiro de Allure, "Es un sacerdote, es un chico, es mi señor, por el amor de Belore, que estoy haciendo... qué estoy haciendo... más me valdría estar muerto", se repetía febril, incapaz de alejarse de aquella piel delicada y con perfumes tan apetitosos.

- Apártame...

No sabía si él lo había escuchado. Le temblaba la voz y apenas era capaz de emitir otro sonido que no fuera la respiración entrecortada; un suave calor emanaba de su piel, como una corriente magnética entre ambos de vibraciones irrompibles, que se antojaba dolorosa si daba un solo paso atrás.

- No es mi deseo... - dijo Allure, con un murmullo trémulo, sobre sus labios. Tenía los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia él, las mejillas se habían repuesto de la enfermiza palidez, y cuando entreabrió los párpados descubrió las pupilas brillantes, tamizadas por el cálido resplandor de las emociones encontradas - Preferiría... no apartarte... pero no te lo impediré si es tu voluntad - terminó atropelladamente, dejando escapar un suspiro arrebatado.

"Dioses, ayudadme", suplicó una última vez, mientras tiraba de los brazos del custodio hacia sí y tomaba posesión de sus labios y su boca tibia, hundiéndose en un beso desesperado ... que encontró una respuesta intensa y ávida de necesidad al otro lado. 

En los labios que se abrieron reclamándole, llamándole, en los brazos que se deslizaron velozmente para enredarse en su nuca mientras le tomaba por la cintura, respirando descontroladamente y con el zumbido voraz del deseo silbando en sus oídos.

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