martes, 13 de abril de 2010

El Escolta (XXVI)

Grandes cambios, sin lugar a dudas. Mientras se afanaba en una rápida carrera para alcanzar a su esposa y su suegro, escuchaba la voz de Allure, que les mostraba su hogar con el mismo entusiasmo de un niño. No había pasado tanto tiempo, quince años no eran nada, pero el Custodio parecía aún más joven que cuando le conoció. Para Velantias, aquellos años habían pasado como en un letargo, como en otra vida que no era la suya. La suya...

"La mía se quedó con él, como le prometí", comprendió, deteniéndose y aminorando el paso hasta unirse al grupo, que se había detenido delante de la puerta de la biblioteca. Estaba más repleta de lo que nunca había recordado.

- Los monjes trabajan aquí - explicaba Allure. - Casi todos ellos son excelentes copistas. Hemos ampliado la biblioteca a todos los géneros.

Un par de elfos de cráneo pelado alzaron la vista y sonrieron a los visitantes. Lord Albanys parecía francamente impresionado.

- Pensaba que sólo había textos sacros e históricos en la torre, Honorable Señor - murmuró.
- Así era antaño. Ahora tenemos de todo. Hay muchas novelas, narraciones de aventuras, poesía...
- ¡Oh! Poesía - Selayne se giró un poco y sonrió a Velantias - Mi marido es un gran aficionado al género.

No le devolvió la sonrisa. Y nadie dijo una palabra. Allure carraspeó y se dio la vuelta, igual de sonriente, igual de dulce, señalando hacia la escalera.

- Os mostraré vuestras habitaciones, están en la última planta.

Velantias reprimió un suspiro cuando el Custodio pasó por su lado, dejando el aroma a sándalo y flores que le despertaba un amago de sollozo en el pecho. Emerin y Selayne le siguieron, ella con el gesto confuso de no entender si había dicho algo malo, y el escolta cerró la comitiva, como era su deber. Ascendieron por los peldaños mientras Allure saciaba la curiosidad del arcanista con educada cortesía y un deje simpático, casi acogedor.

- Los monjes realizan muchas actividades aquí - iba diciendo - pero también dejamos un tiempo a la dispersión de la mente y el alma. Para muchos de ellos, ambas cosas son sinónimos. Al que le gustan las plantas, lo destino al jardín, si alguien disfruta cocinando, baja a las cocinas. La mayoría de las flores que adornan los templos de Quel'thalas en el solsticio provienen de la Torre Blanca. Nos gusta compartir.
- Cielos... no lo sabía.
- Es natural. Muchas cosas no se saben si no se preguntan... y otras ni siquiera entonces.

Ambos rieron y Velantias no pudo evitar un gesto de extrañeza al ver la complicidad que se fraguaba entre su suegro y el Custodio. "Vivir para ver", se dijo. Llegaron a la planta superior, y el joven empujó los grandes batientes blancos ante los que tantas noches, Velantias se había detenido sin saber qué hacer. Casi se le cayó el alma a los pies al encontrarse que la conocida habitación de Allure, hogar de tantas vivencias compartidas, ya no existía. Ahora había cuatro camas, de buena hechura, mesitas, baúles, dos escritorios, una alfombra... una habitación de invitados, dividida en dos por un biombo que se encontraba plegado en la pared del fondo.

- Estos son los aposentos para aquellos que vienen hasta la Torre. Lamento no poder proporcionaros habitaciones individuales o...
- Oh por Belore... es más que deliciosa - interrumpió Emerin, mirando alrededor.
- Espero que os encontréis cómodos.

Allure se hizo a un lado y dio un par de pasos atrás, mientras el padre y la hija entraban en la estancia y se maravillaban con las pinturas de las paredes, la bella alfombra y la hermosura de los cabeceros de forja. Velantias tragó saliva. Le tenía al lado. Solo tenía que alargar la mano para tocarle, y tensó la mandíbula, intentando ignorar el poder de su presencia cercana, la violencia con la que todo su ser parecía tenderse hacia el joven, cuyo perfume le cosquilleaba en la nariz. Percibió que él le miraba, y una corriente eléctrica le trepó por la espalda. "Soy gilipollas". Por un momento, una especie de fuerza pareció discurrir entre ambos, haciéndole consciente de que ambos estaban pendientes uno del otro, observándose aun sin mirarse.

- ¿Podremos ver el Orbe, Honorable Custodio?

La voz aguda de su esposa le rescató, y Allure volvió a adelantarse para asentir, y después les guió escaleras abajo, hablando, riendo, conversando.

La tarde discurrió como un sueño, la cena en el refectorio de los monjes y después el saludo del Orbe al anochecer. Selayne y Lord Albanys parecían encantados, y cuando ambos se retiraron a la habitación, Velantias permaneció en la puerta, inamovible pese a la insistencia de su suegro.

- Me trajisteis aquí como escolta, dejad que cumpla mi trabajo.

Accedieron a duras penas, y cuando hubieron desaparecido de su vista, suspiró, aliviado. Con delicadeza, abrió la puerta de cristal que daba a la terraza y salió, midiendo sus movimientos para no hacer demasiado ruido con la armadura. La noche era clara, cuajada de estrellas. Deslizó la mano por la balaustrada, dejando que la brisa le besara el rostro, sintiéndose tentado de liberar el llanto ahora, mientras la nostalgia y los recuerdos se le anudaban aún más, estrangulándole. Reforzó su voluntad al escuchar los pasos suaves a su espalda y percibir la fragancia, la presencia de Allure, junto a él, en aquel balcón. Su balcón.

- Así que poesía.

No se volvió a mirarle. Era incapaz. La voz suave sonaba ahora íntima, algo acongojada, quizá temerosa. La suya era un susurro ahogado cuando respondió.

- Es culpa tuya. Acabé... aficionándome aquí.

Hubo un instante de silencio. Las suaves zapatillas de tela rozaron las baldosas, se escurrieron, caminando muy despacio a un lado y a otro. Le escuchaba respirar. Su olor, dulce y fragante. Si se concentraba, podría percibir desde qué posición irradiaba calor su cuerpo.

- ¿Por qué te casaste?

Crispó los dedos en la balaustrada. Un dolor agudo le atravesó el corazón de lado a lado y creyó que se mareaba. No sonaba a acusación. Sonaba a curiosidad, pero quizá Velantias hubiera preferido lo primero. La brisa le agitó el cabello de nuevo. Traía el olor del mar, salado, como una vasta colección de lágrimas.

- No lo sé...
- Nunca te has ido.
- No. Nunca me fui.

Susurraban. Aun no tenía fuerzas para darse la vuelta y verle, no podía así, ni ahora. Todo daba vueltas. "Esto es un tormento", se dijo, consciente de que él solo había entrado a la sala de tortura, se había maniatado al potro y había llamado a girar las ruedas.

- He hablado contigo cada día, como si nunca te hubieras marchado. Y eso me ha ido muy bien - un suspiro suave. - Liberé del voto a los monjes y todo empezó a ir mejor. Dejaron de obedecer a Coreldin, y el Venerable me ha ayudado mucho.
- Me alegro - Velantias sonrió a medias, aunque su voz sonaba triste. - Te has hecho muy fuerte.
- Es gracias a ti.

Ahora sí. Soltó la barandilla. Se giró lentamente y sus ojos se encontraron con la mirada azul del Custodio, con la solemne seriedad casi infantil y la honda pena en su mirada húmeda. Era como un rayo que le partía el corazón, porque Allure no había cambiado nada, y era como si todo pudiera volver a ser como entonces, aunque aquello fuera imposible.

¿O no?

Sí.

¿Por qué?

- Velantias, vuelve - un susurro quedo, las manos de Allure sobre su rostro, frescas, suaves, su voz casi inaudible, su cercanía que le hacía temblar, que le cortaba el aliento, y esta vez dolía... dolía terriblemente ...- Eres real.
- Nada... lo es. No es mi vida...
- Nunca te has ido.

Le miró. ¿Por qué sonaba tan decidido? Conocía la fuerza que emanaba del joven Allure, era la suya propia. Se la había legado, y él era ahora quien la poseía, esa seguridad, ese brillo en la mirada, la llama imperecedera de lo que significaban uno para el otro... la llama que ahora le tendía de vuelta. Apoyó la frente en sus cabellos, trémulo y mareado, las manos sobre sus hombros.

- No es mi vida - repitió.
- No. No lo es.
- Pero... me uní a una elfa.
- Yo maté a un hombre, y tú me amas a pesar de todo - replicó el Custodio, sin apartar los dedos de su rostro, con un murmullo quedo pero fluido, preñado de convicción.
- No es lo mismo...
- Qué mas da - replicó el chico, precipitadamente - Llevo años esperándote, puedo esperarte eternidades, puedo seguir amándote casado o no, qué importa nada. Vuelve, Velantias... mi escolta, vuelve a mí. Vuelve.

Allure alzó el rostro y le agarró de los cabellos, tirando. Velantias gruñó, rechinó los dientes, expulsó el aire y una sola lágrima se escurrió entre los párpados apretados. Las estrellas brillaban en un firmamento claro y despejado, el balcón estaba abierto y los cortinajes se agitaban suavemente. Encontró sus labios, y eran dulces como el primer caramelo de un niño, suaves y terriblemente anhelados. Su boca le recibió, sedienta, y se invadieron con la avidez de aquellos que han sufrido largas privaciones.

Velantias nunca se había ido, pero si Allure le llamaba, volvía, incluso aunque ya estuviera allí.

1 comentario:

  1. (La cuerda se queda al aire, vibrando, haciendo ondular el silencio...)

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