martes, 28 de septiembre de 2010

1.- Haari

En el cielo rojo, apenas se podían ver las nubes. Volutas de humo negro, oscuro y espeso, ascendían desde la tierra quebrada y agonizante, entre las fallas abiertas de lava burbujeante y las oscuras construcciones que se elevaban aquí y allá, como huesos quemados despuntando en un cadáver que sangraba fuego. Haari tomó aire, llenándose los pulmones de ceniza y tosiendo a continuación. Sin duda, los Loa habían maldecido aquellas tierras.

- Vamos, vamos, moveos.

La fila avanzó unos pasos. Los Coyotes de Durotar habían montado las tiendas en una ladera escarpada, entre piedras con forma de colmillo y arena negra y volcánica. Eran pirámides de lino y pieles que se mantenían derechas a pesar de las rachas de viento abrasador, unas junto a otras, dispersas sin orden ni concierto. Frente a la cola de reclutamiento, un humano vestido de negro se sentaba delante de una mesa, escoltado por un enano y un orco que vociferaban y empujaban a los que ya habían sido atendidos y les apresuraban hacia el campamento.

Mientras aguardaba su turno, Haari contempló a los combatientes. Algunos afilaban sus armas, otros bebían o comían cerca de las tiendas y unos pocos se afanaban en montarlas. Todos estaban allí por dos motivos: El dinero y la lucha. Antiguos soldados, supervivientes de unidades arrasadas en la guerra, caballeros que habían perdido su honor, desterrados, delincuentes. Orcos, trols, enanos y humanos.

- ¡El siguiente! - bramó el hombre de la mesa, y sus dos compañeros repitieron la orden.

La fila avanzó de nuevo.

Las Estepas Ardientes eran el lugar más inhóspito que Haari había pisado en toda su vida. Ella estaba acostumbrada a las verdes selvas y el canto de los ríos, a escuchar el trino de los pájaros y seguir los rastros de los espíritus bajo cielos azules, junto a mares espumosos. Allí, en aquel lugar que vomitaba fuego y donde el viento estaba tiznado de hollín, los elementos se mostraban irascibles y agresivos. Y no sólo los elementos.

Mientras el reclutador tomaba nota de los nuevos, estalló una pelea cerca del campamento. Un humano rubio, de cabello largo y desgreñado y un orco vestido con cuero rodaron por el suelo, golpeándose. Desenfundaron las dagas y pronto se formó un círculo en torno a sendos combatientes, las voces elevaron el tono.

- Maldita sea. Garm, Berkin, encargaos - murmuró el hombre de la mesa.

El orco y el enano se acercaron a los dos combatientes, separándolos a duras penas y arrebatándoles las armas. Hubo un pequeño altercado entre los cuatro, pero algunos Coyotes más veteranos acudieron a echar una mano e inmovilizaron a los rivales, empujándoles hacia la ladera.

- ¡Largáos de aquí! ¡Estáis fuera! - exclamó el enano, que arrastraba una maza tan grande como él - No volváis. Si queréis mataros entre vosotros, lo hacéis ahí abajo, y que Ragnaros haga arder vuestra alma.

Haari se quedó mirándoles por algún motivo. Garm y Berkin ya se habían dado la vuelta y regresaban a su puesto junto a la mesa, ascendiendo por la cuesta. El orco, rezongando y golpeando las piedras con el puño, se marchaba, solo. El humano estaba parado, gruñendo y mirando con ojos inyectados en sangre al orco Garm mientras se alejaban. Apenas se movió, fue solo un amago de llevarse la mano hacia el costado. Entonces, repentinamente, algo silbó el aire y el humano cayó al suelo, con un estertor.

- ¡El siguiente!

El puñal brilló al abrirse la mano del cadáver, una hoja larga y retorcida. Garm se había dado la vuelta y apenas contempló un momento al hombre muerto. Luego siguió su camino, cruzándose con una figura alta a la que palmeó el hombro en agradecimiento.

La fila se movió. Haari fue empujada por el luchador que tenía detrás, de modo que avanzó un poco, sin apartar la vista de la figura alta, que caminó hasta el cadáver, le arrancó la daga del cuello y lo empujó con el pie para que rodara hasta abajo. Un charco de lava engulló al hombre muerto.

- ¿Como te llamas?

Era un elfo. Veía sus largas orejas entre el cabello cobrizo, despuntando hacia arriba. Estaba vestido con prendas de piel oscura y botas altas y flexibles, un arnés tachonado de metal y guantes con refuerzos. Limpió cuidadosamente la daga y se la guardó en alguna parte de la ropa, volviendo hacia el campamento. Haari pudo ver su rostro un instante. Ojos de color azul oscuro y una larga cicatriz en la mejilla.

- ¡Vamos, no tenemos todo el día, trol!

Ella parpadeó y volvió el rostro hacia el humano de la mesa.

- Haa'ri.
- ¿Qué sabes hacer? - dijo el tipo, mirándola.
- Soy cha...mán - explicó, buscando la palabra correcta en lengua orca. El humano la hablaba bien.

El hombre dudó un momento. Garm, sin embargo, se inclinó hacia su oído y le dijo algo en un susurro, mirándola con respeto. El hombre asintió y volvió a dirigirle la palabra.

- ¿Sabes luchar, no?
- Sé luch'á, sé san'á, fuerza de eh'píritus - explicó ella, vehemente, gestualizando.
- Bien, bien. Monta tu tienda. Recibirás la paga cuando hayamos terminado en la Montaña.

Haari asintió y se dirigió hacia el campamento. A ella nadie la empujó.

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