viernes, 18 de diciembre de 2009

El Marino - Lord Hersel

- No hay sitio para ti. Lárgate.

No dejó que le empujaran al otro lado de la pasarela hacia el muelle, forcejeó con los tripulantes y se colocó la guerrera de cuero desteñido mientras descendía.

- No queremos elfos - gritó un enano, escupiendo junto a sus pies desde la cubierta. - Traen mala suerte.
- Que os follen - replicó él, mostrando el dedo corazón con una mirada desafiante.

Los insultos y las puyas se sucedieron, pronto arrojaron el fardo que le habían arrebatado junto a sus pies. Irritado y furioso, les dedicó una última mirada iracunda y agarró sus pertenencias, encaminándose con violentas zancadas a lo largo de la cubierta. Una retahíla de maldiciones exhaladas entre dientes iban quedando, resonantes, tras el marino a medida que avanzaba. Tanteó en el bolsillo lateral del pantalón, buscando la petaca. El sol quemaba como el infierno, y el bourbon estaba caliente, pero otro largo trago le ayudaría a dejar de preocuparse por la temperatura. También por su situación.

No le quedaba dinero. No podía pasar otra noche al raso en Tuercespina, y no era sólo por las fieras de la selva. Tampoco en la ciudad estaba seguro. Los goblin le habían arrojado al mar en más de una ocasión al encontrarle pernoctando entre las cajas de los muelles, y eso era lo mejor que podía pasarle. Lo mejor. Porque los enfrentamientos con corsarios borrachos, marinos mercantes de malos humos y tripulantes ebrios con ganas de pelea o de apropiarse de los bienes ajenos no eran una experiencia preferible. Para colmo, había tenido problemas con algunos de los Velasangre, que ahora correteaban, habiéndose colado en la ciudad, buscando su cabeza. "Si al caer la noche aún sigues por aquí, eres hombre muerto", la amenaza había sido clara. No, no eran buenos tiempos. Cansado y harto, su única opción ahora era embarcar de nuevo, pero los navíos en los que había servido hasta el momento habían partido días atrás. No había habido suerte, y los barcoluengos marchaban a través de las aguas mientras él se quedaba en tierra.

Sólo la lujosa nave de Lord Hersel permanecía atracada en el extremo oriental del muelle.

Se detuvo un instante, observándola con los ojos entrecerrados. Un grupo de humanos apestando a cerveza pasó a su lado, golpeándole con los hombros. Algunas miradas de soslayo, extrañadas y burlonas, se posaron sobre él, y escuchó las carcajadas a su espalda.

"Que os jodan. Que os jodan a todos" se dijo. Tomó aire y se bebió el resto de la petaca, cerrando los ojos con fuerza. La náusea que se había arremolinado en su estómago se acentuó con el alcohol ingerido, y dio un par de bandazos mientras se encaminaba al navío de velas blancas y doradas, con los puños apretados y la mandíbula en tensión.

Minutos después, Amerin Hersel, elfo noble y comerciante de artículos de lujo, le recibía en su camarote del Sirena de Espuma. El pelo oscuro caía sobre su rostro barbilampiño de facciones delicadas, la sonrisa peligrosa le saludó, sorbiendo el aire entre los dientes. El olor a especias y perfumes inundaba la estancia. La luz del atardecer atravesaba el vidrio de la claraboya superior, que iluminaba la mesa de madera encerada, la alfombra de tejidos delicados y los estantes labrados. Lámparas de forja, objetos de artesanía y un cortinaje de terciopelo grueso no dejaban lugar a dudas sobre la posición social de aquel elfo, ni tampoco sobre su incontable riqueza.

De pie sobre la alfombra, detestando cuanto le rodeaba y detestándose a sí mismo, el marino contemplaba al capitán, con los nudillos blancos y las botas manchadas de agua de mar. Cuando el lacayo salió, Amerin se puso en pie, observando al marino con gesto paternal.

- Qué agradable sorpresa - dijo, sujetándose las mangas de la toga y esbozando una sonrisa sucia. - No pensaba volver a verte tras nuestro último encuentro.

La voz suave, sibilina, se deslizaba como una lengua húmeda en sus oídos. El marino reprimió el impulso de golpearle o volver por donde había venido.

- Necesito trabajo. Ahora. - espetó secamente, sin abandonar el gesto hostil.

Amerin rodeó el escritorio de teca, acercándose y apoyando las manos en la superficie encerada. Los ojos azules no dejaban de mirarle, el aroma a azafrán le llegaba con claridad y escuchaba hasta el menor roce de sus ropajes delicados.

- La última vez que viniste a pedir trabajo eras mucho más amable, Rodrith. Era Rodrith, ¿verdad?
- Tienes buena memoria - escupió.

Amerin sonrió, echando la cabeza hacia atrás un instante. Después volvió la vista de nuevo hacia él, emitiendo un extraño ruido, como un ronroneo.

- ¿Ya no estás tan enfadado, Rodrith? - preguntó, con un mohín. - Lamento haberte ofendido entonces, no me gusta verte así... vamos, relájate. Dile al bueno de Hersel lo que necesitas.
- Ya te lo he dicho. Necesito trabajo en tu nave para poder embarcar.

Cada palabra brotaba de sus labios con la textura de una roca viva, sentía la sangre ardiendo de ira dentro de sus venas. Tenso, con multitud de nudos estrangulándole por dentro, reculó un paso cuando su contertulio sonrió de nuevo y volvió a aspirar el aire entre los dientes, mientras deslizaba los dedos sobre la túnica de cuero. Uno de ellos le rozó la piel entre los cordones con los que se cerraba en el pecho. Sintió un estremecimiento de asco y de nuevo, hubo de contenerse para no lanzarle un puñetazo y salir por piernas.

- Te preguntaré lo mismo que te pregunté cuando viniste por primera vez, vanya - susurró Amerin en su oído. El aliento caliente aparentaba húmedo como el viento selvático. - ¿Qué sabes hacer?

La ira, la angustia y el asco se congelaron en su estómago. Fijó la mirada en el sextante, más allá de los cabellos azabache del elfo, parpadeó una sola vez y levantó ligeramente el rostro. Los dedos de Amerin estaban desatando las tiras de cuero sobre su pecho, las uñas endurecidas se escurrían en contacto con su carne. Guardó todo aquello, almacenándolo y blindándose con frialdad, antes de hablar.

- Sé hacer nudos y controlar las cuerdas - dijo con voz átona, aún seca. - Sé mantener la cubierta y achicar si es necesario. Y lo que no sé hacer, lo puedo aprender. Soy capaz.

Amerin sonrió, levantando la otra mano y dejando los dedos sobre sus labios. El rostro del comerciante estaba tan cerca del suyo que su aliento le restallaba en la barbilla, su perfume excesivo inundaba las fosas nasales del marino, y podía percibir la grasa de la piel en su rostro ungido con afeites.

- Necesito un ayudante de cámara... que se ocupe de mí. Ya sabes lo que hay que hacer para conseguir el puesto. ¿Eres capaz?

El marino volvió la mirada hacia él, afilada y brillante. No disimuló su odio ni tampoco el peligro que aquella mirada entrañaba. Y sin embargo, aquello sólo pareció encender más el destello lascivo en los ojos del noble, que exhaló el aire suavemente junto a su boca. Se había pegado a él. Debía responder, y sin embargo, la lucha interior era demasiado violenta.

"Hazlo. Ahora necesitas cobertura y este cabrón es el único que puede dártela", se dijo. "Hazlo... y guárdalo todo. Consérvalo todo, para hacérselo pagar cuando vuelva a girar la rueda de la fortuna. No importa la dignidad. No importa lo que odies o lo que quieras. Tienes que sobrevivir. Sobrevive"

- Soy capaz.

Una nube veló el sol y un suave velo de penumbra se extendió sobre el camarote durante un instante. Lord Hersel sonrió, con una mueca ávida, y cerró la mano en su muñeca, algo temblorosa al principio. Al ver la ausencia de reacción en el marino, los dedos se crisparon como grilletes y le condujo hasta su entrepierna.

- Entonces, ocúpate de mi. Bienvenido a bordo - susurró, lamiéndole los labios con una sonrisa triunfal, antes de empujarle por los hombros con suavidad.

Rodrith apretó los dientes, con un temblor virulento en su interior. Recuerdos confusos le azotaron la memoria, mientras apartaba los brazos del noble de su cuerpo, y tensó el gesto en una mueca agresiva. Mejor mostrar violencia que dolor. Mejor dominio que humillación. No pensaba arrodillarse, así que levantó de la cintura al elfo, sentándole sobre el escritorio con un movimiento firme y le subió la toga hasta la cintura, desabrochándole los pantalones. El rostro de Hersel palideció ante los gestos bruscos de su nuevo ayudante de cámara, por un momento su mirada se cubrió de un resplandor alarmado.

Sin embargo, al sentir la liberación de su carne entre los muslos, tensándose entre los dedos rudos del marino, éste le escuchó ahogar un jadeo sordo; apoyó las palmas de las manos sobre la superficie suave y lisa, observándole con cierta fascinación. Rodrith gruñó. "Cerdo pervertido cabrón. Disfruta ahora mientras puedas, porque tu precio será más alto que el mío", se dijo, henchido de determinación.

Se abalanzó sobre el sexo del elfo, que se desperezaba entre sus dedos. Una voz antigua, grave y profunda, repetía sus palabras desde los recuerdos, le transportaba los ecos del pasado. Una habitación oscura, la noche de Corona del Sol, un niño asustado y unos dedos cerrados en su cabello. "Quiéreme, eres tan precioso..." Encostró el recuerdo del pánico, encerró la repulsión violenta y las encadenó dentro de sí, mientras engullía la floreciente erección de Amerin Hersel, comerciante de artículos de lujo, noble señor con tierras y títulos. Y el noble señor gimió, estremeciéndose, y cerró los dedos en sus cabellos.

- Ah... más despacio - susurró con la voz quebrada.

El marino había clavado las uñas en sus muslos. La presa que mantenía en la boca, hundiendo los dientes con suavidad, desprendía el mismo sabor a azafrán que había detectado en el perfume de Amerin, y un recuerdo antiguo, un regusto acre y algo ácido. Cobraba consistencia entre sus fauces, a medida que presionaba con los labios, y la introdujo más al fondo, sujetándose a sí mismo para no arrancarla de un mordisco y separarla del cuerpo. Lord Hersel tiró de su cabello con delicadeza y le guió.

- Así... hazlo así... ah, joven aprendiz... llegarás lejos - susurraba entre jadeos entrecortados, abandonado a la lujuria - llévame lejos... enreda tu lengua en mí...

"Hijo de puta, cabrón". Rodrith hundió más las uñas, con los músculos tensos por la contención con la que se mantenía preso, estrangulándose para no estrangularle, controlándose para no matarle allí mismo. Golpear su cabeza contra el puto escritorio hasta que los sesos se derramaran sobre la alfombra. Abrirle en canal con el abrecartas de oro. Sacarle los ojos y clavarle el sextante en el corazón. Dejó que su imaginación hiciera todo lo que él no podía hacer aún, y se escurrió sobre el sexo ya firme, lamiendo la piel con una avidez que podría bien confundirse con pasión y deseo, cuando no era más que ira.

Aspiró con fuerza, gruñendo, arrancando un grito ahogado al elfo, y volvió a descender hasta enterrar la carne tensa en su garganta, cerrando los labios y exprimiendo la piel con ellos.

- Eres salvaje... como una tormenta... - murmuró Lord Hersel, tensando los dedos sobre su pelo, tratando de frenar el ritmo de sus inmersiones. - Tan precioso... tan salvaje...

"No lo sabes tu bien", se dijo el marino, enroscando la lengua sobre la carne hinchada, moviéndose sobre ella como si quisiera extraerle la sangre y la vida, devorarle y reducirle a cenizas y jirones ensangrentados. Hersel arqueó las caderas, sosteniéndose con las manos sobre la mesa encerada, embistiendo con cadencia entre sus labios y yendo a su encuentro en cada descenso violento. Rodrith respiró con fuerza, desgranando sus maldiciones mentales en silencio, y deslizó la lengua, cerrando el paladar y atrapando el sexo en una presa estrecha y húmeda, aumentando la fricción de las caricias. Aquello enloqueció al noble, que se tensó y retuvo un nuevo gemido, constriñendo las nalgas y tirándole del pelo hacia él.

- Si... no te detengas... devórame... - jadeó con lubricidad, arqueándose y transformando su aliento en una sucesión de jadeos apresurados, arrebatados.

Las uñas del marino se humedecieron cuando ligeras gotas de sangre brotaron de las heridas de Lord Hersel. La carne que exprimía en su boca parecía haberse convertido en piedra caliente, y comenzó a palpitar, cual si hubiera cobrado vida propia. Consciente de la cercanía del clímax, se retiró un tanto, y la semilla ardiente, espesa y abundante se derramó sobre su lengua, entre los sonidos agónicos del elfo, que le estrechó de nuevo hacia él.

Aguardó, paciente, con el líquido templado entre las fauces, a que Amerin dejara de convulsionar y estremecerse, y se apartó, irguiendo la espalda. Agarró la toga revuelta del jadeante noble y escupió el fluído blanquecino sobre ella, limpiándose la boca y bebiendo un largo trago de bourbon de la petaca, mientras recuperaba la respiración.

Lord Hersel se miró el atuendo y se colocó la ropa, con las mejillas arreboladas y la expresión de un niño malicioso y satisfecho.

- Eres demasiado rebelde... pero eso también me agrada. - Sonrió, limpiándose la mancha blancuzca con un pañuelo de seda. Luego se dirigió detrás de su escritorio. - Vuelve a verme esta noche. Ahora es momento de partir, mi nuevo y complaciente tripulante.

Rodrith sonrió con ironía amarga e hizo una reverencia burlona, antes de salir dando un portazo. Tenía mucho en lo que pensar, y no demasiado tiempo.

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Ilthien Sombrasol, segundo de a bordo, se deslizó sobre la cubierta, tratando de mantener el equilibrio entre el cruel azote de la tormenta estival. Los rayos desgajaban el cielo, los truenos parecían el bramido de una bestia sobrenatural. Jamás se habían enfrentado a una tempestad similar, pero la Sirena de Espuma era un buen navío.

Carraspeó y se preparó a conciencia antes de llamar a la puerta del camarote de Lord Hersel, el propietario del barco. Debía advertirle que era mejor permanecer a cubierto mientras prosiguiera el envite poderoso de las olas.

- Milord - exclamó, haciéndose oír sobre el fragor de las aguas. - Milord, tenemos tempestad.

Abrió la puerta sin esperar respuesta, dispuesto a cumplir con su cometido, y se asomó, con las palabras en la boca. Pero las palabras murieron, y presa de un calambre violento, el cuerpo del tripulante quedó fijo, petrificado en la entrada.

- Dioses...

Sobre el escritorio de madera, el cuerpo desnudo de Lord Hersel yacía en una postura grotesca. Su rostro, ladeado de manera antinatural, miraba directamente a Ilthien, con un trozo de carne sanguinolenta asomándole de la boca y los ojos abiertos desmesuradamente, en una mueca de pánico atroz. El cráneo desnudo mostraba heridas y marcas de cortes profundos, de todo su cuerpo manaban hilos de sangre espesa, y en las brutales heridas de su torso, alguien había incrustado el sextante, una botella de vidrio labrado y la hermosa pluma con la que solía escribir. Entre los dedos del elfo, un abrecartas dorado goteaba sangre sobre la alfombra de fino tejido, sobre la cabellera arrancada que yacía en el suelo como un cachorro dormido.

Cerró de un portazo y salió apresuradamente, corriendo sobre la cubierta para dar la noticia.

Desde el mástil, sosteniéndose entre las cuerdas, con el cabello ondeando al viento, Rodrith se encargaba de los nudos y las maromas, con el semblante relajado y la vista vuelta hacia los negros nubarrones sobre sus cabezas. Sonrió a la tormenta. Y la tormenta relampagueó, devolviéndole la sonrisa.

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