martes, 2 de marzo de 2010

El Escolta (IX)

Aún no se había repuesto de aquel estallido descontrolado. Aún sentía el torbellino creciente bajo la piel y la violenta convulsión de los nervios, mientras caminaban hacia la Torre Blanca. Aún era incapaz de apartar la mirada de la cabellera trenzada que se bamboleaba, enmarañada, a la espalda de Allure. Tenía su sabor en la lengua, guindas y almíbar, aún le sentía deshacerse en su boca. Aún notaba el sedoso tacto de su piel en las manos. ¿Cómo había podido? ¿Que demonios había pasado, en qué momento se había desmoronado así, anegándose?

La tarde desvaída pintaba el crepúsculo en el cielo. Se lamió los labios, tomando aire con profusión al llegar a las puertas, obligándose a centrarse y volver a tener el control.

Una vez en el interior, Allure despidió a los sirvientes y subió la escalera sin volverse, sin mirarle, como si nada hubiera pasado. 

No entendía nada. Sólo confusión y un hambre que no se apagaba... y algo más. "Basta", había dicho la voz dulce, con la peculiar firmeza propia del muchacho en algunas ocasiones. Y le había apartado. Lo hizo, le apartó. A pesar de las circunstancias, a pesar de ser consciente de la presencia cercana de los sirvientes que buscaban, preocupados, a su amo, que se retirase así y le soltara repentinamente, había sido una violenta bofetada. "Sin esfuerzo", dijo una voz insidiosa en su mente. "Y tu, idiota, no puedes ni dejar de mirarle. Y tu, idiota, no podías soportar ni siquiera la idea de separar los dedos de su pelo".

Apoyó la espalda en la pared, tomando aire de nuevo y pasándose la mano por el rostro. El custodio había desaparecido escaleras arriba, los demás se habían aprestado a sus tareas. Y se sintió ridículo y furioso consigo mismo, golpeó la pared con el puño y masculló una maldición, saltando los escalones de tres en tres, dominado por una ira que tampoco entendía.

"Crío de las narices, no vas a jugar conmigo", se dijo. La puerta blanca estaba entrecerrada, y la empujó con ambas manos, bruscamente, apretando los dientes. Los batientes se abrieron.

El rostro blanco se giró hacia él desde el fondo de la habitación, sorprendido por la violenta irrupción. Los ojos claros se fijaron en los suyos.

- Jamás... vuelvas a hacer algo así - dijo, tajante, apuntándole con el dedo, sin darle tiempo a hablar.

Estaba resollando, lo sabía, igual que notaba la ira golpeándole el corazón. Y su semblante debía ser fiero y amenazador, a juzgar por la reacción del chico, que se levantó precipitadamente del escritorio y aferró el borde de la silla con los dedos, frunciendo el ceño y parpadeando, confuso.

- ¿Qu...qué?
- No te hagas el tonto, chico - insistió, vehemente - Me da igual que seas el Custodio. Te protegeré y cuidaré de ti, jamás dejaré de hablarte. Y no, no te desprecio. Pero NUNCA vuelvas a hacer algo como eso.
- ¿Qué? ¿Qué es lo que he hecho? Por favor, decídmelo - suplicó Allure, asustado - Por favor.
- No juegues conmigo.

Zumbando en su cabeza, como un enjambre de avispas, la terrible incertidumbre, la incomprensión. Y el miedo. El pánico. ¿Cómo podía tenerle miedo a su rostro dulce, a su mirada clara? Allure meneó la cabeza, con la angustia pintada en el semblante, y se acercó apresuradamente. Velantias dio un paso atrás, interponiendo las manos ante sí en un gesto instintivo, sin pensar. Y el custodio se detuvo, perplejo, con la misma expresión que si acabara de recibir una bofetada. Los ojos se le empañaron.

- No juegues conmigo - repitió Velantias, apretando los dientes.

No quería ver ese rostro triste, no quería verlo. Tampoco escuchar el sollozo contenido que estaba escuchando.

- ¿En qué... os he ofendido tanto? - murmuró el muchacho, cerrando los dedos crispados a ambos lados de la toga, retorciéndola.
- Deja de fingir que no sabes de lo que hablo - insistió.

No podía volver atrás. No sabía donde iba, sólo se precipitaba en una huida hacia adelante, escapando de sus propios sentimientos, de su turbulenta confusión. Y aunque era consciente de que estaba arrollándole por el camino, no podía parar.

- ¡Es que NO SÉ de lo que hablas! - exclamó el custodio. Se le escapó una lágrima.

Era el momento de darse la vuelta y cerrar la puerta a su espalda de un portazo. Era el momento de marcharse, no de acercarse en dos zancadas atropelladas, agarrarle de las trenzas y besarle con violencia, mordiendo los labios dulces y conquistar su boca sin miramientos. Pero eso es lo que estaba haciendo, exprimiéndole en un beso exento de dulzura en el que le apretaba con dureza y hundía la lengua hasta su garganta. Allure se estremeció y dejó escapar el aire en un jadeo sordo cuando se separó de sus labios, sin soltarle los cabellos, mirándole, desafiante.

- Hablo de esto - Dijo, en un susurro amenazador. El chico le contemplaba con los ojos muy abiertos. La lágrima esquiva se había escurrido hasta su barbilla y las demás se habían congelado en sus párpados. Tenía los labios entreabiertos y una expresión de absoluto desconcierto. - No vuelvas a hacerlo. No juegues conmigo. 
- Pero... pero... si... pero si me has besado tú - pestañeó Allure, temblando.

"Es verdad"

- Eso solo es un detalle - replicó a la defensiva. No le había soltado el pelo, sus dedos seguían crispados en los cabellos del chico, obligándole a volver el rostro hacia él - No vuelvas a...
- ¿Por qué me culpas? No es justo - replicó el muchacho, frunciendo el ceño y asediándole con su mirada desesperada - Si no quieres besarme, ¿Por qué lo haces? ¡No te entiendo!
- ¡Si quieres que te bese, por qué me apartas con tanta facilidad! - bramó en respuesta - ¡No te entiendo!

"Creo que me estoy comportando como un idiota. Ahora sí"

Allure gruñó, apretando los dientes, y le golpeó en la muñeca con los dedos, un manotazo que le supo amargo en el corazón. Soltó los dedos y dejó caer los brazos, en el mismo momento en que los del chico volvieron a enredarse en su cuello, y esta vez fueron los labios perfumados y dulces los que se abalanzaron sobre los suyos. "Maldita locura... esto es... esto es absurdo". Le abrazó de nuevo, respondiendo con toda su hambre.

- Ahora si te he besado yo - murmuró el custodio al separarse las lenguas enredadas. Volvían a respirar atropelladamente.
- Te... dije que...no lo hicieras...
- Apártame

Había entrecerrado los ojos. Otra vez el calor mordiente, otra vez el hambre en la sangre, otra vez el zumbido del deseo. Iba a apartarle, pero lo que hizo fue acariciarle los costados, ceñirse a su cintura fina.

- No puedo... - admitió, con un suspiro dolido.
- ¿Y qué te hace pensar que yo si?

La voz sonó suave, herida. Le miró. Los ojos claros se volvieron hacia él, trémulos y húmedos. "Si, he hecho el idiota", se confirmó, al contemplar la mirada limpia, entregada, de Allure, Custodio del Orbe del Sol.

Empujó a un lado de su cabeza toda su tribulación y bajó las armas, retiró los puentes, rozando sus labios con los suyos y dejando ir un último aliento antes de sumergirse en lo desconocido. Ya que no podía huir, solo le quedaba zambullirse. Golpeó la puerta con el tacón y cerró el otro batiente con el hombro, mientras estrechaba entre sus brazos a la criatura angelical y hermosa que había puesto su existencia patas arriba, enterrándose en el perfume de sus cabellos, la armonía de su aliento y el néctar embriagador de su saliva.

1 comentario: