jueves, 25 de marzo de 2010

El Escolta (XX)

Una vez más, una barca en el muelle.

Velantias, enfundado en la armadura, permanecía sobre la escalera de acceso a la torre, unos pasos por detrás de Allure, que vestido con la toga blanca y con el cabello suelto, esperaba pacientemente a los ancianos. El día había amanecido despejado. Nadie había abierto la cúpula al amanecer, y permanecía cerrada desde la noche anterior, guardando al Orbe del Sol y al Jinete fallecido.

El Custodio no dejaba de sorprenderle con su aplomo. Se preguntaba ahora, mientras contemplaba a lo lejos las tres figuras encorvadas que se acercaban, si Coreldin y los otros dos sacerdotes eran conscientes de la clase de fuerza que tenía Allure o si también ellos le habían subestimado por su sensibilidad y frágil apariencia. Les observó, entrecerrando los ojos bajo el sol de la mañana, que hoy se manifestaba ardiente e impositivo tras los días tormentosos, arrancando destellos al mar y a la piedra blanca de la torre, y luego miró a Allure. Serio, severo, tranquilo y lleno de aplomo. No creía que lo fueran. Estaba seguro de que no lo eran.

Los Ancianos se inclinaron en una sumisa reverencia al llegar hasta ellos, con los rosarios al cuello y las togas de colores pálidos envolviendo sus cuerpos antiguos, que no marchitos. Coreldin estaba en el centro, con la cabellera canosa recogida en un copete alto y vestido de azul pálido. A su derecha, uno más bajito, al que recordaba del nombramiento, llevaba la cabeza afeitada y su túnica era verde y dorada. A la izquierda, el más alto de los tres era un sacerdote al que no conocía. Llevaba un cayado y parecía ciego, pues una venda le cubría los ojos. Su atuendo destellaba bajo el sol en tonos plateados y gris perla, y su piel era blanca y apergaminada, parecía agotado y quebradizo, y apenas se distinguía su respiración. Arqueó la ceja con curiosidad y miró a Allure de reojo, quien había perdido parte de su impasibilidad. Sus ojos estaban fijos en el misterioso elfo del cayado, con expresión reverente.

Se intercambiaron las bienvenidas de rigor.

- Saludos, noble custodio.
- Saludos, nobles ancianos - dijo el muchacho, acercándose unos pasos. Luego tomó la mano libre del ciego y se inclinó, hincando una rodilla y poniéndola sobre su frente - Gloria y eternidad a mi honorable predecesor.

Todos callaron mientras el anciano del cayado pasaba los dedos sobre la frente y el rostro de Allure, moviéndose con lentitud. Velantias sintió la tentación de acercarse y sostenerle, pues parecía que fuera a derrumbarse en cualquier momento, pero cuando le miró mejor, se dio cuenta de que aquel viejo tampoco era todo lo frágil que aparentaba. Su voz llegó como un susurro lento y quebrado, lejano.

- Hola, niño triste. Son... muy largos y vacíos tus días. Pero no todos.

Velantias parpadeó. Allure se estremeció visiblemente y siguió los movimientos del antiguo Custodio, que le indicaba que se incorporase. Los otros dos se miraron ante la extraña afirmación de su compañero, y Coreldin tomó la palabra, sin adelantar siquiera un pie.

- Acudimos a vuestro urgente llamamiento, señor de la Torre Blanca. El Venerable Iorun expresó su deseo de unirse a nosotros y venir a atender vuestra demanda, ofreciendo toda la ayuda que sus dones y experiencia puedan ofrecer.
- Mi gratitud es difícil de medir, Gran Venerable - murmuró Allure, que no había apartado los ojos de aquél - pues sois sabio y conocedor de grandes misterios.
- No más sabio que cualquiera que ha vivido tantos años - replicó Iorun, con una suave sonrisa cansada y dejando caer el peso en el cayado. - No más de lo que serás tú, hijo. Este lugar te hace sabio.

De nuevo todos callaron por largo rato. Velantias no se movió, firme e impasible, mientras contemplaba a las cuatro figuras reverenciables que tenía ante sí. Parecían lejanos, pertenecer a mundos muy diferentes a éste, casi ajenos a la brisa que soplaba, al chillido de las gaviotas y al refulgir del sol ardiente, que abrasaba como una antorcha a pesar del ambiente fresco del otoño. Cuando la voz de Allure rompió aquel sepulcral silencio, un escalofrío le recorrió la espalda.

- Shorin Jinete del Sol yace muerto en la Cúpula del Orbe - dijo, pronunciando despacio, sin bajar la cabeza ni temblar su pulso. - Murió ayer, por mi mano, cuando llegó a este lugar sin ser llamado, con amenazas y hostilidad hacia mí y mi familia.

El escolta tragó saliva. Coreldin y el anciano de cabeza afeitada parpadearon, incrédulos, y le miraron de reojo. Velantias aguantó esa mirada con firmeza.

- ¿Cómo?

Allure no se movía. Los ojos celestes brillaban con claridad, su semblante estaba relajado y mantenía las manos cruzadas delante de su cuerpo, observando a sus contertulios con calma, esperando a que asimilaran lo que les estaba diciendo. De nuevo, Velantias no pudo más que admirar su aplomo y su honestidad. Coreldin abrió la boca y la cerró después. Sólo el Venerable parecía no verse afectado por aquella declaración.

- Shorin Jinete del Sol había rechazado servir como mi escolta. Velantias Auranath vino en su lugar, a pesar de que al principio no era mi deseo - prosiguió, desviando la mirada de uno a otro, como si quisiera asegurarse de que comprendían todo cuanto declaraba. - Sin embargo, hace siete días, Lord Farn Hojapresta, Señor de los Guardianes del Escudo Dorado, escribió a mi escolta comunicándole que quedaba relegado de su cargo, dado que yo había insistido constantemente en que fuera el Jinete del Sol quien ocupara ese lugar. Nunca escribí ninguna carta de queja al respecto de mi escolta, pues si bien no estaba conforme al principio, pronto cambió mi parecer al comprobar la diligencia con la que cumplía sus deberes.

Los ancianos escuchaban, con el ceño fruncido y la sorpresa pintada en el semblante. Al defensor le pareció que el ciego le estaba escrutando desde detrás de su venda de lino, pero se negó a dejarse intimidar por nada en aquel momento, e imitó el aplomo de Allure, quien prosiguió tras una breve pausa.

- Desconozco cómo manipuló los hechos el Jinete del Sol, pero finalmente se presentó aquí, y desoyendo mi petición de que se marchara, me amenazó con actuar contra mis hermanos y mis padres si no le permitía ocupar el lugar de Sir Auranath. Sabedor de que era capaz de actos terribles contra mí y los míos si no cedía a sus demandas, me negué a doblegarme a sus deseos y le abrí la garganta con una daga.
- ¿Podríamos ver el cuerpo? - dijo Coreldin. Allure asintió con la cabeza y se dirigieron hacia la puerta entreabierta. El anciano se giró hacia Velantias. - El Venerable Iorun no puede subir escaleras, sire. ¿Seríais tan amable de permanecer con él aquí?

El escolta miró a su señor.

- Mi lugar está con el Custodio actual, no con el viejo - espetó sin más, esperando las órdenes de Allure.

Le pareció que éste reprimía un amago de sonrisa y finalmente negó con la cabeza, batiendo las rubias pestañas.

- Quedaos con mi predecesor, por favor. Volveremos enseguida.

Velantias asintió a regañadientes y la puerta se cerró tras él. Una leve inquietud le recorrió la espina dorsal, sin motivo aparente, y se apoyó en los batientes, contemplando al anciano inmóvil. Él le sonrió. Se fijó en su perfecta dentadura y en los hermosos rasgos, esculpidos por la edad, y pensó que debía haber sido muy bello en otra época. Esa sonrisa era muy parecida a la de su ángel, y le arrancó un suspiro y un parpadeo, desviando la mirada.

- ¿Conocéis los secretos de la Torre Blanca y el Orbe del Sol, sire? - preguntó Iorun al cabo de largo rato. Velantias negó con la cabeza, y luego a viva voz, al darse cuenta de que no podría verle.
- Sólo soy un escolta. Creía que esas cosas estaban destinadas sólo a los sacerdotes y los custodios.

El viejo se movió hacia los escalones, ascendió varios peldaños, sentándose en el último y sujetando el cayado con una mano, suspirando y volviendo la cabeza en torno a sí con un gesto que parecía nostálgico.

- Cuando yo ocupaba esta torre, Raethys del Amanecer era mi escolta - comentó, con la voz quebrada y entrecortada, tosiendo un poco -  Jamás le hice tomar el voto de silencio. Veo que Allure tampoco te lo ha impuesto a ti.

Velantias se removió inquieto y se mordió el labio, con gesto de autocensura. Joder. Se había olvidado de ese detalle.

- No, señor - admitió, resignado - Sería de locos vivir aquí sin hablar con nadie durante el resto de su vida.
- ¿Qué hiciste cuando Allure asesinó al Jinete del Sol?

Arqueó la ceja y estrechó la mirada con suspicacia. Sus palabras sonaron seguras y cortantes.
- Proteger a mi señor.
- ¿Era él quien estaba en peligro?
- Siempre lo está - replicó de inmediato.

El anciano ladeó la cabeza y volvió a sonreír. Entonces Velantias se dio cuenta de lo que había pasado por alto, y una alarma instintiva se encendió en su interior, haciéndole apretar los puños.

- Eres sabio. El Custodio Allure eligió bien al decidir mantenerte a su lado.
- Y vos sois ágil - espetó, con un nudo de inquietud en la garganta.

El anciano sonrió de nuevo desde su lugar, sentado en el último escalón.

1 comentario: