jueves, 16 de septiembre de 2010

Recuerdos de Estío - III

Como te he dicho, no era la primera vez que recibía una carta por esas fechas, y no fue la única. ¡Pero una carta tuya! No lo pude comprender. Aún hoy me cuesta. Que después de todo lo que te habíamos hecho, de todo lo que yo te había hecho, salvando aquel pequeño paréntesis de civismo en el que fui capaz de tratarte bien durante escasos días tuvieras alguna clase de sentimientos tiernos o romántico encaprichamiento conmigo era aún más confuso que todo lo demás. Una parte de mí te despreciaba por ello. Débil, cobarde, víctima y además, adicto a su agresor. ¿Qué clase de sinsentido era aquél? Y sin embargo, guardé la carta. Confieso que aún la tengo. Igual que la despreciaba por su ingenuidad, la apreciaba por lo mismo.

Y no es eso todo lo que tengo que confesar. De alguna manera, durante todo el invierno me esforcé con más ahinco aún en la magia, movido por la desesperación de superarte el verano siguiente, porque por supuesto, pensaba volver al curso de Falthrien. Aun sin saber con certeza si irías, yo estaría allí. Incluso antes del Festival del Amor y la carta de Galletita, cuando no pensaba en ti, estabas presente, invisible, en mis motivaciones.

Por eso, cuando de nuevo llegaron las vacaciones, con un nudo nervioso en el estómago, regresé a Falthrien. Algunos de los antiguos compañeros, igualmente, acudieron a la escuela, unas pocas caras nuevas se les unieron. Y tú también regresaste, un poco menos asustado y con más propensión a fruncir el ceño. Cuando te vi el primer día, más erguido y con la mirada limpia, en terreno ya conocido, tuve esperanzas. Pensé "esta vez dará el paso". Sin duda tuviste la oportunidad, Fel'anath, maldita sea, la tuviste. En mi mente la recuerdo con tanta claridad como si fuera hoy, la decepción amarga que me provocó ver cómo arrojabas por la borda toda esperanza de liberarte de tu situación, de la etiqueta de presa y escalar hasta ser un lobo.

Porque ese verano, el más duro de mi vida hasta el Azote, llegó a la Academia aquel otro chico, Velenisse. El huérfano con la piel estropeada, ¿te acuerdas de él? , decían que su padre era un trol porque su aspecto era raro y terrible, con aquella nariz enorme. Era aún peor que tú. No aplastarle era un pecado para Belore, dioses si lo era. Tú estabas allí cuando le teníamos acorralado y le empujábamos, con los tinteros abiertos. Le insultábamos. Le llamábamos goblin, cara de pájaro, engendro. Fel'anath, por todo lo sagrado, tenía joroba. Sus padres debieron haberle sacrificado al nacer en vez de suicidarse ellos, para librar a la raza de semejante aberración, debía ser destruido, o al menos, lo que entonces estaba en nuestra mano, dejarle bien claro lo que era y cuál era su sitio. Estaba encogido en el rincón, gimoteando como una alimaña. Yo os había traido a todos a la lapidación, especialmente a tí, porque era mi manera de liberarte. Lo hacía por tí, chico. Iba a pasar tu estigma a aquél otro, iba a darte la oportunidad de formar parte de los buenos. Pero no. No podías aprovechar la ocasión. Tuviste que interceder para que le dejáramos tranquilo. Sé que te asustaste ante mi reacción, porque todos los demás estaban encantados de hacerte un hueco en el rincón y bañarte a tí también con sus tinteros. La rabia me quemó por dentro al escucharte. Te puse el maldito frasco en la mano, gritándote. "¡Hazlo! Hazlo!". Sólo quería salvarte, ¿es que no lo entiendes?. Pero te negaste. Te negaste para defender al maldito monstruo desconocido, a saber por qué extraño designio del destino. "Bien, entonces ocuparás su lugar", dijo Salador, sacando a Velenisse lejos de la pared de un tirón.

¿Qué esperabas conseguir, chico? Maldita sea, no podía creer que fueras tan inocente. Porque tú lo viste, con tus enormes ojos agrandándose con estupor, viste al engendro, que no dudó cuando le ofrecieron a él el bote de cristal. Le habías defendido, le cediste la posición que yo te ofertaba, y él no tuvo reparos en aceptarla. La tinta corrió sobre tu rostro y se mezcló con las lágrimas, y aquella criatura abyecta no vaciló ni un momento. De hecho, estaba aliviado. Y tú... tú habías firmado tu afiliación de por vida al puesto de cordero sacrificial.

Me irritaste. Volví a odiarte, y emprendí el nuevo curso de verano con renovada furia hacia tí. En clase, seguías siendo condenadamente mejor que yo, lo cual enquistaba mi rivalidad. Fuera de ella, la resignación y el miedo se transformaron en odio y resistencia. Al fin reaccionaste un poco, aunque no de la manera que habría esperado. Tus palabras seguían siendo las mismas, pero el tono era claramente distinto, bañado en afilado rencor. "Dejadme ya, bastardos. Dejadme". Cada día, después del baño en el lago, la lapidación de barro o la tortura con ortigas, antes de marcharte con las mejillas húmedas, nos dedicabas a todos una mirada resentida, fría como el hielo y herida, sangrante.

Fue un verano terrible. No sabes la zozobra que he experimentado por tu causa. No sabes los pensamientos incontrolables que me asaltaban, impropios y absolutamente aterradores. No habías cambiado tanto desde el año anterior, sólo una huella más amarga en tus ojos y un aire desdeñoso en tu caminar. Femenino y precioso, y un poco menos niño. Pero ahora yo era consciente de que sentías algo por mí. Sorprendía tus miradas de cuando en cuando y veía el leve rubor en tus mejillas; alternaba los duros castigos con semanas suaves en las que intentaba volver a acercarme a tí. Pero aquello nunca sería posible. Tú ya eras un paria y te habías abrazado con terquedad a ello, desaprovechando toda ocasión de entendimiento. Los lobos y los conejos no se entienden, Fel'anath. Y aun así... aun así me importabas tanto que me planteé dejar de ser un lobo por tí.

No tienes ni idea de todo lo que he sufrido por tí, lo que he hecho por tí y lo que he estado a punto de hacer. A mediados de curso ya no podía más. Soñaba contigo cada noche. Se me ahogaba la garganta de tenerte cerca y no poder... no sé. Hablarte. Oírte reír de nuevo. Quería dejar de ser un lobo, pero no podía. Si me hubieras ayudado, si tú hubieras querido ser valiente, acercarte un poco, unirte a nosotros... no podía hacerlo, Fel'anath. Lo intenté, pero la jauría siempre está atenta a los movimientos de los demás, y aquellos que quieren escalar no pierden ocasión si el líder comete un error. Estaba atrapado. Atrapado, asfixiado, ahogado e incapaz de liberarme. 

La presión social se mama desde la cuna, chico. Yo la he respirado, la he bebido y he engordado alimentándome de ella. Ojalá me hubieras ayudado un poco, antes del último error, del último desastre.

Sé que eso sí lo recuerdas. Dudo que lo hayas olvidado, y ojalá fuera así. Tu rostro aquella tarde, después del golpe final, mientras todos los estudiantes golpeaban las balaustradas gritándote "llora, niña, llora" expresaba la absoluta desolación. Te arrasé. Soy consciente de ello. Y no sabes cómo me arrasó a mí lo que hice. Supe que había roto el cristal precioso definitivamente, que mientras siguiéramos en Falthrien jamás, jamás podría obtener nada de tí salvo desprecio.

Tus palabras aquella tarde, sencillas pero suficientes, me han acompañado muchos años.

Me das mucha pena.

Es lo que me dijiste antes de irte, tras la más terrible humillación pública que jamás... en fin. Sí, me arrepiento. Quizá no sirva de nada, pero me arrepiento. Aquel día enfermé, chico. Y enfermé más y más en los días siguientes, cuando no volviste a aparecer. Terminó el curso de verano y nadie sabía qué había sido de tí. Empecé a pensar que habría ocurrido una tragedia, pero no me atrevía a preguntar.

Ojalá las cosas hubieran sido diferentes, chico. De verdad. Ojalá hubiera sabido darte otra cosa que no fuera dolor, expresarme, hacer que me entendieras, ser valiente para dar algunos pasos. Ojalá no sea tarde todavía.

No tienes ni idea de lo que han sido estos años. De cuanto he aprendido. De todo lo que ha sucedido. De cómo te he recordado siempre, siempre, cada maldita noche. Pero te lo voy a contar.

(Continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario