viernes, 26 de noviembre de 2010

12.- Los Hijos del Hada

Haari sólo era una niña, cuando su padre, Zul'talar, había soplado el Aliento de los Elementos en el pequeño tótem hueco, lo había sellado con cera y lo había arrojado al mar. "Guardaos de tres cosas", había dicho Zul'talar a sus hijos. "De las zarpas del aqir, de la ira del Loa y de la magia del djinn".


Haari no lo había comprendido entonces, pero como siempre, había recordado las palabras de su padre, el médico brujo de su tribu. Cuando lanzó el tótem al rugiente océano, Haari pensó que las maldiciones que habían caído sobre su comunidad se disiparían, pero no fue así.


Todo había empezado hacía varios meses. En la aldea, los jóvenes trol se burlaban de Yo'lou. Yo'lou no era buen cazador. Todavía no había pasado su prueba de valor dando muerte a un tigre blanco, era patoso y poco salvaje. Era el hazmerreír de los demás, incluso de sus hermanos menores. Hasta que de repente, una noche apareció con tres pieles de tigre, resollando. Alzó el hacha y gritó, despertando a la tribu.


No sólo había dado muerte a los animales, sino que además, uno de ellos le había seguido. Un enorme felino plateado, surcado por estrías negras, con los ojos amarillos, se mantenía dócil a su lado. Yo'lou conservó al tigre, a quien llamó Rokkar. Rokkar se quedó en la tribu, y honraron a los Loa, porque desde su llegada, las cosas fueron mucho mejor para la aldea de Haari. Los mares estuvieron en calma. La recolección era abundante, y la caza y la pesca, mucho mejores que antes. Las dos tribus vecinas, con quienes no compartían muy buena relación, fueron derrotadas cada vez que atacaron el poblado, y finalmente, se estableció la paz.


Sin embargo, no duraría mucho. Los grandes guerreros de la tribu habían aceptado a Yo'lou entre los suyos, y Yo'lou, orgulloso y contento, ahora caminaba con la cabeza alta, vestido con capas de pantera y llevando las mejores armas de piedra. Rokkar asistía en el combate a Yo'lou, y su presencia en él, al igual que fuera de la batalla, había dotado al joven de una gran seguridad en sí mismo de la que siempre había carecido. Los que se reían de él antaño, ahora le trataban con respeto. Y el respeto fue mayor cuando Malai, el mejor guerrero y uno de sus detractores, cayó enfermo tras una terrible pelea con Yo'lou. En ella, sólo se intercambiaron palabras y algunos golpes. Y fue Malai quien derribó a Yo'lou. Sin embargo, los espíritus parecían castigarle, y yacía en su cabaña presa de la fiebre.


Zul'talar nada pudo hacer. No sirvieron los sacrificios a los espíritus ni las infusiones de mojo, no sirvieron los rituales ni los cánticos, los amuletos ni los tótem. Malai se consumía.

- No es voluntad de los espíritus - había dicho su padre entonces - He visto en Malai una sombra de aire y deseos oscuros que le asedian, procedentes de una maldición poderosa y antigua.

Y Zul'talar se marchó. Se marchó a la selva, en busca de la sabiduría de los Loa, buscando respuestas a aquello que aquejaba a Malai.

En su ausencia, los cinco grandes guerreros restantes comenzaron a decaer. Sus fuerzas mermaron, hasta que sólo Yo'lou el orgulloso quedaba en pie y dominante, como el único capaz de liderar a los trol. Desafió al Jefe Amanshi y le derrotó. Cortó su cabeza y devoró su cuerpo, dando parte de él al tigre Rokkar, apiló sus huesos junto a la cabaña y buscó a su hijo para darle muerte. Pero Aman'gol, hijo de Amanshi, huyó y se ocultó en la selva.

La barbarie y el poder de Yo'lou crecían día a día. Cuando algo no sucedía como él esperaba, su ira se mostraba, o la tormenta y el fuego despertaban aquí y allá. Todos le temían, y creían que los dioses se ofendían cuando Yo'lou era ofendido. Por eso, la tribu entera se sometió a Yo'lou, quien rompió las alianzas con las aldeas cercanas y atacó, arrasándolas y perdiéndose muchos grandes guerreros en aquellos combates, de uno y otro bando.

Y entonces regresó Zul'talar. En cuanto volvió, Yo'lou le recibió junto al tigre blanco, altivo y vestido con las pieles de cien panteras, engalanado como un rey. El resto de los habitantes del poblado, entre quienes se encontraba Haari, aguardaban tras él, asustados y confusos.

- Has vuelto. Proclámame, médico brujo - exigió Yo'lou - Proclámame como Jefe y Señor, según las viejas costumbres.

Entonces, Zul'talar asintió.

- Dame tu hacha - pidió - para que pueda bendecir tus armas con los ritos de los Loa.

Yo'lou le tendió el arma, y cuando la tuvo en su mano, Zul'talar la levantó en una mano, el báculo en la otra. Pronunció unas palabras, y el orgulloso Yo'lou comenzó a corretear en un revuelo de plumas blancas, transformado en un simple polluelo. Zul'talar hizo descender el hacha y decapitó al pollo de un solo golpe. El cuerpo de Yo'lou apareció, cubiertas de sangre sus vestimentas, y su cabeza rodó hasta los pies del tigre.

- Este guerrero ha traído la maldición a nuestra tribu - dijo Zul'talar a los demás - Ahora que ha muerto, me encargaré de sellar al djinn y enviarle lejos de nosotros.

Haari jamás olvidaría el ritual. Estaba grabado a fuego en su memoria. El tigre blanco, atado, se revolvía sobre el altar, y su padre disponía los tótem alrededor. Las antorchas brillaban en la noche. Estaban solos, ellos dos y el enorme tigre.

- ¿El animal está maldito? - preguntó ella a media voz, mientras removía la mixtura del cuenco sacramental. Zul'talar negó con la cabeza.

- No es un animal, Haari. Es un djinn.
- ¿Qué es yinn? ¿Son espíritus malignos?
- No, Haari. No son espíritus. Son descendientes de espíritus malignos, eso sí... pero nacen del vientre de las ossi por la semilla de los espíritus del aire y la tormenta.

Haari frunció el ceño, escuchando.

- Pero, ¿no son buenas criaturas las hadas? - preguntó, usando la palabra adecuada.
- Lo son. Pero a veces, su soledad es insoportable y llaman a los espíritus del aire. Ellos les ponen en el vientre la semilla, y entonces nace el djinn.
- ¿Es una criatura maligna, este djinn? - volvió a preguntar Haari. Tenía la mirada fija en el tigre, que parecía hermoso y tranquilo, algo indiferente, allí tumbado y atado.
- No es buena ni es mala. Puede maldecir y bendecir - le explicó su padre a media voz, mientras terminaba de disponer los objetos para el ritual - Puede hacer daño o puede otorgar dones. Depende de su temperamento o de aquel a quien sirve. Este djinn servía a Yo'lou, y trajo la desgracia a nuestro pueblo. Con Yo'lou muerto no podemos matar al djinn, porque sólo él podría hacerlo. Pero le sellaremos en el tótem y nos desharemos de él.

Cuando Zul'talar comenzó con los cánticos, Rokkar ni siquiera se movió. No opuso resistencia cuando los fuegos se apagaron, apenas un gruñido suave. Haari sentía sus ojos plácidos, algo tristes, fijos en ella. Después, la criatura se desvaneció y se convirtió en una masa de aire coloreado, con forma semi humana, brazos, piernas, tronco y rostro, y al fondo del rostro, la misma mirada nostálgica. Entró en el tótem hueco a una orden de Zul'talar.


Sí, Haari había visto todo aquello. "Guardaos de las zarpas del aqir, de la ira de los Loa y de la magia del djinn", le había dicho su padre entonces, cuando arrojó al mar a Rokkar, "porque su maldición es terrible y su bendición siempre tiene precio, porque son poder e impotencia, y aunque dicen ser siervos de sus amos, también sus amos son siervos de ellos."



Aquella noche, mientras el campamento se recobraba del ataque, el desierto estaba sereno, y la mirada de Haari, la Zulfi y líder de Mueh'zala Atal, seguía al joven Iryë mientras éste ayudaba a apilar los cadáveres y a reunir combustible para el fuego. Le vio sonreír cuando Ashra pasó a su lado, le vio agarrarle de la capa, vio su expresión devota mientras le seguía, con los ojos rosados brillando suavemente.

Y recordó cómo el elfo le había liberado de sus grilletes. Y recordó que nadie más, entre todos los cuerpos que vieron aquella noche en Frondavil, ni uno solo, tenía cadenas en las manos.

Solamente Irye.

- Ashra... no sabes lo que has hecho - murmuró.

Aquella noche, rezó a los espíritus por su amigo y compañero. Fabricó amuletos para él, y meditó sin descansar, buscando, igual que antaño hiciera su padre, un modo de liberar a Ashra de su propio error.

11.- Djinn

El deslumbrante sol de Tanaris le hería los ojos. El mismo aire estaba caliente, era un vapor espeso y congestionado de arena que apenas podía respirarse ahora, cuando el viento soplaba con tanta intensidad que atronaba los oídos. Con el rostro cubierto por el pañuelo, Haari aguardaba, los párpados entrecerrados, la maza en la mano y los tótem sagrados dispuestos, la llegada del ataque que no parecía llegar nunca.

Habían montado el campamento en el desierto, y las lonas de las tiendas se agitaban, furiosas. Estaban trabajando bien contra los ladrones de agua, pero ella había percibido las alteraciones en el mundo espiritual varias noches antes. Sabía que los Furiarena les estaban siguiendo. Sus siluetas ahora se recortaban de cuando en cuando tras las dunas, acechando. Manchas rojizas, lejanas y casi informes a través de la tormenta desértica que iba cobrando intensidad.

Ashra y Drabor permanecían a su lado, embozados y con las manos en las empuñaduras, los ojos escrutando el horizonte. Poco mas atrás, el resto de los mercenarios aguardaban, preparados para el combate, en la tensa calma y el silencio. Haari había contado varias siluetas, más de treinta. No estarían en igualdad de número, pero confiaba en que ellos pudieran ser más inteligentes que sus rivales.

El humano del parche resolló y se cubrió bien la negra cabellera con el embozo.

- Zulfi, ¿Por qué no atacamos nosotros? - murmuró. Era la tercera vez que lo proponía.

Haari negó con la cabeza.

- Nosotro'h no. Que ataquen ellos. Es...tán invocando la tormenta de arena. No podemos contrariar a los Elementos.

Ashra y Drabor intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada más. Haari sabía que no comprendían, pero al menos no ponían en duda sus decisiones. Hasta ahora, las cosas habían salido bien para todos cuando no habían contrariado a los elementos, sin duda había sido así. Y no pensaba romper esos sagrados preceptos por nada del mundo. Si los Furiarena invocaban la tormenta, lucharían bajo ella y la usarían en su favor.

- Vienen ya.

Era la voz de Ashra. Haari tomó aire, confiando en los sentidos del elfo, y comenzó los rituales, mientras Drabor hacía señas a los combatientes. Se posicionaron tras la duna, dispuestos a defender el campamento.

Los trol no eran especialmente ingeniosos en sus estrategias, y la Zulfi era consciente de ello. Sus técnicas de emboscada rara vez admitían variación; su raza, bien lo sabía, se acostumbraba a hacer las cosas de una determinada manera y rara vez cambiaban. Los Furiarena eran sanguinarios y rápidos, conocían el desierto a la perfección, y tenían el viento a favor.

Saltarían las dunas sin problemas y muchos encontrarían la muerte en las estacas que habían colocado en la pendiente, pero aun así... entrecerró los ojos. Las sombras rojizas se movían con velocidad entre el velo denso de la tormenta. Haari permaneció en pie.

La primera figura apareció, una forma alta de cresta roja, gruñendo y con la mirada perdida y llameante. La enorme maza de acero se alzó.

- ¡O'hoba! ¡O'hoba! - cantó la Zulfi.

El grito de los hombres y mujeres de Mueh'zala Atal se elevó, uniéndose al bramido de la tempestad. Los aceros desenvainaron y silbaron las flechas. Haari interpuso el escudo, ladeándose, cuando la maza cayó sobre ella, y un golpe de agua precipitó al trol duna abajo. Su cuerpo se empaló en la estaca.

- ¡T'eif godehsi wha! - las voces de los furiarena se enredaron en el viento.


Entonces, algo prendió el temor en el interior de la joven Zulfi. El ataque de los Furiarena era extraño y definido, pero varios de ellos habían pasado a su lado sin golpearla. Parecían precipitarse directamente hacia el campamento, con la mirada encendida, sin tenerles en cuenta para nada. Algunos morían en el trayecto, atravesados por las espadas, empalados en la barricada. Otros, aún heridos, se arrastraban hacia las tiendas, donde no quedaba nadie.


Era absurdo. Si querían arrasarles, matarles o capturarles, ¿Qué clase de actuación era aquella? Rara vez dejaban los furiarena a un enemigo en pie, y éstos parecían precipitarse como una oleada en busca de algo. Intercambió una mirada con sus lugartenientes. Drabor también parecía algo confundido. Ashra, por el contrario, iba eliminando rivales a medida que se cruzaba con ellos, de nuevo sumergido en el acto del combate y sin darse cuenta, aparentemente, de que algo no estaba bien.

Entonces les escuchó.


- ¡Djinn! ¡Djinn, yora'tok!


Se volvió repentinamente hacia la voz. Uno de los Furiarena había llegado al campamento. El campamento en el que sí había alguien, un muchacho embozado, un elfo bajito y menudo para su raza. El trol le había agarrado del cabello, el embozo con el que se cubría se enredaba en la garganta de Iryë, quien oponía una resistencia silenciosa mientras el trol le arrastraba, gritando, repitiendo las mismas palabras.


- ¡Djinn! ¡Djinn, yora'tok! ¡Djinn, yora'tok!


"No es posible", pensó Haari. Sí, sí era posible, constató. Casi al mismo tiempo que la incredulidad le asaltaba, la confirmación era un hecho. Sólo debía encajar las piezas. Pero ahora no era momento de pensar.


Iryë había desenvainado una daga de su bota y la había clavado en el costado del trol, retorciéndola con saña, sin mudar su expresión. El furiarena gritó, la sangre manchó la tierra blanca, pero varios más se precipitaban hacia el chico.


- ¡Al campamento! - exclamó Drabor - ¡Rodeadles!


Haari descendió de un salto. Corrió, con el escudo y la maza de fresno, dejando atrás los tótem. El muchacho elfo aguardaba, con la daga ensangrentada entre las manos, mirando con indiferencia a la multitud de enemigos que se arrojaban con ojos furiosos sobre él, en su busca. La Zulfi extendió la mano. Cerró los dedos sobre la muñeca de Iryë y le arrastró fuera del campamento, mientras las filas de los Mueh'zala Atal se cerraban tras ellos, cercando a los furiarena y terminando con el trabajo.


La tormenta no amainaba. Le agitaba la túnica de cuero con plumas, colas de zorro y pieles de zarigüeya. Llevó al chico algo lejos y le encaró, mientras el bramido del viento se teñía con el sonido de la batalla. Gritos, hojas cruzadas, golpes secos, huesos rompiéndose. Fijó la mirada en el muchacho, que no entornaba los ojos a pesar de tener el viento en contra. Su pelo, rojo y negro, se sacudía bajo la tempestad, los rizos se le despeinaban, y la miraba, inmóvil, inexpresivo, con la daga ensangrentada en la mano.


- Vinieron por tí - dijo la Zulfi. Su voz era seca, cortante, pero suave. Nunca antes había hablado con el muchacho que Ashra rescató. - ¿Les llamaste tú, djinn?


Iryë no respondió. Ladeó la cabeza, frunciendo un poco el ceño, como un animalillo curioso.


- Mueh'zala Atal está luchando con trol furiarena. ¿Tu llamaste? Vinieron por tí. Responde, djinn, te lo ordeno - gruñó, extendiendo las manos - te lo ordeno.


El chico arqueó ambas cejas y soltó una risita. En medio de una tormenta del desierto, una risa cascabeleante, burlona y extraña, que pareció encontrar eco en el aire. Irye golpeó las manos de Haari con los dedos finos y regresó al combate, con la daga empuñada. Pasó a su lado sin temor alguno, y a medio camino se volvió para dedicarle una mirada que le resultó burlona e insolente. Los ojos rosados destellaron.


Y el viento cesó.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Problemas de coherencia

La ciudad de la Luz era un hervidero de actividad en aquel momento. Los portales de evacuación estaban funcionando a la perfección, pues en Draenor, pese a la inestabilidad elemental, aún no había alteraciones demasiado importantes en las Líneas Ley. 


El paladín pelirrojo sacudió la melena, con el rostro congestionado y aún los restos de sudor del reciente combate sobre la piel. Su maestro le miraba con los brazos cruzados, aun siendo algo más bajo que él también su presencia era imponente. Ambos guerreros de la Luz mantenían una moderada discusión en la pequeña capilla de bancos de piedra, mientras Theron y Kalervo, un poco aparte, observaban con gesto entre resignado y ausente.


- El combate no ha terminado - decía Lazhar, con la espada Norlinde cantando a todo volumen en el cinto. - No puedes pedirme que me quede aquí sin hacer nada mientrhas aún hay peligro.


El elfo rubio negó con la cabeza, poniéndole un dedo en el pecho.


- Hay que saber cuándo dejarlo, Lazhar. Todo está en las últimas y no puedo permitir que alguien tan valioso como tú se pierda si todo acaba explotando.


- Es mi deber. Es mi decisión, Maestro. No voy a...


- ¡No pienso perderte!


El elfo rubio enredó los dedos en sus cabellos y se inclinó para besarle con el ardor contenido de...

La chica dejó de escribir, tragando saliva cuando un filo metálico le rozó el cuello. Ahora que había recuperado el teclado más suave y ligero que solía usar, le resultaba mucho más sencillo escribir y el tiempo era mejor invertido. Sin embargo, ¿Qué puede hacer una cuando un paladín de dos metros te apunta con su arma en el salón de tu casa? Skadi se recolocó las gafas y miró al elfo con cara de circunstancias y una sonrisa insegura.

Ahti tenía cara de pocos amigos, y Lazhar, al otro lado de la mesa, estaba rojo y con la expresión de una caldera a punto de estallar. No pudo dejar de pensar que los dos eran muy guapos, así de cabreados.

- ¿Se puede saber qué haces? - dijo Ahti, ladeando la cabeza y apartando el arma. No le gustaba amenazar a las mujeres, y mucho menos a su creadora, pero aquello era inconcebible.
- Borha eso, por favor - pidió Lazhar, serio pero mucho menos amenazante.

Skadi carraspeó, tragando saliva.

- Vamos chicos, sólo es ficción... hay que probarlo todo.
- No, no hay que probarlo todo.
- Ni mucho menos - apoyó Lazhar. - Yo he leído el Escolta, y es ficción, y me gustó. Pero los personajes pegan.

Ahti asintió, dándole la razón a su compañero. Quitó el abrigo de una de las sillas blancas de Ikea y le dio la vuelta, sentándose a horcajadas sobre ella. La silla crujió con el peso del elfo y su armadura, y Skadi no pudo dejar de notar que había apoyado la punta de la espada en el suelo y le estaba rayando el parqué. Pero consideró que no era el momento de hacer aquella observación.

- Bueno, es verdad que vosotros, así a primera vista, no pegáis mucho - se justificó - pero todo es buscar la situación adecuada y provocar la tensión correcta para...
- Ni tensión ni situación - dijo Lazhar con gran seguridad, yendo a sentarse en el sofá, consciente de que esas sillas tan cutres no aguantarían su peso. La atravesó con la mirada. - Nosotros JAMÁS haríamos esas cosas... calientes que tú escribes. Es incoherente.
- En ninguna situación y con ninguna tensión - insistió Ahti. - Así que ya estás borrando eso, rica. ¿"No pienso perderte"? Vamos, por favor. Y con Theron y el chaval delante. ¿Pero estás loca o qué?

Skadi se sonrojó, sintiendo una gota de sudor escurriéndose por su sien, y sonriendo con inocencia.

- Me parecía bonito.
- ¿Bonito? No quiero pensar cómo se pondría Kalervo si Ahti me besa con ardor contenido - rezongó Lazhar, mirando con ofensa a la chica humana.

Ahti arqueó la ceja y miró al pelirrojo de reojo.

- ¿Eso es lo que más te preocupa de esto, la reacción de Kalervo? Oye, que yo te aprecio, pero por nada del mundo te besaría. Y menos con ardor contenido.
- Yo tampoco te dejaría hacerlo, Maestro - repuso el pelirrojo, levantando la barbilla con dignidad - y tampoco te besaría a tí. No me gustan los chicos.

Ahti se rió entre dientes.

- ¿Y Kalervo qué es, un bocadillo de garbanzos? Yo juraría que es un chico, aunque nunca le he mirado debajo de la túnica.

El dedo inmenso de Lazhar pasó ante los ojos de Skadi cuando lo alzó para señalar a Ahti, con la vena del cuello hinchada.

- No te rías. Kalervo es... Kalervo. Y creo que Theron también es algo parecido a un chico, a pesar de los cuernos y... - hizo un gesto de asco.

Ahti se puso a la defensiva.

- Eh, eh... que Theron sea un chico no significa que me gusten los tíos, no soy ningún marica.
- Que Kevo sea un chico no significa que yo... - Lazhar bufó y meneó la cabeza - Es igual, tú eres más que yo.
- ¿Disculpa?
- Aquí hay historias de tú con un cruzado, y de tú con... es igual, no es cosa mía, pero no tienes derecho a criticarme.

Skadi levantó las manos, aplacando los ánimos. Sus gatos miraban la escena con indiferencia.

- Señores, señores... vamos, tranquilidad - dijo ella con su mejor voz de profe - ¿Es que no lo veis? Saltan chispas entre vosot...
- NO
- NO

Skadi carraspeó y retiró las manos, sintiéndose repentinamente atravesada por los ojos grises de Lazhar y los ojos dorados de Ahti. Caray, así vistos en vivo daban bastante miedo.

- Bueno, ¿Entonces qué hago? Está claro que queréis que cambie esto, pero...

Los dos paladines cuchichearon un rato en Thalassiano y finalmente asintieron.

- Escribe, te vamos a dictar.
- De acuerdo - suspiró Skadi, mirándoles. - Total... no es la primera vez que lo hacéis. Me siento utilizada.

La muchacha se puso manos a la obra.

La ciudad de la Luz era un hervidero de actividad en aquel momento. Los portales de evacuación estaban funcionando a la perfección, pues en Draenor, pese a la inestabilidad elemental, aún no había alteraciones demasiado importantes en las Líneas Ley. 


El paladín pelirrojo sacudió la melena, con el rostro congestionado y aún los restos de sudor del reciente combate sobre la piel. Su maestro le miraba con los brazos cruzados, aun siendo algo más bajo que él también su presencia era imponente. Ambos guerreros de la Luz mantenían una moderada discusión en la pequeña capilla de bancos de piedra, mientras Theron y Kalervo, un poco aparte, observaban con gesto entre resignado y ausente.


- El combate no ha terminado - decía Lazhar, con la espada Norlinde cantando a todo volumen en el cinto. - No puedes pedirme que me quede aquí sin hacer nada mientrhas aún hay peligro.


El elfo rubio negó con la cabeza, poniéndole un dedo en el pecho.


- Hay que saber cuándo dejarlo, Lazhar. Todo está en las últimas y no puedo permitir que alguien tan valioso como tú se pierda si todo acaba explotando.


- Es mi deber. Es mi decisión, Maestro. No voy a...

En aquel momento, Kalervo y Theron se levantaron e interrumpieron a los dos paladines. El brujo, con los brazos en jarras, se acercó a susurrarle algo al oído a Ahti, que tragó saliva y le brillaron los ojos. Después asintió.

- Me tengo que ir. Haz lo que quieras, pero intenta no morir.
- No voy a morir - afirmó Lazhar, asintiendo con la cabeza, firmemente.


Cuando el brujo y el paladín se alejaron hacia las tiendas que había en la parte de atrás del edificio arúspice, Lazhar suspiró y se dio la vuelta para dirigirse de nuevo hacia los portales. Había mucho que hacer, y poco tiempo. Sin embargo, cuando estaba a punto de bajar el ascensor, la figura de Kalervo apareció ante sí, con las orejas de conejo y el rostro lastimero, dos gruesas lágrimas cayéndole por las mejillas.


- Lazhar... tengo miedo. No te vayas aún. Quédate conmigo un rato para consolarme.


- Espera espera... - Lazhar interrumpió a Skadi, incrédulo - Si hay lucha, Kevo se viene conmigo, no puede aparecer ahí y decirme eso, porque entonces yo...
- Oye, esto SI es coherente - replicó Skadi, mirando al paladín con el ceño fruncido. - Si te lo hace a menudo.
- Ya, pero...
- ¡Ya pero nada! Además, Kalervo lleva los ligueros y se ha embadurnado la barriga con el relleno de una empanada de carne, ¡no puedes dejarle así!

Lazhar tragó saliva, sonrojándose otra vez, y miró alrededor.

- ¿Carne de empanada en su barriguita?

Skadi sonrió maliciosamente, asintiendo con la cabeza.

- Claro... y es tan mono... total, por un ratito no va a pasar nada.

Lazhar bufó y se fue al sofa. Ahti se había sentado y había puesto la tele, dándole a los botones del mando en los que al parecer había encontrado su divertimento. Lazhar acarició a los gatos, que acudieron a hacerle compañía. La chica siguió escribiendo, rezando para sus adentros por que la dejaran en paz de una vez. A veces era realmente engorroso ser esclava de los personajes, pero por otra parte, ella siempre les hacía putadas, así que no tenía motivos de queja.

- Acuérdate de poner que le azoto con saña, ¿eh? - dijo Ahti.
- Que siiiii.

Con los dedos sobre el teclado, Skadi se dispuso a cumplir con las voluntades de aquellas criaturas, mientras Lazhar y Ahti descubrían lo que era el fútbol y se daban cuenta de que les gustaba. No, no pegaban ni con cola, pero como amigos estaban bien.




- - - - - - - - - - 


((N. de la A: Dedicado a Myriam, por darme la idea sin darse cuenta. ¡Todos teníamos curiosidad por saber qué pasaría en un encuentro Ahti-Lazhar! Pues esto es lo único que ellos permiten que pase. Sexy no es, pero me he reído mucho escribiéndolo. Un beso! ))

miércoles, 3 de noviembre de 2010

10.- Accidentes

Cráter de Un'Goro, anochecer

Delamort y Beriel. Les miró, tendidos en el suelo, arrastrándose, mientras aún resollaba con fuerza. Tenía las armas en las manos, los dos sables. La sangre goteaba sobre el suelo. La sangre de sus compañeros, Delamort y Beriel.

- ¿Por qué?

Beriel, ladeándose, trató de mirarle desde el suelo. Su rostro quemado, ahora además estaba cubierto de sangre. Algunos de sus dientes brillaban como conchas marinas en el barro. Estaba lloviendo.

- ¿Qué... demonios te pasa, Ashra? - farfulló, llevándose la mano al costado. Aún tenía los pantalones bajados. Su miembro fláccido estaba sumergido en el charco.
- No hemos hecho nada que TU no hagas - escupió Delamort. Se sujetaba las tripas. Se le estaban saliendo.

Bheril aguantó la respiración. La sangre le ardía, le quemaba. La furia gritaba en su cabeza, chillaba con el agudo grito de los jabalíes, le nublaba la vista. Volvió la mirada hacia el chico.

Iryë estaba en el suelo, encogido y abrazándose las rodillas. Tenía el pelo sucio, los ojos rosados, vacíos, mirando a la nada.  Sangraba por la nariz y tenía marcas de golpes. Su ropa estaba junto a él, manchada de barro. Se metía los dedos en la boca para provocarse el vómito, temblando. "No hemos hecho nada que tú no hagas".

- Estaba gritando. Dijo que no. - replicó a duras penas, como única explicación, mirando a los dos hombres heridos. Aún tenía su sangre en la mejilla. - Lo gritaba, le escuché.
- Dioses, me muero... - Delamort vomitó sangre, intentando meterse los intestinos en su lugar.

Le habían visto llegar. Se estaban riendo. Les había visto. Les había visto, y ellos a él, le vieron alzar las armas y dijeron "no, no", igual que el grito de Iryë, con la misma desesperación. "No hemos hecho nada que tú no hagas". No tenían ni idea.

- Miradme a los ojos.
- No, Ashra, maldita sea, somos tus compañeros, ¡Solo ha sido un maldito accidente! - Farfulló Beriel, alargando la mano hacia su daga.
- No conozco a nadie que viole niños por accidente. ¿Vuestras pollas se os cayeron dentro sin querer? Miradme a los ojos, desgraciados.

Delamort iba a morir de todos modos, quizá sabiéndolo, buscando un rápido fin, se levantó y dio dos pasos hacia Bheril. Los sables silbaron, Beriel gritó y un chorro de sangre caliente le roció el rostro. El cuerpo del humano gordo cayó al suelo con estrépito, hundiéndose a medias en el fango y quebrando las ramas a su paso.

Beriel empuñó la daga y trató de apuñalarle. Le dio una patada en el pecho y fijó su mirada en la mirada oscura y aterrada del mercenario. El movimiento fue rápido, como el aguijón de un escorpión. Le atravesó el corazón y sacó el sable, dejando que la lluvia lo lavara.

Delamort y Beriel. Hijos de mala madre.

Observó sus cadáveres y escuchó el gruñido lejano del gran reptil, vio dibujarse su sombra tras el verdor difuso de la jungla. Limpió los sables en las hojas tropicales y los enfundó, restregó la lluvia sobre su rostro y sus manos para eliminar los restos de sangre. Luego se dio la vuelta y cargó con el chico y sus ropajes. Estaba helado. Los ojos rosas le miraron, vacíos.

- No quería - susurró el muchacho. - Esta vez, no. Ya no quiero con nadie más, estoy harto.

Los brazos se enredaron en su cuello como algas húmedas, y Bheril tragó saliva. Le cubrió con su capa y echó a andar a través de la selva. Los raptores pronto acudirían a dar cuenta de los cadáveres. Si Mueh'zala Atal encontraba los restos de sus compañeros...

- Iryë, si nos preguntan, no sabemos nada.

El chico asintió, con el rostro enterrado en su pechera.

- Vale. Los accidentes pasan.