lunes, 22 de marzo de 2010

El Escolta (XII)

Nada había cambiado, pero todo era distinto. Con la cabeza apoyada en los brazos cruzados, holgazaneaba sobre el enorme escritorio, donde los pergaminos y los mensajes se amontonaban un qos sobre otros sin ser respondidos. No aún, no todavía... ya tendría tiempo. Tiempo era todo lo que tenía. Estaba perdido en una de sus ensoñaciones infantiles cuando la puerta se abrió sin llamar.

Levantó la cabeza y se le iluminaron los ojos, le dio un vuelco el corazón y se le aceleró la respiración al ver al escolta en el dintel. "Ha venido", se dijo, entusiasmado y feliz de que volviera tan pronto. "Algo va mal", supo un momento después, al ver el gesto sombrío y la mirada tensa en los ojos azul oscuro. Los meses de noches compartidas y conversaciones superficiales alrededor de la mesa del almuerzo no sólo habían hundido con más fuerza la semilla de sus sentimientos hacia Velantias en su corazón, también le habían permitido conocerle. El caballero era un libro abierto, incapaz de ocultarle ya sus emociones, y aquel destello acerado en la mirada había estado ausente desde el día que le recriminó haberle besado. Sin saber por qué, se alarmó.

- Hola de nuevo - dijo débilmente, esbozando una sonrisa insegura y poniéndose de pie, alisándose la toga.

Velantias apenas saludó con la cabeza. Estaba rígido y tenso, estrujando un pergamino en la mano derecha, la izquierda sobre la puerta. Allure miró el legajo que portaba y luego le miró a los ojos de nuevo.

- He recibido un mensaje - dijo secamente el escolta.
- ¿Malas noticias? - aventuró Allure, preocupado.
- No para vos, al parecer.

El custodio parpadeó. Velantias no cerró la puerta ni cruzó hacia el interior. Hacía tiempo que se tuteaban, dioses, si dormían juntos cada noche, si derramaba las palabras tiernas en su oído con la familiaridad de los amantes, aquella vuelta a la cortesía le alarmó aún más, tanto como el tono severo y frío de sus palabras. Sin pensarlo, rodeó el escritorio y caminó hacia él, con el ceño fruncido y la angustia anudándose en su garganta.

- ¿Qué quieres decir? - preguntó, tragando saliva. - ¿Qué es lo que sucede?
- Bien lo sabéis, mi señor - replicó el escolta, apretando el puño. - Lord Shorin Jinete del Sol estará aquí dentro de cinco días, en respuesta a vuestros reiterados llamamientos.

Allure se detuvo, como si sus pies se hubieran fijado al suelo con clavos. Las palabras llovieron sobre él como latigazos y abrió mucho los ojos, tragando saliva. Parpadeó y negó con la cabeza.

- ¿Como?
- Me pedisteis que me marchara y me negué. No os culpo por no quererme a vuestro lado para encargarme de vuestra seguridad; yo fui quien insistió en quedarse. Pero si realmente no deseábais mi presencia aquí, no había ninguna necesidad de abrirme vuestra puerta y dejar que las cosas llegaran tan lejos.

"Otra vez no. Otra vez no, por favor". Dolía como el hierro al rojo, su mirada y sus palabras amargas y heridas; se sentía acorralado e incapaz de explicarse, de solucionar aquello. Todo era demasiado complicado, tan complicado que no sabía cómo iba a poder desembrollar aquel malentendido con Velantias, pero tampoco podía dejar las cosas así.

- Te equivocas - murmuró, negando con la cabeza - ¡Te equivocas! No es eso. No ha habido ningún... ¿Reiterados llamamientos? Eso no es cierto, Velantias, te lo juro, tienes que creerme.

El escolta abrió la boca para decir algo, le tembló la mano con la que sostenía el pergamino y pareció dudar por un momento, con la mano aún en la puerta. Finalmente, le tendió el mensaje y cerró tras de sí. Ambos gestos llenaron de alivio el corazón de Allure, que le arrojó una mirada suplicante y leyó la misiva, mordiéndose el labio.

- Yo no he hecho ningún reiterado llamamiento - dijo, apartando los ojos del papel. - Eso no es verdad. Shorin ha debido mentir otra vez, te prometo que desde que tú llegaste aquí sólo escribí una queja a los Ancianos, y mi queja tenía que ver con el hecho de que hubieran manipulado la situación mintiéndome para asegurarse de que no renunciaba al nombramiento. No mencioné a Shorin ni tampoco a ti. Nunca... desde que estás aquí... y dijiste que te quedarías, nunca he...

Velantias asintió con la cabeza. Su mirada se había vuelto cálida de nuevo, y su voz se tiñó de la misma suave profundidad cuando los dedos le rozaron la mejilla.

- Lo siento. Te creo. Pero no llores.

Allure parpadeó y le devolvió la misiva. No se había dado cuenta de que las lágrimas se escurrían por su rostro, no se había dado cuenta de que no había vuelto a pensar en el Jinete del Sol ni una vez desde que Velantias entró en su vida, y creía saber por qué. No se había dado cuenta del terror irracional que se había apoderado de él ni de hasta qué punto ahora sí comprendía cual era su situación con respecto a Shorin.

- Tú eres mi escolta - murmuró, ahogándose con las lágrimas y agarrándole de la camisa como si temiera que fuera a desaparecer.
- Lo soy... ¿Qué te asusta tanto?

Ahora eran los ojos azules y oscuros los que brillaban con preocupación. El brazo de Velantias le rodeó la cintura. De nuevo era él, cercano y protector, sin la pátina de duro barniz ni la frialdad impuesta de la sospecha. Le apartó un mechón de cabello, asediando su mirada sin dejarle escapar. Allure se estremeció. ¿Debía contárselo todo? Ahora que lo veía más claro, quizá debería hacerlo. "No se lo cuentes a nadie", había dicho el Jinete.

- No quiero que te vayas - dijo finalmente.
- No me iré mientras tú me quieras aquí.

Asintió con la cabeza, acurrucándose en el abrazo confortable que su escolta le brindaba, hundiéndose en la calidez de su pecho sólido y curtido, cubierto por las prendas de tela y cuero.

- Ha vuelto a mentir - murmuró.
- ¿Por qué crees que ha hecho eso? ¿Por qué habrá cambiado de idea?
- No lo sé... será su capricho - respondió Allure en un susurro casi inaudible.

Velantias le acunaba, apoyado en la puerta. El silencio que se instaló entre ambos era a un tiempo íntimo y reflexivo. Allure tragó saliva. Tenía la impresión, sin necesidad de mirarle, de que Velantias estaba sopesando la conveniencia o no de hacer una pregunta. Aguardó, rezando para sí por que decidiera no hacerla, consciente de que solo podría responderle con la verdad.

Sobrevino como una brisa helada sobre el campo florido, recordando a los vivos que la primavera no es eterna, que se acerca el invierno, y haciéndoles lamentar no haber aprovechado más intensamente los días de estío y mieles. Llegó la pregunta temida, en el peor momento, cuando ya sí había respuesta, pero llegó en alas de una voz suave, paternal y comprensiva.

- ¿Qué es lo que pasa con el Jinete del Sol y contigo?

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