domingo, 28 de febrero de 2010

El Escolta (V)

La rutina se estableció de una manera natural en la Torre Blanca tras la llegada de sus nuevos inquilinos. Cada mañana al amanecer, la enorme cúpula se abría como una flor, y el Orbe del Sol, flotando en su interior, brillaba resplandeciente con los rayos del sol naciente. Velantias lo contemplaba desde el pequeño muelle, durante los escasos minutos en los que la esfera reluciente destellaba en el firmamento como un segundo astro vespertino, y acto seguido comenzaba la actividad, lenta y serena.

Al puerto llegaban las barcas con los escasos suministros necesarios, los sirvientes silenciosos tomaban nota de las cartas lacradas, los rollos de papiro, los libros, las copas de cristal y las cajas de alimentos. Las cocinas, situadas en la parte inferior de la torre, chisporroteaban con la magia que mantenía los fuegos encendidos y el humo discurría por las chimeneas que lo expulsaban al otro lado de la isla. La Sala de Meditación abría y cerraba sus puertas, y cada semana, algún peregrino asceta desembarcaba para ver al Custodio y recibir una bendición. Solo entonces Allure salía de su encierro constante en sus aposentos, vestido de blanco y perfumado, con el rostro sereno y grave y las trenzas a la espalda, y recibía a sus visitas, con quienes hablaba casi en susurros. En esos breves momentos, Velantias permanecía tras él, marcial y con la vista al frente y un ojo puesto en los recién llegados. Cuando las barcas partían, indefectiblemente, el Custodio le miraba brevemente y regresaba al interior.

Durante días no intercambiaron una palabra. Y pasado un mes, hasta el militar mejor formado estaría desesperado de tanta calma y placidez. No era Velantias una excepción, por lo que comenzó a deambular por las cocinas y las salas de estudio de los criados, que como descubrió en ese vagar indolente, no eran otra cosa que monjes e inscriptores que recogían en sus pergaminos hermosas miniaturas y bellas oraciones escritas con tintas de colores que ellos mismos fabricaban. Ausentes y absortos en su trabajo, le ignoraban todos ellos flagrantemente.

Por eso, a pesar de las reticencias que se habían instalado en sus sentimientos después de aquellos dos únicos besos, fruto de un error y una noche estelar de hermosura inusitada, pasado un mes se vio a si mismo una mañana, de pie ante la puerta de las estancias del custodio, contemplándola como si fuera la puerta de los infiernos, levantando la mano y dudando una y otra vez antes de golpear con el puño para llamar con tres golpes. Se lamió, nervioso, los labios, al escuchar el crujido de los goznes y ver a uno de los sirvientes personales de Allure, que se inclinó levemente y le franqueó la entrada.

El joven estaba sentado al fondo de la sala, ante una mesa situada bajo una ventana que daba al mar. Ésta permanecía abierta, permitiendo el discurrir de la brisa marina. La toga blanca ondeó suavemente cuando Allure se incorporó con un movimiento precipitado, como un extraño resorte, carraspeó y se la alisó con un ademán difuso, mirándole con enormes ojos pálidos.

- Buenos días, Señor - dijo el escolta, haciendo una reverencia y cuadrándose después.

¿Por qué se sentía nervioso Velantias? No lo sabía muy bien. Se quedó plantado en la puerta, observando la turbación del Custodio, hasta que el chico fue capaz de mirarle a los ojos. "Es un chico", se repitió, como había venido haciendo durante los últimos días cada vez que el recuerdo le asaltaba. Y sin embargo ahí estaba, mirándole como un idiota, contemplando el rostro delicado y los cabellos que ahora lucía el muchacho sobre los hombros en libertad.

- Buenos... días.

El silencio incómodo se prolongó un instante, hasta que Allure pareció reaccionar y retiró una silla.

- Pasa, por fav... ¡Pasad!, pasad, por favor. - se corrigió, al darse cuenta de que le había tuteado, cerrando los ojos con fuerza y apretando los dientes en una mueca de autocensura, meneando la cabeza después. - Disculpadme. Creo que tanto tiempo en silencio me hace olvidar cómo se habla... correctamente, además de mis modales.

Velantias amagó una media sonrisa y dio un par de pasos, contemplando los aposentos del Señor de la Torre Blanca. Allure, que seguía su mirada, se precipitó en ocultar una camisa sucia con un movimiento veloz, y carraspeó uniendo las manos a su espalda. Él fingió no haber visto nada, interesándose con tesón en los muebles y cortinajes. Escritorio, una amplia mesa con sillas, un rincón con alfombras, la gran cama con doseles y los candelabros. Sin lujos pero más que suficiente, aunque para ser exactos, Velantias prefería definirlo como lujo disimulado en austeridad.

- ¿Puedo hacer algo por vos? - murmuró el custodio desde su posición, a una distancia más que considerable de él.
- Sí, en realidad creo que sí.
- Bien... bien. Os escucho - dijo el muchacho, carraspeando y sentándose en la silla que había retirado para él y no había ocupado. Se apartó el cabello, puso las manos sobre el regazo y acabó enlazándolas sobre sus muslos, mirándole con continuos parpadeos.

"Está turbado", comprendió. Determinó que el joven se sentía cohibido por su rudeza y su mal carácter, así que trató de modular su voz para no sonar autoritario ni demasiado blando. ¿Por qué era todo tan complicado?

- He observado que el voto de silencio se lleva a rajatabla en la Torre, señor.
- Sí, así es.
- Creí entender que debería tomarlo yo también. ¿Es eso correcto, señor?

Carraspeó, sintiéndose un poco tonto. En su mente había imaginado que sería agradable subir a conversar con la única persona que al parecer estaba capacitada para ello en la Torre, pero había pasado por alto con gran ingenuidad por su parte que esa persona era Allure, esa criatura hermosa a rabiar que ahora le estaba mirando con cierto temor. "El chico al que besé, dioses". Se le caldeó la sangre en las venas. Una cosa era recordarlo cuando no le tenía delante, pero ahora se habría sentido aliviado si la tierra se hubiera abierto para tragarle. Era muy difícil hablar con amabilidad sintiéndose tan tenso.

- Si... bueno no, es decir... - el chico carraspeó de nuevo, frunciendo el ceño - la tradición así lo dicta, pero supongo que nadie tiene por qué saber que no habéis hecho ese voto. Y a nadie debería importarle, dado que...
- Lo haré si es vuestro deseo - respondió él tras la pausa vacilante de su contertulio, con toda la suavidad que fue capaz.
- No. Si... no, no. - admitió al fin Allure, suspirando y mirando a todas partes mientras estrujaba la toga entre los dedos. - No, no es mi deseo, sinceramente. Preferiría que no lo tomárais. A... a menos que lo consideréis vuestro deber. No os lo impediré si es vuestra... hum... voluntad.

Velantias se permitió una leve sonrisa disimulada, bajando la cabeza. Bueno, esa respuesta era un alivio. Dejó la mirada perdiéndose en las baldosas. El sacerdote le resultaba terriblemente tierno, allí sentado tieso como un palo y tratando de no decir nada incorrecto. Realmente, su situación no era muy distinta, como comprobó al sentir un calambre en la mano que mantenía, rígida, sobre la empuñadura.

- Os lo agradezco - replicó al fin. - Si fuera una obligación, estaría incurriendo en una falta ahora, dado que os estoy hablando.
- Sí, así es.
- ¿Y... vos debéis hacer ese voto?
- No, realmente no. No. Si así fuera también estaría rompiéndolo ahora. Al hablaros.
- Claro.
- Sí.

Hubo otro instante de silencio, en el que ambos contemplaron los interesantísimos ornamentos de las paredes, hasta que sus ojos se cruzaron de nuevo y Allure dio un leve respingo. Velantias admitía que a él se le daba mejor ocultar ciertas cosas, pero no se le había pasado por alto su propio estremecimiento. El aire le parecía enrarecido, viciado entre los dos, a pesar de la corriente de aire fresco que entraba por la ventana. "Esto ha sido una mala idea, márchate de una vez", dijo una voz clara y decidida en su cabeza. Si, sin duda eso era lo que tenía que hacer. Iba a hacerlo ya. Sería lo mejor, antes de cometer una estupidez o seguir diciéndolas como un adolescente estúpido delante del chico al que había besado. Dioses.

- ¿Qué hacéis durante todo el día, señor? - dijo en cambio, arqueando las cejas y buscando una salida desesperada de sus propias arenas movedizas.

Allure le miró con sorpresa, como si fuera una estatua la que le preguntaba, o un fantasma. Quizá su tono había sonado demasiado alto en esta ocasión. Luego el joven frunció el ceño y señaló vagamente el escritorio.

- Contestar a la correspondencia, escribir reflexiones para enviar a los templos, meditar... esas... esas cosas.
- Entiendo.
- Sí. Es lo que... es lo que hace un custodio. Durante toda su vida - murmuró al final, fijando la mirada en la lámpara de la mesita - ¿Y vos?
- Oh bueno. Por la mañana siempre hay actividad cuando llegan barcas - respondió, rascándose la ceja - He estado visitando la biblioteca... espero que no sea un problema.
- En absoluto, no lo es. No lo es, no. Podéis ir siempre que... siempre que queráis podéis ir, sí. ¿Os gusta leer?

La mirada del joven se había animado un tanto y la tensión implícita entre ambos se disipaba en cierta medida. Velantias respiró con alivio, y fue capaz de hablar de una manera más natural.

- Sí, lo cierto es que sí.
- Aquí hay varios rollos de poemas antiguos, de la era de Azshara, ya sabéis. Muy recomendables. ¿Os gusta la poesía?
- Me gustan las historias.
- Ah. No... no habréis encontrado gran cosa de vuestro gusto entonces.
- En absoluto, hay muchas cosas que me gustan aquí - hizo una pausa y sus miradas colisionaron de nuevo, el Custodio sorprendido, y él sintiendo cómo se le helaba la sangre en las venas. "¡Arréglalo!" - En la biblioteca, quiero decir. No aquí. No en vuestros aposentos, claro. Sino allí. - puntualizó rápidamente.
- Ah... si, desde luego. Dónde si no.
- Obviamente.

Volvió el silencio incómodo, y Velantias inspiró profundamente, cambiando el peso de pie y mirando el cielo claro a través de la ventana.

- Deberíais salir de cuando en cuando - dijo, impulsivamente. - El verano se acerca y el mar es cálido y agradable. La playa tiene arena fina y el sol querrá saludar a aquel que custodia su orbe.
- Para no sentir aprecio por la poesía os expresáis de un modo muy elegante - dijo Allure, sonriendo brevemente.

El comentario espontáneo le hizo caldearse por dentro y sintió que la sangre se agitaba inquieta en sus venas. ¿Eso era un cumplido? Debió mirarle con sorpresa, porque el Custodio volvió a fruncir el ceño y a mostrar la expresión grave y triste de siempre.

- No me está permitido salir - añadió en un susurro leve el chico - Sólo para recibir a los peregrinos.
- ¿Esa norma también viene impuesta por la tradición?
- Y por el sentido común. Si algo le sucede al Orbe, sería un desastre. O si algo me sucede a mí. Podría ahogarme o ser secuestrado, y el Orbe quedaría sin custodio.
- Vamos... pero si está a cuatro pasos. No puede pasarle nada a la reliquia porque salgáis a la playa. ¿Y quien os va a secuestrar, un pez? - replicó, haciendo un gesto con la mano. - Además, ¿para qué queréis un escolta?

Quizá había hablado en una manera un tanto coloquial con el joven ante quien todos se inclinaban, pero qué demonios. Después de besarle, insinuar que era un poco soso no podía ser tan malo. Y aunque Allure se había quedado patidifuso al principio, finalmente hizo una mueca y se tapó la boca para aguantarse una risilla. Aquel brillo en su mirada le pareció celestial como el amanecer, aunque se guardó muy mucho de expresar la emoción que le sobrecogía.

- Supongo que tenéis razón... no puede ser tan malo. Y si estáis ahí no corro el riesgo de ahogarme o que me secuestre un... pez - dijo el Custodio, sonriendo ligeramente de nuevo.
- Estupendo. Bien, vendré a buscaros mañana después de que se cierre la cúpula.

Velantias hizo un amago de reverencia, pero se detuvo a la mitad. Allure ya tenía bastante de eso, así que le dijo adiós con la mano, lo cual le arrancó otra ligera sonrisa al custodio y le dejó una sensación de satisfacción plena cuando se dirigió hacia la puerta. Al poner la mano en el pomo, la voz delicada le detuvo de nuevo.

- Gracias por venir a... gracias.
- No hay de qué.

1 comentario:

  1. Ay, qué monos son, por favor, me encanta! no me extraña que sea la novela preferida de Kalervo!

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