viernes, 10 de septiembre de 2010

El Escolta (XXVII)

Jamás había sido capaz de olvidar el tacto de sus cabellos. Nunca, la suave caricia de aquellos labios, aterciopelados como melocotones en primavera. En aquel instante, en el balcón, con los dedos hundidos en la melena sedosa de Allure y atrapando su boca bajo la suya, parecía estar recuperándolo todo en un momento. La noche enjoyada brillaba como esa primera vez, cuando conoció el sabor de aquel primer beso y los deseos de su corazón. El cuerpo elástico del custodio, cálido y acogedor entre sus brazos, le derretía por dentro como el arrullo de una madre.

Se entregaron al reencuentro con la desesperación de la larga ausencia, con las respiraciones entrecortadas mezclándose con la saliva y las lenguas enredadas buscándose con avidez, hasta que se detuvieron, sin aliento, tratando de controlar los latidos del pulso acelerado. Allure tenía los brazos enredados en su cuello, la nariz aplastada contra la mejilla áspera. Velantias mantenía una mano en sus cabellos y la otra en torno a su cintura, con la expresión en el rostro de un soldado a punto de cargar solo contra los enemigos.

Su mente parecía un avispero. La razón gritaba sus consignas mientras las emociones las rebatían, mezclándose en un sinsentido de pensamientos confundidos que le hicieron cerrar los ojos y suspirar, estrechando al Custodio contra sí.

- He cometido un error - susurró al fin.

Allure se separó repentinamente, sus ojos claros destellando en la oscuridad. Aún en la noche, su piel parecía recoger el brillo de las estrellas y devolverlo, luminosa como la luna de plata. Su semblante reflejaba confusión.

- Desesperé, Allure... - Velantias trató de explicarse, sangrando por dentro con una mirada grave. - Desesperé y tomé esposa.
- Ya me lo has dicho - respondió el Custodio en un susurro, frunciendo el ceño - Y no me importa.
- No puedo quedarme aquí, contigo.

Le había dolido cada palabra como un sablazo sobre el pecho desnudo. Habían sonado débiles y heridas, y al tragar saliva le pareció amarga como bilis. Allure levantó el rostro. Palideció un tanto y se giró hacia el balcón, apartándose las trenzas. Una mano blanca se detuvo en la balaustrada y su mirada se dirigió hacia el mar.

- Has dicho que no tienes vida - murmuró el chico. - Has dicho que no tiene sentido... ¿Y elegirás quedarte atrapado en eso, cuando lo puedes tener todo?
- No lo tendremos todo.

Velantias suspiró, la amargura cayó sobre su pecho y sus facciones se endurecieron. Estaba enfadado consigo mismo, lamentando sus torpes decisiones del pasado y la situación a la que les habían conducido.

- ¿No lo entiendes acaso? - insistió, en un susurro quedo y tajante. - No tendremos nada. ¿Qué se supone que puedo hacer? ¿Repudiar a mi mujer para quedarme aquí como Guardián del Custodio? Será un escándalo. ¿Y qué hay de Shorin? Si tomas otro Guardián, se preguntarán qué pasa con él y descubrirán que está muerto. ¿Crees que no nos acusarán? Pueden condenarnos a muerte, y a tí, si se enteran de... de todo lo que pasó mientras yo estuve en la torre, te sacarán de ella, no te quepa duda. Tendríamos que huir, y seremos...

- Y seremos parias y no tendremos nada, mas que a nosotros mismos - Allure se dio la vuelta, atravesándole con una mirada seria y trágica - ¿Y acaso no te basta con eso? Porque yo no quiero otra cosa.

Velantias zozobró. Sus palabras le hicieron tambalearse, suspiró y negó con la cabeza, dando un paso a su encuentro y poniéndole las manos en los hombros. La brisa agitaba sus cabellos negros.

- Allure... esta torre es un lugar mágico - empezó, manteniéndose firme pese a los sentimientos que le mordían por dentro. - Está lejos de todo... lejos de la gente, de los asuntos terrenales como... contratos matrimoniales, órdenes de busca y captura y todas esas mierdas. Este lugar es otro mundo. Y sé que aquí todo parece posible, pero no lo es. La realidad existe ahí afuera. Y en ella, no hay manera de que esto salga bien. La vida puede ser terrible, Allure, muy hostil, y acabar erosionando con sus sinsabores hasta los sentimientos más plenos, más puros. No nos merecemos ese futuro.

El Custodio le estaba mirando fijamente. Velantias sabía que él le escuchaba, y se sentía torpe al hablar, como si ninguna palabra expresara exactamente lo que quería decirle. Que estaba asustado. Que temía por él, por Allure, por que toda la belleza que habían compartido, todo lo bueno y hermoso que habían vivido, terminara ahogado bajo una capa de incomodidades, culpas y rencor que saldrían a la luz, estaba seguro, cuando llegaran los malos tiempos. Un custodio expulsado y deshonrado, un escolta degradado y odiado por la sociedad. Quizá acusados de asesinato, si se destapaba lo de Shorin. El mundo entero les daría de lado. ¿Donde iban a ir, qué iban a hacer?.

- Lo que he vivido aquí contigo, Allure... hace que valga la pena una vida entera de amargura - terminó al fin, con un susurro entrecortado y un nudo en la garganta. - Pero jamás te condenaré a la miseria. No arruinaré tu vida.

Allure sonrió y apretó los labios, con los ojos muy brillantes, anegados en lágrimas. Pese a aquella débil sonrisa, la tristeza solemne impregnaba su semblante. Asintió despacio. Velantias no le soltó los hombros, observando aquella mirada, tras la que latía algo que el muchacho no estaba revelando con palabras. "Parece que lo entiende". Aquello sería un alivio, porque él mismo no comprendía cómo era capaz de haberle dicho eso, de tomar una decisión así cuando todo lo que quería, lo único que quería, era estar con el joven sacerdote.

Pero Velantias era realista. Muchas noches había fantaseado con la posibilidad de regresar al paraíso, incluso esa misma noche. Sólo ahora, al hablarle así a Allure, se había dado cuenta de que era imposible. Su tiempo había pasado, y el destino, igual que les había unido, ahora les separaba. "Se acabó... esto se acaba". Tragó aquella certeza cual copa de veneno, sintiendo cómo le congelaba las entrañas y laceraba su corazón. Allure se pasó el dorso de la mano por las mejillas húmedas, suspiró y miró hacia el firmamento.

- Entonces has vuelto para decir adiós - susurró, muy débilmente.

Velantias estuvo a punto de romperse en dos. No respondió, pues aquella afirmación no necesitaba de una respuesta. Su alma gritaba, desgarrada por el dolor intenso de una verdad tan afilada, sin embargo no se inmutó. Cuando Allure volvió a mirarle, apartándose las trenzas hacia un lado y le mostró la sonrisa débil una vez más, sintió que no podría resistirlo y se abalanzaría a estrecharle de nuevo.

- ¿Recuerdas cuando te eché de aquí?

Velantias no pudo evitar una leve sonrisa. El brillo nostálgico en los ojos de Allure se reflejó en los suyos.

- No me dejé echar.
- Sí... - el Custodio pasó un dedo por la barandilla del balcón, distraídamente - No me hiciste ni caso.

Sus voces sonaban tenues, en susurros íntimos y melancólicos, terciopelo grave y seda delicada.

- Después me hiciste llamar, y no entendía nada - confesó Velantias.
- Yo tampoco... pero ya que no querías irte, lo único que podía hacer era darte la bienvenida. - El chico hizo el amago de una risa callada y se frotó la nariz con un dedo, el rostro ladeado. - Recuerdo que entonces me sentía muy solo, y estaba asustado. Tenía miedo de lo que habría de venir para mí.
- Lo sé... por eso no me fui - respondió el escolta, con un estremecimiento que supo contener.

Allure volvió a mirarle. Velantias tragó saliva, perdiéndose en aquellos océanos de azul celeste y tristeza líquida, con la sensación de tener una soga apretándole la garganta, mordiéndole la carne.

- Si esto es una despedida... - empezó el Custodio, ahogándosele la voz y sin poder completar la frase.

Velantias se acercó despacio, con el corazón retumbándole en los oídos, sintiéndose morir a cada segundo que pasaba, en aquella agónica cuenta atrás hasta que todo terminase. Quería arrebatarle más tiempo al destino, pelear por arañar aquellos instantes únicos que sabía que recordaría para siempre como los últimos momentos felices de su existencia.

Años atrás, Allure le había dado la bienvenida con un beso. Ahora, con su rostro entre las manos callosas y las lágrimas pateándole los ojos, negándose a derramarlas con tozudez, era su turno de despedirse como el Custodio merecía. Antes de que el chico reaccionara, se inclinó lentamente y volvió a cubrir sus labios con los suyos, en un gesto preñado de emociones encontradas. Allure tembló y ahogó un gemido doloroso, hasta que finalmente, sus manos suaves retornaron a enredarse en su nuca y respondió, entreabriendo los labios y correspondiendo sentidamente.

La noche no sería eterna, pero no pensaba desaprovechar ni un segundo de ella, y estaba dispuesto a entregarle todo su amor, todo su sufrimiento y todo cuanto él era una vez más. La última.

No hay comentarios:

Publicar un comentario