martes, 15 de diciembre de 2009

El Marino: Alice y Jen

Jenny se ajustó el corpiño y se colocó los rizos rubios precipitadamente, observando a través de la ventana la puesta de sol. Sus compañeras correteaban de acá para allá en el rellano de la escalera, entre exclamaciones femeninas y risitas.

- ¡Vamos, vamos! Están al llegar.
- ¿Serán soldados?

La joven observó las velas y chasqueó la lengua, negando con la cabeza.

- Son pescadores - respondió, cerrando la puerta a sus espaldas al salir de la habitación. Las chicas la miraron con ojos brillantes, sonriendo. Estaban nerviosas. Para muchas de ellas era su estreno, la primera vez que ejercerían en un desembarco de estas características, y se notaba su emoción.

- Los pescadores suelen ser mejores que los soldados - explicó, anudando el lazo del vestido de la pequeña Alice. - Son más sensibles y llegan con gran necesidad. Pagan menos pero son agradables y no causan problemas. Sed buenas con ellos.

Alice soltó una risita y jugueteó con los botones del escote, nerviosa. Jen la contempló con cierta lástima y la tomó del brazo.

- Ven, vamos abajo. La taberna empezará a llenarse dentro de poco.

Descendieron juntas por las escaleras, saludando a los goblins e intercambiando palabras con los habituales de la Campana Dorada. Olía a cerveza y salitre, a madera y cera de candelabro.

- ¿Crees que alguno me llamará, Jen?

La vocecita de la muchacha la hizo sonreir y la miró, pellizcándole las mejillas. Apenas tenía catorce años y el rostro aniñado, pálido, el cabello oscuro le caía en mechones lacios y no era lo que se dice agraciada. Cuando la encontró, tenía media cara quemada y había sobrevivido al naufragio de milagro. La había acogido por pura lástima, pero no esperaba que consiguiera clientes, por muy atractiva que fuese su virginidad. Escuálida y deformada por el fuego, su único atractivo residía en los enormes ojos negros como la pez.

- Seguro que sí, mi niña. - mintió.
- ¿Quieres que me quede en una esquina, como siempre?

Jenny asintió. Solía confinarla en un rincón para que no espantara a los hombres que se interesaban en las demás, y hasta entonces, ni siquiera los más desesperados habían requerido los servicios de la pequeña. Las putas de Bahía del Botín eran habilidosas, y algunas muy bellas, pero Jen sabía que ninguna podía compararse a ella misma. Su rostro perfecto, de rasgados ojos grises, el cabello rubio claro y las redondeadas formas de su cuerpo, además de su actitud seductora, la habían convertido rápidamente en la líder de las muchachas de mala vida, que pronto se asociaron a su alrededor. De modo que, cuando finalmente la puerta se abrió y la algarabía de la tripulación recién llegada inundó la taberna, esbozó una breve sonrisa y se acodó en la escalera, a la expectativa. Alice se escurrió a su refugio, sentándose sobre los toneles mientras los rudos marineros se adentraban a voces en el establecimiento, sentándose ruidosamente, acodándose en la barra y lanzando vítores. 

- ¡Cerveza para todos! - bramó el humano de larga barba oscura con el pañuelo en la frente, dejando un saco de monedas sobre la barra con un golpe de su poderoso brazo, mientras el goblin se frotaba las manos. - La campaña del cangrejo en el Norte nos ha dado grandes beneficios. ¡Honremos a las aguas bebiendo una quinta parte de ellos y vomitando sobre el mar!

Los hombres gritaron y se precipitaron a la barra para tomar sus jarras, y Jenny sonrió. Humanos, enanos y elfos se arremolinaban aquí y allá, todos ellos de complexión fuerte, sonrisas prestas y rostros curtidos por el sol y la sal. Rápidamente, detectó a los más atractivos como sus posibles clientes de hoy. Jen podía permitirse el lujo de escoger. Había un hombre fornido, alto y joven, de hermoso rostro varonil, y un par de elfos que hablaban en tono más bajo, acodados en una mesa de madera, en su lengua natal. Estrechó los ojos mientras les observaba.

Uno de ellos, delgado y flexible como un junco y de cabello amarillento, parecía serio y asceta. Le dio la sensación de ser un sacerdote o algo así, y aunque era hermoso, no le llamó tanto la atención como su compañero.  No tardó en darse cuenta de que, entre el ir y venir de los hombres del mar, que entrechocaban jarras y entonaban canciones, sus compañeras también observaban a aquel individuo. Algunas de ellas parpadearon y volvieron la vista al instante, pero no podía culparlas.

El otro elfo era sin duda uno de aquellos especímenes que frecuentaban los sueños húmedos de gran número de hembras, fueran putas o doncellas. Sentado ante la mesa, se inclinaba hacia adelante conversando con su paisano, gesticulando con una mano mientras sostenía la jarra con la otra y mirando alrededor de cuando en cuando con una sonrisa perpetua, sesgada. Era alto y bien proporcionado, una fisonomía elástica que al moverse casualmente parecía medir cada gesto, dotándolo de la gracilidad de un depredador nocturno. Llevaba unos pantalones de cuero flexible que el uso y la humedad había pegado a sus piernas, botas altas y desgastadas y una camisa oscura acordonada hasta la mitad del torso fortalecido, donde se abría para revelar la piel atezada. Los músculos de los hombros se dibujaban bajo la tela, y la ancha espalda y el cuello poderoso le dotaban de una corpulencia inusual en los pocos elfos nobles que había conocido hasta ahora. Su complexión musculosa era más similar a la de los humanos, pero con la elegancia innata de su raza y mucho más alto, mejor proporcionado. Sin duda era un cuerpo muy deseable.

Se lamió los labios, posando la mirada en las manos anchas, bien formadas, y luego observó su rostro con disimulo. El conjunto le gustaba. Mandíbula firme, pómulos levemente marcados, nariz recta y una sonrisa ancha de dientes relucientes, enmarcados por labios de ligero relieve, suavemente delineados con formas viriles y hoyuelos en las mejillas. La barba incipiente, de color rubio claro, destacaba extrañamente sobre la tez tostada por el sol, y el cabello liso, atado en la nuca con un cordón de cuero, se había soltado en mechones mas cortos que le caían sobre la frente hasta más abajo de la barbilla, ocultando de cuando en cuando su visión, aunque no se molestaba en apartarlos. La mirada relucía al fondo de las cuencas, bajo las cejas fruncidas en un gesto burlón mientras bromeaba con su camarada. Distinguió el color verdemar de sus pupilas y la forma almendrada de los ojos, que observaban con cierta reserva alrededor, con un aire analítico y una luz vibrante de determinación.

Parpadeó, tratando de apartar la vista, cuando fue sorprendida por él, y se sonrojó estúpidamente. "Que me lleven los demonios", se dijo, reaccionando al instante con una sonrisa seductora y pasándose los labios por la lengua casi de un modo casual. "¿Que soy, una puta o una cría?". El marino le devolvió la sonrisa, arqueando una ceja con curiosidad, y volvió a su conversación, sin prestarle mayor atención. Jen chasqueó la lengua, determinando que el objeto de sus deseos debía tener inclinaciones distintas, pues si no, no entendía cómo había ignorado su insinuación de aquella manera.

La noche transcurrió sin demasiadas novedades. Los marineros se emborracharon, cantaron, rieron, algunos se fueron al muelle, la mayoría se quedaron por allí y fueron acercándose a las chicas. Ella tuvo sus pretendientes pero, desazonada por la falta de interés del elfo corpulento, los rechazó a todos, incluso al joven atractivo. Finalmente, sus chicas estuvieron ocupadas arriba y la taberna quedó algo más desahogada. Suspiró, colándose tras la barra para intercambiar unas palabras con el goblin, y se fijó en Alice, que se removía inquieta en los toneles, colorada, ocultando su rostro tras el pelo oscuro. Al percibir su mirada, la chica le devolvió una clara llamada de auxilio.

Alarmada, Jen bordeó el mostrador y se acercó a la niña, poniéndole las manos en las rodillas.

- ¿Que ocurre, tesoro?

Alice hizo un gesto con la cabeza, y Jen siguió su mirada. El elfo corpulento estaba observando a la muchachita, apoyado en el respaldo de la silla, dando sorbos a la cerveza. Presa de un enfado incomprensible, bufó y puso los brazos en jarras, encarándose con el marino.

- ¿Y tú que miras?

Él hizo un gesto, señalando a la chica quemada.

- A ella. - respondió con voz grave y vibrante. Jen parpadeó de nuevo, indignada.
- ¿No tienes nada mejor que hacer que incomodar a una pobre criatura?
- ¿Incomodarla? - arqueó la ceja, negando con la cabeza. - No quería incomodarla. La miro por que me gusta.

Alice abrió los ojos como platos y Jenny meneó la cabeza, incrédula. Salió a la defensiva de su pequeña con uñas y dientes.

- Esa burla es cruel. De todos los que han pasado por aquí, nadie, ni siquiera los más rudos, han sido tan despreciables como para zaherirla de ese modo. ¿Como te atreves? ¿Es que no tienes ni un ápice de dignidad?

El elfo se la quedó mirando, mientras Jenny resoplaba y apretaba los puños, tremendamente ofendida. Cuando volvió a hablar su voz tenía la suavidad del terciopelo, pero al mismo tiempo sonaba decidida.

- He dicho que me gusta. De todas las furcias que se pasean por aquí, ninguna tiene esos ojos inocentes. Es la niña más dulce que he visto en mucho tiempo.

Dicho esto, alargó la mano y sonrió a Alice ante la mirada atónita de Jenny.

- ¿Quieres hacerme compañía esta noche?

Alice volvió la cabeza hacia su protectora, esperando su aprobación, pero la dama de la Campana Dorada, la señora de la casa, la más deseada, era incapaz de reaccionar. Alice sonrió a medias, tomándose el silencio como una afirmación y se levantó, corriendo a los brazos del apuesto elfo, que la sentó sobre sus rodillas y comenzó a hablar con ella en susurros, apartándole el cabello del rostro y mirándola como si en verdad fuera una belleza. Alice se mostró insegura al principio, y mantenía la cabeza gacha, respondiendo a sus miradas con timidez, pero pronto se echó a reír y participó en la conversación.

Algunas de las chicas, que ya habían terminado, bajaban las escaleras de nuevo y se quedaban mirando la escena asombradas. Cuando el elfo acercó su rostro al de Alice y murmuró algo en su oído, la niña abrió mucho los ojos y luego asintió, y él la rozó con los labios suavemente antes de besarla, arrancándole a la muchachita un gemido infantil. Ella le echó los brazos al cuello, con los ojos fuertemente cerrados, y él la estrechó hacia sí con suavidad, sin apartarse de sus labios.

Jen estaba completamente perpleja. Sin duda, ese sin'dorei habría hecho una apuesta con su amigo o algo similar, no había otra explicación. Querría aprovecharse de la niña a toda costa y despreciarla por su deformidad, acabaría riéndose de ella... frunció el ceño, pensando en si debía intervenir o no, y finalmente decidió dejar que las cosas siguieran su curso. Una amargura cruel atenazó su garganta. "Así aprenderá esta incauta".  Les vio subir escaleras arriba y no pudo resistirse. Esperó un tiempo y subió, dispuesta a espiar lo que sucedía al otro lado de la puerta cerrada, y acercó el ojo a la cerradura sin pensárselo. Si pretendía hacerle algo malo a la niña, avisaría a los goblins sin pensarlo. Aquel tipo no podía estar tramando nada bueno.

En el interior de la estancia, el elfo estaba de pie tras ella, abrazando a la muchacha por la cintura, que respiraba con dificultad. La escena era tierna, parecía sacada de un cuento de hadas de esos que Jen tenía claro que no existían.

- ¿Estás nerviosa? - preguntó él, casi paternal.
- Un... un poco.
- Es la primera vez, ¿verdad?

Alice asintió con la cabeza, y se estremeció cuando él acercó el rostro para oler sus cabellos. Jenn percibió un brillo turbio en los ojos del marino, que acunaba a la joven entre sus brazos. Alice suspiró y apoyó la cabeza en su pecho. "¿Quien se toma tantas molestias con una puta?", pensó.

- No te preocupes, todo irá bien.
- Yo... lo haré lo mejor que pueda.
- Estoy seguro de que quedaré plenamente satisfecho - respondió él, con una fugaz sonrisa sesgada, con un brillo amenazador que se disipó al momento. - Tú solo haz lo que yo te diga, ¿de acuerdo? Es todo lo que quiero de ti, Alice.

La voz del elfo era un murmullo grave, monocorde, arrullador, paternal... casi hipnótico. Había algo en ella que hacía parecer descabellada otra respuesta que la obediencia. Jenny tragó saliva, confundida y curiosa, y siguió mirando.

- Ven - ordenó el marino con el mismo tono, guiando a Alice hacia la cama. La niña se tumbó boca arriba, respirando agitadamente y con los ojos fijos en él. El elfo se sentó al borde, la miró y tiró lentamente del cordón de su vestido. Lo abrió con estudiada lentitud y luego la ayudó a sacar los brazos y le pasó la prenda sobre la cabeza, dejándola desnuda por completo. Alice se cubrió los pechos, insegura. Él ni siquiera la había tocado aún, solo la miraba. - Pon las manos sobre el colchón. Las palmas hacia abajo.

Alice le miró un momento y, finalmente, obedeció.

- Mantente en silencio y no te muevas.

Jenny siguió espiando durante largo rato, asombrada y fascinada por lo que tenía lugar en aquella pequeña habitación. El elfo daba órdenes en ese tono suave y cálido, educado y cariñoso, seductor, y trabajaba sobre el cuerpo de la muchacha, degustándola, acariciándola, lamiéndola y explorando su piel.
Alice obedecía sin rechistar. Cuando le ató las manos al cabecero de la cama con el cordón con el cual se sujetaba los cabellos, ella ya estaba encendida de excitación y los enormes ojos oscuros no se apartaban del rostro de su amante, al que apenas había tocado en aquel tiempo. El juego la había atrapado.

Cierra las piernas, prohibido hacer ruido, ahora saca la lengua, abre las piernas, quédate quieta, abre la boca, mantén los ojos cerrados... los mandatos se sucedían y Alice obedecía, cada vez más excitada, temblorosa, arrastrada por aquella situación. Cuando no lo hacía bien, él la castigaba alejándose de su cuerpo hasta que ella prometía esforzarse más y le pedía que volviera. Estaba completamente vestido aún, y no parecía tener ninguna prisa. Finalmente, Alice fue desatada, y la conminó a arrodillarse.

- Las manos sobre el suelo, la cabeza erguida.

Como no podía ser de otra manera, la jovencita obedeció. El marino se desnudó ante ella, con naturalidad. No había intención de seducir en sus movimientos, pero a pesar de todo, algo emanaba de su imagen. Jenn se lamió los labios, notando la garganta seca. Alice le recorría con sus ojos, asombrada e incrédula. Cuando penetró entre sus labios con lentitud, casi con frialdad, la joven se estremeció y exhaló un gemido.

Jen se mordió los labios, con las mejillas sonrosadas. Se preguntaba cómo habría sido con ella, si le habría pedido esa sumisión, si la habría querido salvaje y desatada o esclava de sus deseos como a la niña. Observó la torpeza de la muchacha quien, a pesar de sus enseñanzas, se mostraba tímida e insegura con aquella extensión de carne dura y contundente que se deslizaba por sus labios, pero a pesar de todo, tenía los pezones erizados y gemía quedamente. El elfo la sujetaba del cabello con delicadeza, con los ojos fijos en el rostro de Alice, mientras invadía su boca una y otra vez, exento de urgencia. Ella levantó la mirada hacia él y allí se quedó, prendida. Cuando alzó la mano para tocarle, la voz grave y susurrante fue clara al articular las palabras, acompañadas de un suave jadeo.

- Las manos sobre el suelo, Alice.

Ella obedeció, asintiendo como pudo con la cabeza, y él penetró en su boca más profundamente, ahondando más y más, hasta que fue evidente que la muchacha no podía abarcarlo todo. Se retiró de ella y Jen pudo observar el sexo hinchado y palpitante. No era nada despreciable lo que ante sus ojos se mostraba, y se relamió al imaginarse siendo fustigada entre las piernas por aquel arma que tanto parecía encender a su discípula. Alice fue conducida de nuevo al lecho por su amante, que le lamía los dedos mientras la llevaba hacia él.

- De rodillas, de espaldas a mi, los codos en el colchón y el rostro sobre las sábanas.

"¿Quien se iba a negar?", pensó Jen, mientras observaba a su pupila realizar los movimientos a la perfección. La niña estaba tan excitada que no parecía tener miedo al dolor de la pérdida de su virginidad. El elfo caminó alrededor de la cama un instante, observando lo que se le ofrecía, el cuerpo entregado y trémulo de la muchacha, perlado de sudor. Jen se sorprendió de la frialdad del marino, que la estuvo mirando un buen rato antes de arrodillarse tras ella, sin prisa, y acariciarle las nalgas para morderlas en un gesto casi delicado. Alice gimió.

- No te muevas - insistió él, en el mismo tono embaucador.
- Perdón - la vocecita de la niña era un quejido suplicante.

Él se pegó a ella y la acarició con su virilidad, sin penetrarla aún, escurriendo la lengua sobre la espalda de la muchacha, mientras con una mano la tocaba entre las piernas y con la otra pellizcaba los pechos, estrechándolos, haciéndola gemir con más intensidad.

- Shhh. Silencio, Alice.

Ella asintió y mordió las sábanas para ahogar los sonidos que se le escapaban, conteniéndose para no temblar. Finalmente, la sostuvo por las caderas y lamió la entrada de la niña, que esta vez se tensó repentinamente, y no por el miedo.

- Veremos cuánto aguantas sin gritar - murmuró él, esta vez con la voz claramente seductora, insinuante y maliciosa. Se situó en la abertura, empujando lentamente, sin dejar de tocarla.

Alice había aprendido bien. No huyó ni se revolvió, y su maestra dudó que pudiera hacerlo o que ese fuera su deseo, con aquellas manos deslizándose sobre la piel cremosa y los estímulos que debían estar rompiéndole los nervios. No gritó al principio, sino que fue capaz de contenerse gracias al almohadón donde hundía el rostro. El elfo la tomó lentamente, casi con prudencia, entrando en ella muy despacio y sin dar tregua a los sentidos de la niña, que tenía toda la piel erizada por la excitación. Alice no sangró demasiado, pero Jen se dio cuenta de que él no podría enterrarse por completo en ella sin hacerle daño. Quizá por eso la estaba llevando al límite con los lentos movimientos.

La danza comenzó, ondulante, suave y paulatina, casi imperceptible, y el coro de los gemidos de la chica se elevó, ensordecido por el cojín de plumas. Ella comenzó a moverse instintivamente para adaptarse a él, pero las manos firmes detuvieron sus caderas.

- Quieta, Alice... quédate quieta, niña - murmuró con voz queda. Ella sollozó y golpeó con el puño el colchón, pero obedeció.

Entonces Jen vio el destello de la sonrisa maliciosa y la mirada sucia del elfo, turbia y algo inquietante. "La está torturando", se dijo con envidia. Ella deseaba aquella tortura. Se pegó más a la puerta, ignorando el propio calor que desprendía su piel. Los gestos sinuosos del amante bajo la luz de las velas, hacían brillar sus músculos, que se contraían y se relajaban, ondulaban como los de un león de la selva cercana. Cuando la niña alzó la mejilla quemada de las sábanas y exhaló un gritito, casi se le cortó la respiración.

- Por favor... por favor... - murmuró Alice, intentando moverse de nuevo.
- ¿Quieres que pare? - replicó su amante, inclinándose sobre ella y derramando la cabellera sobre su espalda.
- No, no, no... por favor, no pares. Quiero... quiero...
- Bien, puedes decirlo.

Aquella voz era una caricia estimulante, embriagadora. Alice se arqueó y se precipitó repentinamente hacia atrás para unirse a él con un gesto salvaje. Gritó de dolor, pero eso no la detuvo. Sonriente y triunfal, como un conquistador, él la sujetó de la cintura y empujó con más fuerza, exhalando un gruñido gutural. La muchacha empezó a balbucear incoherencias.

- Hazlo... del todo... tómame... dame más...

Con el destello malicioso en los ojos y la sonrisa del predador, el elfo entrecerró los ojos y le dio a la niña lo que pedía, embistiéndola poderosamente, haciéndola retorcerse y gritar. La sangre empezó a brotar esta vez con abundancia, pero Alice estaba fuera de sí. Se contorsionaba, presa de una excitación febril, tomando aire como si se estuviera ahogando, hasta que se convulsionó y gritó, arrancando las sábanas del colchón al verse sobrecogida por el orgasmo. Jen parpadeó al verla removerse, alejarse del elfo arrodillado y girarse hacia él a gatas, con el rostro transfigurado por las sensaciones, para engullir la virilidad ensangrentada y devorarla con el ansia de un bebé sediento que corre a amamantarse. Las uñas de la niña se clavaron en los muslos de su amante cuando le atrajo hacia sí, casi ahogándose. Él sonreía. Su respiración aún mantenía el ritmo, acelerada pero constante. "La tiene subyugada", pensó Jen, parpadeando con una envidia que nada tenía de sana. Él ya no daba órdenes, solo la dejaba hacer. Ella se abrazó a sus rodillas cuando el elfo se contrajo un instante y gruñó quedamente al alcanzar el clímax, en un gesto demasiado contenido.

Alice bebió la semilla y luego se negó a apartarse, aún rebañando los restos con la lengua, jadeando, desesperada y esclava de deseos que seguramente nunca pensó que podría tener. Ni siquiera cuando le liberó de su boca dejó de escurrir la lengua por la entrepierna del marino, de besarla, de arañar su piel.

- Quiero más - murmuraba quedamente. - Dame más...
- No, Alice. - replicó la voz grave - Ya hemos terminado por hoy.

Él le acarició los cabellos y ella levantó el rostro para mirarle, al borde de las lágrimas.

- No digas eso... ¿me querrás mañana a tu lado?

El elfo la miró y se inclinó para besarla, y ella se aferró a su pelo con desesperación.

- Lo has hecho muy bien. Puedes estar conmigo más veces, pero no pagaré por ti ni una más.

Jen abrió los ojos como platos y maldijo mentalmente. "Será cabron... manipulador de mierda".

- No quiero dinero, quiero que seas mi amante, mi señor. Haré todo lo que me pidas, te lo juro - insistió Alice, frotando el rostro quemado contra su piel, sometida y entregada.
- En ese caso, volveremos a vernos, Alice.

Cortés y dulce en todo momento, la desasió de su cuerpo y comenzó a vestirse, aún recuperando el ritmo de su respiración. Besó a la muchacha y la arropó en la cama, la llamó hermosa y reina, le lamió los párpados y salió, lanzándole un beso desde la puerta. Alice quedó en la gloria.

Jen aguardaba de brazos cruzados y le atravesó con la mirada cuando él se dio la vuelta después de cerrar. El elfo sonrió brevemente, arqueando una ceja.
- ¿Te lo has pasado bien, marinero? - le espetó Jenny, con el rostro lívido por la ira.
- Ciertamente.- replicó, atándose los pantalones. Sorbió por la nariz, se recogió el pelo y le dedicó una mirada altiva, cargada de ironía - ¿Y tu, te has divertido espiando?

Ella rió burlonamente y le contempló apoyarse en la pared, con gesto seguro, mirándola a la expectativa. Por un instante sintió un cosquilleo entre los muslos, pero finalmente recuperó la agresividad de su actitud. No le descolocó el hecho de que él supiera que había estado al otro lado de la puerta, pero sí que le sorprendió. ¿Cómo lo habría sabido?

- Puede que a ella la hayas engañado, pero a mi no. - espetó, al fin. - Son diez oros por su virginidad, ochenta platas por los servicios que has recibido.

El elfo frunció el ceño y la repasó con la mirada, rascándose la barba. Aquel modo de ser evaluada la hizo sentir incómoda por primera vez en años, pero aun así extendió la mano, imperativa.

- ¿Y cuanto vas a pagarme a mi por los servicios que yo te he dado a ti?

Jen parpadeó de nuevo, perpleja ante semejante descaro.

- ¿De qué coño hablas?
- Del espectáculo de ahí dentro. Yo tampoco lo hago gratis, ¿sabes? No si hay público.

La mujer bufó indignada y levantó la mano para darle una bofetada, pero él la detuvo por la muñeca y la atrajo hacia sí. No perdía la compostura en ningún momento, y se quedó mirándola, fijamente, inexpresivo. Jen percibió una agitación en su espalda, muy similar al miedo.

- No te irás sin pagar, te lo advierto, quien seas.
- Puedes llamarme Rodrith. Y tú tampoco vas a irte sin pagar... aunque se me ocurre una manera de que ambos quedemos satisfechos.

De nuevo la sonrisa sesgada, el aplomo inamovible y esa mirada intensa. Estaba pegada a su cuerpo y la ira le había hecho enrojecer, le vibraban los párpados a causa de la rabia, y cuando él acercó los labios a los suyos, le amenazó con una mirada.

- No te atrevas o me pondré a gritar, te lo advierto... Rodrith. - escupió su nombre como si fuera una maldición, y él sonrió mas ampliamente, apretándola contra sí.
- ¿De verdad vas a gritar? - susurró con ese tono seductor, dejando correr el aliento entre sus labios. Jen dudó un instante, y eso fue suficiente para el elfo, que apenas la rozó con la boca, haciéndola estremecer.
- Suéltame, rata. Puedo tenerlos mucho mejores que tú y que pagan sus deudas - insistió, pero esta vez sabía que su voz no era convincente.
- Yo no estaría tan seguro - prosiguió Rodrith en el mismo tono, dibujando el contorno de sus labios con el roce tenue de los suyos. - Estás acostumbrada a hacer perder la cabeza a los hombres, a que te deseen hasta pagar verdaderas fortunas por abrirte las piernas ... pero cuando llegas al dormitorio, todos son iguales. O bien te estrujan presa de una pasión desenfrenada que tú les provocas y la vuelcan en ti hasta llenarte el coño, o se quedan eclipsados ante tu belleza, dejándote todo el trabajo porque no se atreven a tocarte. - hizo una pausa y las palabras llegaron a ella en un susurro hipnótico que la erizó por completo - A ti nunca te han follado en condiciones, ¿verdad, reina? Ya ni te acuerdas de lo que es eso.

Lívida de ira, se retorció tratando de liberarse de sus brazos, con la cabeza dándole vueltas.

- Qué coño sabes tu, desgraciado. No sabes nada. No te atrevas a tocarme.
- Por eso mirabas detrás de la puerta, por eso no te fuiste. - insistió, imperturbable, como si la estuviera despellejando con los ojos y extrayendo sus secretos. - Te mueres por que nos revolquemos en cualquier rincón, lo estás deseando desde que he entrado. Así que ahora dime que vaya contigo a tu habitación a demostrarte que no me equivoco, o deja que me largue a mi barco a dormir y estamos en paz.
- ¿Quien es la puta aquí? - exclamó Jen, confundida y perpleja, empujándole. Se llevó las manos a la cara y le señaló las escaleras, mientras él se reía entre dientes. - Fuera. FUERA.
- Como quieras.

Cuando la silueta de cabellos de oro pálido desapareció escaleras abajo y el eco de su risa se disipó, Jen se escurrió en la pared hasta quedar sentada, con la mano sobre el corazón, que parecía que se le iba a salir por la boca. "Por los dioses, ¿que coño me ha pasado? Se ha ido sin pagar... me ha desvirgado a la niña y se ha ido sin pagar. Y para colmo, no me ha tocado"
- Yo soy gilipollas - dijo en voz alta, limpiándose una lágrima de rabia que se le había escapado.

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