jueves, 28 de octubre de 2010

El Escolta (XXX)

Subió las escaleras de seis en seis, en la torre vacía. Afuera, escuchaba el sonido del orden que se desmorona en las voces de los monjes, y por encima de ellas, la voz de Iorun, y por encima de ella, por encima de todo, el zumbido constante, el enjambre en los oídos, la tensión violenta.

Al irrumpir en la habitación de la lágrima, ni siquiera se preguntó por qué el Orbe no brillaba o qué demonios hacía Shorin en pie, si estaba muerto. El olor de la sangre le provocó una náusea de angustia. "Que no sea tarde", pensó una sola vez. Y después, la ira lo barrió todo.

Se arrojó sobre la criatura, que llevaba la espada ensangrentada en la mano, y golpeó con su acero, gritando el nombre del Custodio. Los restos del Jinete del Sol se tambalearon, pero no llegó a caer. Le había atacado al cuello, y el metal había hecho el mismo ruido que si lo hubiera estrellado contra una piedra, sin causarle ni un rasguño, ni una mella.

- ¡¡DEBERÍAS ESTAR MUERTO, DEMONIO!! - exclamó.

El rostro demacrado de Shorin se quebró en una siniestra sonrisa de dientes afilados, puntiagudos. Un cloqueo áspero, como una risa, surgió de su garganta cercenada. Vio un atisbo de toga blanca sobre un charco de sangre y creyó enloquecer, el corazón empezó a golpearle con violencia en el pecho. Se defendió de su golpe y se movieron por la estancia, el Jinete con torpeza y duro como la piedra, imposible de derribar, Velantias con rapidez, buscando los huecos, tratando de herirle sin obtener más resultado que el cansancio y la frustración cada vez que alcanzaba su carne que parecía hierro.

"¿Qué hechicería es esta?"

Velantias nunca se había enfrentado al Jinete del Sol en persona. Y sabía que lo que tenía delante había dejado de ser él, hace mucho tiempo. Vio los grilletes brillando en sus muñecas con un resplandor purpúreo, frío y desconocido. Vio la hoja del Jinete descender hacia él y la detuvo con el escudo, lanzando otro golpe más, reculando para evitar que el impacto le desestabilizara.

"No voy a fallar más, no voy a fallarte, estoy aquí, aguanta Allure"

El cuerpo yaciente del Custodio aún temblaba, agitando los dedos en dirección al Orbe, que había rodado cerca de él cuando Velantias abrió la puerta. Shorin levantó su mandoble con ambas manos, y Velantias retiró el escudo, descubriéndose por completo. Y el Jinete golpeó.

La espada oxidada cayó sobre el suelo con estruendo, haciendo saltar esquirlas de las baldosas de mármol. Velantias, que se había apartado rápido como el rayo, atacó, golpeando los grilletes violáceos en las muñecas del cadáver alzado, reuniendo todas sus fuerzas y rezando para sus adentros.

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Abajo, en la playa, Iorun escuchó gritar a Coreldin y desplomarse en el suelo, con los ojos en blanco. Los monjes, apretados unos contra otros en círculo, aguantaron la respiración. El anciano golpeó al Honorable en la sien con el bastón, un par de toques, y suspiró.

- Levantadle y llevadle adentro - dijo a los monjes. El Guardián nos dirá qué hacer con él. - Después se volvió hacia Shulkar, que parecía realmente sorprendido con lo que estaba sucediendo - ¿Sabías algo de esto?
- ¿De qué? Ni siquiera entiendo nada ahora.

Iorun asintió, volviendo el rostro ciego hacia la torre.

- Todo se arreglará.

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Cuando el cuerpo sin vida de Shorin Jinete del Sol se desplomó sobre las baldosas, una humareda púrpura brotó de su cuerpo, que yacía inmóvil, cuarteándose en cenizas y deshaciéndose como si fuera un montón de polvo. Los grilletes habían estallado con el impacto del acero del escolta, y la espada cayó al suelo cuando, sin detenerse a contemplar el macabro espectáculo de descomposición, Velantias se arrodilló junto al cuerpo de Allure.

- Estoy aquí - le apartó los cabellos, poniéndole una mano sobre la herida que le atravesaba el vientre - estoy aquí, todo se arreglará. Aguanta. No te duermas.

Desde la puerta abierta, la claridad entraba a raudales en la sala, tiñéndola de gris. El rostro del Custodio siempre había sido blanco, pálidos hasta sus labios, pero ahora además estaba frío. Le apartó las trenzas hacia un lado, rozándole la mejilla con los dedos. Estaba salpicado de su propia sangre. Empapaba la toga, tiñéndola de rojo, se deslizaba lentamente sobre el suelo, y la mano de Velantias no conseguía evitar que siguiera brotando.

- Has vuelto...

Los ojos del chico se fijaron en los suyos. De nuevo, parecía un niño asustado y grave, como aquella mañana de su investidura... solo que aquel día, las flores rojas que le engalanaban eran las que se escapaban de sus venas, junto con su vida. "Esto no puede estar pasando. Esto no puede suceder". Velantias le abrazó con fuerza, le besó en los labios, le agarró la mano.

- Nunca me voy... ni siquiera cuando lo hago - la voz le salía ahogada, estaba aterrado, temblando por dentro - No te dejaré nunca más. Nunca más.
- Has vuelto...

La sonrisa del muchacho despertó, débil y cansada. Suspiró profundamente, y los párpados cayeron, las pestañas rubias se cerraron, velándole la visión de sus ojos azules como el firmamento claro. Velantias palideció y le zarandeó con suavidad.

- Allure... Allure... no te duermas.

El chico no se movió. No volvió a respirar. No dijo nada más, ni le apretó la mano.

- No te duermas. Despierta.

"No puede ser. Esto no puede pasar." Le palmeó el rostro con suavidad.

- ¡¡¡Allure, no te duermas!!!

Entre las lágrimas, le agitó, le tiró del pelo, le abrazó, apretándole contra sí. Quería que le abrazara también, pero no lo hizo. Quería que abriera los ojos y le dijera que estaba bromeando, poder enfadarse con él por asustarle así. Levantó su mano inerte y se la llevó a la mejilla, pero al soltarla, los dedos de Allure se descolgaron hacia el suelo, fláccidos y sin vida.

Nada le había dolido tanto, nunca. Fue como un soplo fatal de frío cortante que se escurrió en su interior, donde todo empezaba a agrietarse y a convertirse en cenizas. El suelo había dejado de ser sólido y el mundo perdió todo sentido. Le estrechó, sollozando con los dientes apretados y los ojos cerrados con fuerza, incapaz ya de disimular nada, de contener nada, de reprimir nada. Le estrechó y le acarició el cabello con los dedos manchados de su sangre, el paladar inundado con ese olor metálico y dulzón.

- No, por favor... esto no... por favor, no te vayas...

Velantias nunca había suplicado. Ahora lo estaba haciendo. No sabía a quién ni a qué, pero lo hacía, encomendándose a las fuerzas que no estaban a su alcance y nunca lo habían estado. "Por favor, no, por favor, por favor, no me lo quitéis, no puede ser tarde, no puede ser demasiado tarde".

Algo rodó por el suelo y chocó contra su pierna, deslizándose a través de la sangre aún caliente de Allure. Un tintineo lejano, casi musical, sonó en la habitación, muy leve, casi inaudible. Con la mirada vacía, Velantias estiró los dedos para recoger el orbe y lo sostuvo frente a sí, entre la cabellera de oro pálido de aquél a quien amaba, temblando como un chiquillo. Era una bola de vidrio sin más. No había nada especial en ella. Ni un ápice de luz, sólo un maldito globo transparente.

Pero en aquel momento, Velantias estaba dispuesto a cualquier cosa, incluso a depositar su fe en un trozo de cristal.

- Devuélvelo... tráele de vuelta...no dejes que se vaya - dijo, sin fuerzas para sentirse estúpido ni ánimos para sonar más convencido. - No soy más que un elfo con una espada... yo no soy Allure, y no tengo a Belore conmigo. Ni siquiera sé rezar. Pero te daré cualquier cosa, mi vida, mi alma, lo que sea, si puedes traerle de nuevo. Es lo único que he amado nunca, es lo que más me importa. Si él está en este mundo, entonces merece la pena cualquier cosa... por favor, haz que despierte.

El orbe estaba frío. Podía ver el reflejo de su propia mirada en él. Era sólo una maldita pelota, siempre había sido solo eso, en realidad era Allure quien...

Velantias parpadeó.

"Tendrás que protegerle de sí mismo"

Dejó al chico en el suelo y corrió hacia la puerta, escurriéndose en la sangre, anclándola desde dentro. El lugar se llenó de oscuridad. Tenía el Orbe en las manos y sabía lo que tenía que hacer.

- ¡Allure! - gritó, como si pudiera oírle - Yo no soy tú, pero si te marchas, tendré que serlo, aunque sea para traerte de vuelta.

Sostuvo el Orbe entre los dedos y empezó a rezar, llamándole en su mente y en su corazón, con la rabia de la desesperación y la insistencia de la que siempre había estado orgulloso.

- Tú eres el Orbe del Sol, su luz era la tuya, la mía, la de todos. ¿Por qué has dejado de creer? Es culpa mía, por haberme marchado otra vez, es culpa de Shorin por no estar muerto, por haberte aterrorizado, pero ya no tienes que tener miedo. ¿Me oyes? Ya no tienes que tener miedo. Vuelve. Vuelve. Sé que vas a regresar, tienes que hacerlo, lo harás aunque tenga que traerte a rastras.

Jamás había estado tan seguro de nada. Una suave luz se encendió dentro de la esfera cristalina y volvió a escucharse un tintineo.

"Vuelve, vuelve... no te rindas, no te marches. Vuelve."

Y la pregunta apareció en su mente, en su cabeza, resonó en su alma, su corazón y sus oídos.

"¿Qué estás dispuesto a entregar?"

- Todo - respondió en voz alta, sin vacilación alguna.

La Luz del Orbe se volvió más intensa, bailó, destelló y se convirtió en un resplandor dorado, fulgurante. Velantias apretó los labios y suspiró, recordando cada instante, invocando la sonrisa del joven sacerdote, su mirada clara, la modulación exacta de su voz, el tacto de su piel, la manera en la que enlazaba los dedos sobre el regazo cuando se sentaba, dejando los meñiques libres y flexionados y las palmas vueltas hacia abajo, cada una de sus palabras y sus gestos.

El cristal vibraba entre sus dedos manchados de sangre, y la energía refulgía en la habitación, arrancando destellos cambiantes a los relieves de las paredes, al cuerpo inerme del Custodio.

"Vuelve"

Velantias apretó el Orbe con fuerza y lo encaró hacia el cadáver de Allure. La Luz besó los restos del Jinete del Sol, las volutas de humo púrpura que aún se enredaban sobre ellos, y desaparecieron en un haz dorado y cálido. La sala se llenó con campanas graves y profundas y cascabeles delicados, un estruendo sinfónico que cantaba sobre un amor verdadero, sus alegrías y sus pesares, sobre la comunión de las almas y la necesidad de aquel otro que completaba y daba sentido a su existencia, que se había hecho imprescindible, estuviera cerca o lejos.

"Vuelve"

El Escolta entrecerró los párpados, el suelo temblaba bajo sus pies. Y un destello intenso le cegó, dejándole sin aire y deteniéndole el corazón en el pecho, cuando la sinfonía pareció intensificarse en un crescendo glorioso que desató una oleada cálida y efervescente.

Velantias salió despedido hacia atrás y se golpeó contra la pared. Intentó recuperar el aire, con los ojos cerrados y la conciencia anegada de estímulos. Se sentía como si hubiera engullido la primavera.

"Vuelve", acertó a invocar una última vez. Y después, se desmayó.

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