viernes, 8 de octubre de 2010

5.- Roto y descosido

El cielo estaba lleno de estrellas. Había intentado contarlas muchas veces, pero nunca era capaz. No le salía. Estaba sentado cerca de un fuego, con aquella gente, agarrado de la capa del elfo lobo de los ojos azules, con los dedos crispados. El elfo lobo había intentado desasirle los dedos de ella con sus dedos grandes y calientes, pero Iryë se asustó de nuevo y había empezado a llorar y temblar, emitiendo un sonido extraño que parecía un aullido agudo. El elfo lobo, entonces, le dijo cosas que no entendía en un tono suave y cálido y le secó las lágrimas con sus dedos grandes y calientes.

Ahora, ellos hablaban. Él estaba sentado, pegado al elfo lobo, agarrado a él, mirando al firmamento. No entendía nada de las palabras que hablaban. Le habían dado agua y había comido algo que crujía y sabía a picante. La trol con colmillos y el hombre del parche decían cosas, el elfo lobo decía cosas. Su voz le gustaba más que las otras. Las otras sonaban a no estar muy contentas. Volvió a contar estrellas. Una, dos, tres... ciento ochenta y nueve... trecientas doce...

De pronto, todos le estaban mirando. Bajó la vista y dio un respingo, estrujando la capa entre los dedos y apretándose contra el elfo lobo, que se puso tenso enseguida. Él le cogió por los brazos y le volteó suavemente para mirarle. Iryë se echó a temblar una vez más. Miedo. Miedo. Estaba asustado. No conocía a esos, pero le habían sacado de donde los otros. No le habían matado. Quizá le mataban ahora. Sus voces no parecían muy contentas. Fijó la vista en los ojos azules y se tranquilizó un poco, intentando escuchar lo que le decía, entenderlo.

- ¿Comprendes thalassiano?

Frunció el ceño. Sí. Entendía esas palabras, pero no sabía como responder. El lobo elfo no era rudo. Le sostenía por los brazos pero no apretaba. Tenía una raja en la cara, y los ojos calientes, como caldo azul oscuro, sopa de flores índigo. Tenía el pelo de miel. A lo mejor sabía dulce, si se comía su pelo, pero no creía que le dejara. Aun así, alargó los dedos temblorosos y le rozó los cabellos. El lobo elfo se tensó más, le cogió la mano y se la apartó con delicadeza. La troll dijo algo, el hombre algo más.

- ¿Te llamas Iryë? - de nuevo habló el elfo lobo. Se había quitado las hombreras, ya era sólo elfo.
- Iryë - respondió él.

Cuando le soltó los dedos, volvió a llevarlos a la miel. Era suave. De nuevo le apartaron la mano. Se acercó y sacó la lengua para chupar un mechón que se escurría por el hombro del elfo hasta el brazo, mientras él estaba ocupado diciendo cosas a los otros y escuchando las que los otros le decían. Consiguió atrapar los cabellos entre sus labios y apoyó la cabeza en el brazo del elfo, succionando el mechón, que le colgaba por las comisuras. No era dulce. Sabía a sal y a pelo. En algún momento, el elfo se dio cuenta de lo que hacía y le quitó la miel de la boca.

Dijeron más cosas y dijeron más cosas y dijeron más cosas y dijeron más cosas. Hablaban y hablaban sin parar. A veces le miraban. Cuando le dio sueño, se acurrucó bajo el brazo del elfo lobo y se acomodó para dormir, con la cabeza sobre su pierna. El elfo no le daba miedo. Sabía que no le iba a hacer nada. Todo el mundo dejó de hablar cuando hizo eso, y le agradó, porque en ese silencio se durmió enseguida.



Nunca falta un roto para un descosido: Este refrán es el fruto de la experiencia de que todos los individuos, de cualquier especie, por raros que sean, pueden encontrar un ambiente apropiado a sus particularidades. El DRAE,  18ª Ed.,  se hace eco del ambiente peyorativo que generalmente refleja el dicho, al dar la explicación de que mediante él «se da a entender que los pobres y desvalidos suelen hallar alivio y consuelo entre los que igualmente lo son. Lo suele decir como en desquite la persona que por su escaso haber o poco mérito se ve desdeñada. Aplícase también cuando se unen dos personas que son tal para cual». 

Extraído de http://definicienciapopular.blogspot.com

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