jueves, 14 de octubre de 2010

8.- Maldición

- Entonces los espíritus se reunieron en el Claro y discutieron largamente sobre lo sucedido con sus descendientes, aquellos que habían iniciado el culto de la sangre al Dios. Eran sus hijos, dijeron, no podían abandonarles, dijeron...

La hoguera brillaba, llamas rojas y amarillas dándose la mano y bailando. Haari estaba contando una historia, y los demás la escuchaban, sentados en círculo. Solo la voz de la Zulfi, el crepitar del fuego, los grillos cantores y la piedra de afilar de Delamort pasando sobre las dagas una y otra vez. Iryë bebía esos sonidos, arrebujado en el chaquetón y perdido en sus pensamientos confusos y danzantes.

- ...y por eso aguardaron, mientras los Gurubashi derramaban la sangre sobre los altares y sacrificaban a las castas bajas para que el Terrible les diera a cambio el poder, para que ensalzara el Imperio como antaño, hasta que fuera el más grandioso en la selva. - la voz de Haari era melódica y rasposa. - Pero algunos consultaron a los Loa y supieron que aquello no era bueno. Que el Dios solo quería volver al mundo y devorarlo todo en su hambre sin fin. Por eso se marcharon, e hicieron la guerra a sus hermanos.

El chico frunció el ceño. Delamort y Beriel le estaban mirando. Últimamente le miraban mucho, esos dos humanos. Uno tenía la cara quemada, y el otro era enorme y con aspecto de animal; los huesos de su rostro marcados y la boca grande, de dientes desiguales. Sus ojos estaban llenos de inquina y le hacían sentir incómodo. Hubiera querido quedarse a terminar de oír la narración de la trol, pero sus miradas inquietas y la ausencia de la miel le hicieron levantarse al fin y marcharse con pasos ligeros, saliendo del círculo y acercándose al rincón distante del campamento donde el elfo lobo siempre se apartaba de los demás.

Estaba anocheciendo y la sierra del Espolón era un montón de pinos negros bajo las montañas, coronada por el cielo despejado que se pintaba de azul índigo. Iryë sabía que entre los árboles corrían ardillas, pero allí arriba, en las laderas, solo había matojos secos, alguna encina solitaria, musgo y bichos. No le costó encontrar al elfo lobo. Vestido de oscuro, con las brillantes espadas clavadas en la tierra, estaba sentado entre dos raíces, con una de esas botellas de porcelana blanca entre las manos. Tenía una pierna estirada y la otra flexionada, la cabeza reposando en el tronco y los ojos entrecerrados. Cuando llegó a su lado, se sentó a horcajadas sobre la nudosa raíz, sin mirarle.

Ashra bebía en silencio, mirando alrededor de vez en cuando. Iryë contó estrellas. Le gustaba mirarlas mientras se encendían, una tras otra. No tenía necesidad de hablar, ni nada que decir: estaba donde quería, sin más motivo que el deseo de compartir su presencia con el elfo lobo de miel en el pelo, que parecía en otro mundo.

Treinta y seis astros brillaron antes de que Ashra abriera la boca.

- Le mataré - dijo, sin más. - Algún día le encontraré, y le mataré.

El chico volvió la mirada al cielo de nuevo. Ashra parecía un lobo de verdad, ahora sus ojos quemaban y no había calidez en ellos. Eran duros y afilados como colmillos.

Treinta y nueve, cuarenta, en el silencio.

- ¿A quién?
- Dudo que te importe.
- Cuéntamelo, aun así. - cuarenta y uno -  Las historias de la Zulfi siempre son de trol.

De nuevo se quedaron callados. El lobo volvió a beber, y el árbol agitó las ramas. Empezaba a refrescar y allí no había fuego, solo oscuridad y grillos haciendo cri-cri.

- Me destruyó y maldijo las cenizas después de quemarlo todo - la voz de Ashra era un susurro cortante, rezumante de odio. - me apaleó hasta que no pude levantar la cabeza más, y sembró de espinas el mundo a mi alrededor... maldito sea. Me rompió hasta el tuétano. Ojalá que todos los dioses de Zulfi le devoren las entrañas eternamente por sus pecados.

Iryë se volvió a mirarle, arrugando la nariz. El mercenario miraba hacia adelante sin ver, con el gesto amargo. Cuarenta y tres.

- ¿Se puede hacer eso a la gente?

Ashra rió entre dientes, una risa sin alegría, llena de filos y de escarcha.

- Sí que se puede, niño... y tanto que se puede.
- ¿Cómo?

El lobo se terminó la botella y la dejó a un lado. Siempre hablaba raro cuando había bebido, y olía fuerte, como a fuego.

- Escoge a un idiota y conviértete en alguien importante para él - dijo Ashra. - Gánate su lealtad, su amistad... hazle creer que eres su familia y él es la tuya. Después, embauca su corazón y utilízale para lo que te venga en gana. Nunca pienses en él, en lo que siente o a qué aspira, piensa solo en tí. Y luego abandónale. Mata a su padre y destruye a su familia, márchate lejos y pon precio a su cabeza. Miente y amontona todo lo que un día fue, ensúcialo, machácalo y quémalo. Arrebátale su vida y la de todos los que fueron importantes para él; después, siéntate a mirar. La mejor parte es cuando el idiota se da cuenta de que todo era un engaño.

Iryë parpadeó, ladeándose en la raíz del árbol.

- Parece una receta de cocina.
- Quizá lo sea. Cómo cocinar una ruina.

El chico arqueó las cejas y puso los pies en el suelo, yendo a sentarse sobre sus piernas. Ashra le miró de reojo, con los ojos de lobo. No le daba miedo. Quizá un poquito, pero no el suficiente. Había visto cosas peores que él.

- La persona que te hizo eso, ¿está sentada mirando?

Ashra hizo una mueca de asco.

- Ni siquiera creo que lo haga. Me parece que no tengo más valor que un gusano para él, no soy algo a tener en cuenta.
- Ah - le tocó el pelo de miel y luego dibujó su nariz con el dedo. Tenía ganas de morderla despacio y de chuparle los labios, que sabrían a alcohol y le picarían en la lengua. - ¿Quieres vengarte mucho?
- Quiero vengarme todo.

Iryë sonrió. Sus ojos rosados brillaron en la noche.

- ¿Qué le deseas?

Ashra apretó los dientes y le miró fijamente. Casi podía degustar el odio incendiario detrás de su mirada. Su piel estaba caliente, le quemaba el corazón y la sangre aquella fuerza terrible y destructiva.

- Que se hunda... que se hunda en el infierno y los abismos le consuman desde dentro - susurró entre los dientes apretados, cerrando los dedos férreos en la pierna del muchacho. Sus palabras eran veneno e invocación - Que toda su nobleza se recubra de tal deshonra que se vea desde lejos. Que su altivez se rompa con el sufrimiento y la condena. Que todos los que ha amado le miren con lástima y le den la espalda. Que sólo tenga odio y compasión alrededor, que jamás pueda pisar su tierra, igual que yo. Que todo lo que le es querido arda, que todos sus logros se conviertan en vergüenza y brillen con el verdoso resplandor del veneno. Que su semilla sea maldición y sequía, que su tormento sea largo hasta que llegue la muerte. Que se pudra su estirpe y su alma sea devorada lentamente. Que todo lo que es quede arrasado, y ni siquiera tenga consuelo en las cenizas. Que un día, entre la desesperación y el abandono a la miseria, arrastrándose por el suelo como un despojo, pueda mirarme y ver lo que me ha hecho... y sepa que destruyó lo más sagrado. Y que por eso, estará condenado eternamente cuando le envíe al torbellino, del que nunca debió salir.

Las estrellas eran ya incontables, y el cielo sin luna titilaba. Iryë no había borrado su sonrisa, y el lobo temblaba de tensión contenida. Cuando el chico le echó los brazos al cuello, aún tenía la mirada perdida en alguna parte, rezumando una ira virulenta y contenida. Pegó los labios a los suyos.

- Olvídale - susurró, lamiéndole los labios. Picantes. - Te he visto agitarte cada noche, maldiciéndole. Te he visto hablar con espectros, ebrio y temblando, como ahora. Dime su nombre y olvídale.

El elfo lobo le miró directamente, no se había quejado por su cercanía, aún tenía los dedos fijos en sus muslos. Entre las sombras de la noche, su cabello parecía más oscuro y su rostro estaba ensombrecido. Sus ojos eran ascuas de cobalto.

- No puedo hacer eso... ¿Por qué quieres saber su nombre? - replicó, en el mismo tono bajo, inaudible. - ¿Por qué quieres que le olvide?

Iryë le rozó la nariz con la suya, respiró sobre su boca.

- Dame su nombre para que pueda comerlo, y olvídale para que puedas ser libre - insistió, bañándole los hombros con sus cabellos - Dame su nombre para que pueda comerlo... y el tuyo, para que pueda abrazarlo. Dame su nombre para que pueda maldecirlo... y el tuyo para que pueda recordarlo.

Ashra entrecerró los párpados cuando le besó, llevando las manos a sus cabellos para apartarle al cabo de un instante. Apoyó la frente en la suya y la mirada abrasiva le golpeó, casi podía sentirla cortándole por dentro.

- Se llama Iranion Lamarth'dan - respondió en un susurro - y yo soy Bheril Hojazul, perpetua víctima de su existencia. Traicióname, descubre mis secretos a otros, y desearás la muerte, por muy niño que seas.
- No te traicionaré jamás - dijo él, sin apartar la vista, enmarcándole el rostro con las manos, y volvió a sonreír. - Me comeré su nombre, le olvidarás y te liberaré... y entonces siempre estaremos juntos. Siempre.

Antes de que Ashra pudiera responder, le cerró la boca con la suya, estrechándose contra su cuerpo. En algún lugar, un fuego fatuo bailó sobre una tumba y se apagó repentinamente. La hoguera de los mercenarios se inflamó por unos segundos, y Haari, que estaba terminando su relato, guardó silencio por un momento.

Algo se había agitado muy profundo, y siguió con la mirada un soplo de viento. Los espíritus estaban inquietos.

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