domingo, 28 de febrero de 2010

El Escolta (II)

La barquilla se movía con suavidad sobre el manso oleaje del atardecer. La marea estaba subiendo, el sol terminaba de ponerse, y allí a lo lejos se divisaba la Torre Blanca. Un par de sacerdotes les acompañaban, y Velantias remaba, con el semblante serio y los pensamientos claros. El muchacho rubio reposaba, desmayado, entre los dos sacerdotes.

Le miraba de soslayo mientras remaba, aguardando su despertar. No había podido hacer otra cosa, al verle trastabillar hacia delante y volver los ojos al cielo mientras se desvanecía, su instinto de protección le había obligado a precipitarse hacia adelante y recogerle entre los brazos antes de que pudiera tocar el suelo. Y después había empezado a tomar decisiones. Algunas de ellas no habían satisfecho demasiado a los religiosos. Sin embargo, al final se había salido con la suya, estaban navegando ya hacia la Torre Blanca, sin dejar expuesto al muchacho a las miradas preocupadas de todos y a los insalvables rumores.

El joven Custodio no despertaba. Y aquellos viejos parecían venerarle demasiado como para hacer lo correcto, asi que lo hizo él mismo, cuando desembarcaron en el diminuto muelle, delante de la torre blanca.

- ¿Qué hacéis? - exclamó uno de los viejos, cuando Velantias se mojó una mano enguantada en el mar y salpicó algunas gotas en el rostro de Allure.
- Vamos, despierta, chico.
- ¡Esto es inconcebible! ¡No hagáis eso con el Custodio!
- Solo es agua - replicó, repitiendo la operación.

Los sacerdotes se inclinaron sobre el chico en gesto protector, tratando de evitar que le mojara cuando acercó la mano de nuevo. Y el muchacho batió las pestañas, se removió y despertó, mirando en torno a sí, mareado. Exhaló una exclamación de alarma y reculó, mirando a Velantias con pánico.

- Le habéis asustado - le reprochó uno de los ancianos.

El escolta torció el gesto, asqueado, mirando a los elfos mayores, que le devolvieron un gesto de desaprobación. Los hombres de fe estaban demostrando ser de todo menos prácticos. Luego bajó de la barca y saltó sobre la arena fina, ajustándose el cinturón y mirando de soslayo al muchacho, que se llevaba la mano a la cabeza y contemplaba a sus tres acompañantes, avergonzado.

- ¿Qué ha pasado? - Murmuró Allure, con una voz suave y serena.
- Os sentísteis indispuesto, Señor - replicó uno de los viejos, apartándose un tanto. - Os hemos trasladado a la Torre.

Velantias les había dado la espalda y observaba la enorme estructura que parecía brillar con luz propia bajo las estrellas que ya se dibujaban en el firmamento crepuscular. La Torre Blanca era una mole de piedra color hueso que se elevaba cual aguja hacia el firmamento, coronada con un pináculo en forma de capullo de flor. Los ventanucos con vidrieras desprendían una suave luz en las zonas superiores de la estructura, y la puerta ojival, a la que se ascendía por una delicada escalinata, permanecía cerrada. "Mi prisión", pensó Velantias, conteniendo un suspiro de amargura.

- Bien... - sonó, leve, la voz del custodio - ¿Quién es él?

Los ancianos guardaron silencio. El caballero apenas volvió el rostro, incómodo, y buscó bajo su armadura la orden sellada, mostrándola por encima de su hombro, sin girarse.

- Soy Velantias Auranath, el escolta - dijo sin más, intentando sonar cortés - Ahora sois mi señor, mi deber es protegeros.
- ¡No!... eh... no

¿No?

Velantias se dio la vuelta, arqueando la ceja con una mezcla de perplejidad y desafío, apartando la mirada del torreón. Aquella negativa había restallado en sus oídos como si le hubieran escupido. El joven Allure se había incorporado y descendía de la barca con cierta torpeza, contemplando la Torre con la misma mirada asustada y grave que había percibido en su nombramiento, aunque sus palabras habían sonado muy tajantes momentos antes. No, no era ningún endeble el chico.

- Shorin Jinete del Sol es mi escolta... eso me comunicaron - continuó Allure, algo más cordial, volviendo los ojos claros hacia él un instante - Debe haber un error.

La mención de ese nombre removió las entrañas de Velantias, que apartó la mirada del joven elfo y apretó los dientes.

- Shorin Jinete del Sol ha rehusado, yo estoy en su lugar.
- ¿Rehusado? En absoluto, no ha rehusado - replicó uno de los ancianos, frunciendo el ceño - Teníamos entendido que estaba enfermo, convaleciente por sus heridas en...
- Es mentira. No ha querido venir.

Hubo un largo silencio por un momento, el anciano que había hablado suspiró con resignación.

- Imposible - espetó Allure entonces, alternando su mirada incrédula entre la torre y él. - Nos conocemos desde niños, desde hace tiempo. Cuando le dije que sería nombrado Custodio me escribió, me aseguró que él...

- ¿Que vendría a encerrarse en una torre perdida del mundo para protegeros de todo mal? - Soltó Velantias, cruzando los brazos sobre el pecho y encarándole con un regusto amargo en el paladar. - Pues lo lamento, mintió. Se ha quedado en su casa solariega, disfrutando de su fortuna y su familia. Yo soy vuestro escolta, señor, y si no os gusta, podéis despedirme.

Se arrepintió al instante de la dureza de sus palabras, al contemplar la expresión abandonada del joven, debajo de aquella apariencia serena y digna y el sutil resplandor de una ofensa profunda en su mirada. Sin embargo, Allure cerró la boca, levantó la barbilla y apretó los labios pálidos, avanzó lentamente hasta la torre acompañado de los dos viejos y puso la mano sobre la puerta, colocando el anillo con sello que llevaba en el dedo sobre la cerradura. La puerta se abrió y los ancianos entraron.

- Si no os gusta a vos, también podéis rehusar, como Shorin - dijo el muchacho, volviendo el rostro con el ceño fruncido y una mirada afilada. Despechada.

Acto seguido, caminó hacia el interior con porte digno y dejó atrás a Velantias, que suspiró levemente y chasqueó la lengua con desdén. Le esperaban semanas y meses muy largos. Sí, muy largos.

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