jueves, 25 de marzo de 2010

El Escolta (XIX)

- A veces es como si nada fuera real. Como si yo no lo fuera.

Hablaba en susurros, con la cabeza apoyada en el pecho del escolta, que le rodeaba con sus brazos entre las sábanas revueltas y húmedas. La ventana estaba abierta y el viento de la tormenta agitaba las cortinas. Velantias desprendía calor. Era una presencia vívida y poderosa que le envolvía, que le cubría con la calidez protectora de su cuerpo desnudo, aún con el aroma mezclado de ambos. Ninguno había dormido, y el amanecer llegaría, inexorable, antes o después, y les sorprendería despiertos. Los dedos ásperos caminaban con indolencia entre su espalda y su cabello, y él mantenía un brazo cruzado tras la nuca, con el pelo negro revuelto sobre los almohadones.

- Nunca he sido hasta que llegaste tú. Entonces descubrí quién era, y todo se volvió auténtico... como si un letargo de años tocara a su fin y despertase. Es... como si sólo pudiera existir de verdad cuando me miras, y todo lo demás sólo fuera una ilusión, en la que siempre estoy a punto de desaparecer.

Le rozó el pecho con los dedos, exhalando un tenue suspiro. No sabía por qué le contaba todo aquello, ni por qué destapaba así sus sentimientos, mirándose por dentro y mostrándole lo que veía. Percibía en su silencio la atención que prestaba a cada palabra, a sus movimientos y al tono de su voz, aunque sabía que en parte estaba divagando.

- Nunca me sentía completo. No era capaz de encontrarme... creo que por eso me inicié en el sacerdocio. La Luz de Belore es algo tan grande y tan intenso que tenía que poder llenarme, pensé. Eso creo... y lo hizo en buena parte. Me dio algo en lo que creer, algo real en lo que sustentarme.

Velantias se removió y tiró de las sábanas para taparle, ciñéndolas a su cuerpo. Se acurrucó contra él al sentir aquel gesto dadivoso y natural, buscando un contacto más pleno. Si pudiera hacer que le tocara en cada célula, se sentiría aún mejor. Inspiró su olor profundamente y suspiró de nuevo, antes de seguir hablando.

- Como si estuviera seco... o muerto. Y sin embargo, capaz de sentir empatía por todo el mundo, de percibir los sentimientos de todos sin que ninguno me pertenezca. De consolarles, de darles fe y protección, de sanarles y aconsejarles, pero sin cura ni consejo para mí. Puedo ponerme en la piel de los demás... sólo contigo me cuesta, porque sólo contigo mis propios sentimientos estallan, y no puedo mirar más allá. Me... confundes y pierdo el sentido de todo... sin control... sólo me siento vivo y real. Sólido.

Una mano ancha y rasposa se deslizó sobre su mejilla, curvándose al acariciarle con una suavidad inusitada. El latido sosegado del corazón de Velantias era un arrullo, pero no quería dormir. A pesar de la densa penumbra en la habitación del escolta, a pesar del canto del viento y el cansancio en sus músculos y su cuerpo, no quería dormir. Enlazó una pierna con la suya para tocarle más.

- No lo pude soportar. Cuando el Jinete del Sol dijo aquellas palabras, y habló de mis hermanos y mi madre, de repente lo supe. Creo que siempre lo he sabido. No acabaría nunca hasta que no acabara con él... haría daño a todos los que quiero, destruiría cada sueño y volvería a estrechar sus cadenas a mi alrededor. Antes no me importaba. Supongo que eso también me hacía sentir real de una manera enfermiza y por eso lo permití tanto tiempo.

Velantias se ladeó y le miró. Sus ojos relucían, se veían violetas en la penumbra, entre las pestañas negras. De pronto asemejaba ser mas joven, a pesar de la masculinidad de sus rasgos y el marcado carácter en su manera de fruncir el ceño con preocupación. Dejó que Allure reposara en su brazo y recorrió su rostro con los dedos. El custodio se estremeció y suspiró de nuevo, mirándole. Un nuevo estremecimiento, esta vez de rabia, le recorrió la columna.

- Supe que sería capaz de todo, pensé en ti... y no pensé más... él... hizo cosas horribles, Velantias
- Lo sé

Allure parpadeó y fue incapaz de disimular su sorpresa. Se acercó un poco más. El escolta mantenía el semblante relajado, la mirada enturbiada por una emoción cálida. No le soltaba. No dejaba de arroparle.

- ¿Lo sabes?
- Éramos compañeros hace tiempo. Nunca hubo pruebas de nada, pero siempre he tenido la sospecha de que estuvo detrás de muchos accidentes. - La voz de Velantias se ensombreció y se volvió un susurro, sus caricias más dulces. - También sé que... sedujo y manipuló a muchas damas para prosperar. Nunca hizo nada que no fuera por interés, creo.

El custodio asintió, no le extrañaba en absoluto. Y ya no le dolía.

- Sólo quería que desapareciese de mi vida. No pensé.
- No lo pienses ahora... no pienses en nada.
- Pero no puedo evitarlo...

El escolta giró sobre sí mismo y apoyó ambos codos a los lados de su rostro. La cabellera negra se derramó sobre su rostro, le cubrió como un cortinaje de aroma especiado y picante, y los ojos violetas le atraparon con una mirada vehemente y ruda, tan segura como una cadena de mitril.

- Yo si.

Las cortinas se agitaron con el viento rotundo, y le abrazó mientras hundía la lengua entre sus labios. Aún no se había disipado su sabor de su boca mientras lo revivía de nuevo con un beso intenso y sediento, el roce de sus dedos se volvió apasionado y prendió chispas adormecidas sobre su piel, que vibró y se abrió, respirando el tacto del escolta, absorbiendo su presencia como una esponja. En la oscuridad, se rindió a su calor y se diluyó en él, ondulando con suavidad bajo cada caricia y devolviéndolas con un anhelo que le dolía en el alma. "Estoy vivo", pensó, con los dientes de Velantias rozándole el cuello y escurriendo los pies sobre sus piernas. Era incapaz de entender cómo podía derramar tanta ternura sobre él al tiempo que le hacía arder de deseo... pero el escolta era ambas cosas, era muchas cosas, y todas eran buenas. Todas las necesitaba como el agua, y lo sabía.

La respiración se convirtió en un jadeo entrecortado, y las cortinas volvieron a agitarse. Dibujó los músculos de su espalda con los dedos, deslizando los labios contra los suyos entre los besos suaves y delicados, mirándole a través de las pestañas entrecerradas. "Estoy vivo". La anatomía fibrosa se tensó y onduló sobre él, y Allure le acogió en su interior exhalando un gemido de abandono, fijando la mirada en sus ojos, de nuevo al borde de las lágrimas.

- Eres real - suspiró el escolta sobre sus labios, y un beso profundo y sentido le privó del deseo incontrolable de responderle, de decirle entre el aliento trémulo lo que intentaba decirle ahora con el lenguaje de los cuerpos enredados.

Las cortinas se agitaron y golpearon la pared, una vez más, con la embestida imperativa del viento. El primer rayo del amanecer iluminó el cristal con una inusitada claridad, y las lágrimas empaparon de nuevo sus mejillas, mientras se aferraba a Velantias y se arqueaba para responder a sus impulsos deliciosos, que borraban una vez más la melancolía y el dolor y le llenaban como nada podía hacerlo. Murmuró su nombre una sola vez, mordiéndose los labios, enfebrecido y mareado entre sus manos, impotente y a la deriva, hundiéndose en el colchón y fluyendo en movimientos más amplios e intensos, marcándole el ritmo a su compañero.

Como una lanza de fuego que atravesaba su corazón, como el amanecer sobre todas las cosas, el escolta de nuevo borraba su dolor como el viento puro del invierno. Sollozó, y le mordió, clavándole las uñas en la espalda. Y al fin fue capaz de decirlo, dos palabras ahogadas que apenas surgieron atropelladas de su garganta, antes de que se rompiera en un gemido ahogado cuando la cama ya se quejaba y ambos estaban cubiertos de sudor, fundidos, palpitando en impulsos crecientes que confluían entre las respiraciones rotas. Supo que le había escuchado, porque su abrazo se volvió aún más apretado y balanceó las caderas, buscando la plena profundidad, sosteniéndole, sujetándole y llevándole más allá, donde nunca podría volver a dudar, donde su existencia era absoluta. Donde sería lo que ellos quisieran.

Y amaneció.

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