martes, 13 de abril de 2010

El Escolta (XXIV)

- Sé sincero. ¿Tienes una amante?

Velantias suspiró, apoyándose en el marco de la puerta del despacho. Se había levantado por la mañana y había entrado, como cada día libre, a escribir. Y allí había encontrado a su esposa, rebuscando entre sus papeles, pálida y ojerosa. "Mi esposa que se acuesta con su hermano", se recordó. No era tonto, les había pillado más de una vez, y nunca le había importado lo más mínimo.

- No tengo ninguna amante, Selayne.

Ella le miró, dolorida. Extendió los brazos y los dejó caer de nuevo. Tenía los ojos enrojecidos y aspecto desamparado, alli de pie, rodeada de todos sus legajos, desordenados y dispersados sobre el suelo y el escritorio.

- Nunca me tocas - murmuró ella, casi en un gemido, asediándole con su mirada.
- No necesitas que lo haga.
- Sé que el nuestro es un matrimonio de conveniencia, pero los hijos no se hacen solos.
- Selayne, ya hemos hablado de eso.

Velantias suspiró y dio un paso adelante, mirando sus escritos. La poesía. Él había conocido la poesía sin palabras, el arte sublime, la inspiración mayor. Nunca fue un gran lector de poemas pero Allure le había enseñado a apreciar el verso, y le había mostrado que había cosas bellas y puras que merecían ser loadas. Selayne tenía uno de ellos en la mano, que comenzó a recitar con voz temblorosa, mientras una lágrima esquiva le caía por la mejilla.

- "Como estrellas caídas son tus ojos, de cálido y celestial azur, que al devoto hacen postrar de hinojos ante el reflejo de tan limpia virtud"... ¿A quién escribes en tus horas de enclaustramiento, Velantias? ¿Quién es la dama?
- No tengo amantes - repitió él, mirándola con severidad. - Y mis poemas no son asunto tuyo.
- Son patéticos.

Se acercó y le arrancó el pergamino de la mano, sin mirarla. Se le había acelerado la respiración. ¿Como se había atrevido? Selayne sorbió la nariz, mirándole con tristeza. Luego habló, cada palabra una gota densa y gélida, llena de rencor y abandono, y los ojos clavados en él.

- Hago lo que puedo, Velantias... no sé como llegar a ti. No sé... no... es como si no existieras. Es como si no te importara nada.

Él no contestó. Tenía la mirada fija en el poema, y una suave sonrisa amenazaba con asaltar sus labios. Sí, eran patéticos, todos ellos. Él mismo se sentía patético. "Lo intenté, Allure", pensó, como si él pudiera escucharle, como si alguien pudiera hacerlo. "Sabes que lo intenté. Estuve días en esa maldita playa, días aporreando la puerta, gritando tu nombre. ¿Recuerdas cuando podías aún asomarte al balcón por un momento? Luego dejaste de hacerlo. Y ya no había nada, solo una torre cerrada, la arena y el mar".

- Te juro que no tengo ninguna amante, Selayne - respondió al fin, en voz baja. - Nadie comparte mis sábanas. No estoy mintiendo. Lamento no poder fingir mejor en nuestra vida en común, pero nunca me ha gustado fingir.

No era su vida, seguramente era la de otro. Como una especie de obra teatral, algo parecido, y él era muy mal actor. Selayne le miró con lástima, enterneciéndose un tanto. Sabía que ella le compadecía, y en otro tiempo le habría molestado, pero ahora él mismo se daba pena. La elfa le puso una mano en el brazo.

- Un cambio de aires nos sentará bien. Te acompañaré cuando escoltes a mi padre.

Velantias arqueó la ceja y la miró inquisitivamente. ¿Escoltar a su padre? Ella sonrió con cierta inseguridad.

- Verás, papá debe acudir a una importante reunión en la Torre Blanca. Es sobre la diplomacia entre los magísteres y los sacerdotes, intentan llegar a un acuerdo.
- ¿A la Torre?

El corazón le brincó en el pecho. Debía ser una broma de mal gusto, alguna aterradora jugada del destino. No podía ser. Selayne sonrió y asintió despacio, acariciándole el rostro con el dorso de la otra mano.

- Ya sé que no te gustan los sacerdotes y... todo eso. Pero dicen que la isla es muy hermosa, y además papá te necesita. Siempre es necesario llevar un escolta, nunca se sabe. Será un cambio de aires, saldremos de la ciudad, un viaje tranquilo... te animará. Nos ayudará. Quizá podríamos pedir una bendición al Custodio.

Su mente se había bloqueado, y por un instante, las emociones se confundieron en su interior. El miedo, la esperanza, la anticipación de la tristeza y la frustración... y había asentido. Estaba asintiendo con la cabeza, sin saber por qué lo hacía, mientras el corazón le martilleaba con violencia y rotundidad y el recuerdo de unos ojos de cálido y celestial azur le atravesaban el alma, tan vívidos como si hubiera sucedido hacía un instante. La risa efervescente de su ángel, su sonrisa deslumbrante. ¿Existía acaso la posibilidad de volver a verle? ¿Y si era peor para los dos, y si sufrían?

- ¿Entonces estás de acuerdo? - Selayne sonrió, incrédula.
- Sí. Estoy de acuerdo.

"¿Que he dicho?"

- Gracias

La elfa le abrazó, súbitamente emocionada. Él la rodeó con sus brazos, frunciendo el ceño, sin entenderse a sí mismo, y le palmeó la espalda. Aquello era una maldita locura, pero el destino se lo ponía en bandeja. Y comprendió, con una media sonrisa, que algunas cosas nunca cambian. Cuando se trataba de Allure, siempre se veía abocado, atraído, con tan violenta rotundidad hacia él que no podía más que pensar que tenía que ser así.

Y una vez más, ese magnetismo se hacía presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario