miércoles, 18 de noviembre de 2009

Las Serpientes - Eternidad (II)

Y así es como se inicia el cataclismo. Sus lazos son como las hebras entre los dedos de un niño de ojos dispares, que juega a hacer figuras, cruzándolas, entrecruzándolas. Abre las manos y la tensión aumenta, casi hasta partirlas. Une las yemas y se aflojan, desapareciendo en un crisol de luz y sombras. Pero ahora las está enredando, tirando de ellas mientras las enrosca en los pulgares, que se acercan irremisiblemente, ansiando tocarse.

Las hebras se clavan en la carne hasta cortarles, se cierran en su mente y les apremian. Espolean las monturas.

Atrás ha quedado la bruja, semidesnuda y saciada en el Sagrario. Atrás han quedado los elfos, revolcándose en su propia lascivia, y pronto olvidarán la precipitada marcha del cruzado.

Desidia deja un rastro de hierba quemada a su paso, mientras el brujo la espolea con desesperación, clavándole los talones sin contemplación alguna. Elazel no necesita más arenga que la voluntad anhelante del jinete, y se desliza sin apenas tocar el suelo como una estrella fugaz.

Cabalgan dispuestos a colisionar, con el palpitar de los corazones acompasados y el mismo nudo en las entrañas. Hambre y sed. Vacío y silencio. Luz y sombra, que aspiran a limpiarse las telarañas de la soledad de quien sabe que hay algo más, lo ha vislumbrado y, precipitado de nuevo al suelo desde el umbral de un paraíso, trata de rozarlo con la punta de los dedos.

Cuando llegan a su destino, las ruinas del Enclave Escarlata les reciben con un cielo abarrotado de nubes y lluvia sucia, deshabitado como un templo sin ídolos. Rodrith tira de las riendas para evitar que su yegua golpee al corcel infernal, que acaba de caracolear frente a la puerta de la capilla. Theron jadea y aplaca a Desidia.

La lluvia les moja los cabellos. Tintinea sobre las placas de la armadura del cruzado y deja marcas oscuras en la toga del brujo. La mirada inflamada de llamas de vil se encuentra con su otra mirada, la que arde con fuego sagrado, y se reconocen, se acarician a distancia, dándose la bienvenida. Las manos les tiemblan levemente.

- Ni siquiera me has dado tiempo a torturarme esperándote – resuella el paladín. Su pecho sube y baja, como si no hubiera aire suficiente para llenarle los pulmones, y la voz enronquecida es un preludio de contención desesperada. No hay sonrisa en sus labios.

- Hemos tenido horas para eso – responde el brujo, tomando aire a su vez. - Todas las del día.

Cuando descienden de los caballos y se arrojan contra el otro, casi se golpean, atropellándose, agrediéndose, en ese territorio confuso donde no hay suficientes manos para tocarse, donde las caricias se confunden sin saber a dónde dirigirse primero, desorientadas, y el torpor de la ansiedad hace que las bocas no acierten a encontrarse.

Se empujan contra la puerta de la capilla, que se abre a su paso con un golpe sordo. Las velas no arden, pero el aroma a incienso aún flota en el aire, junto al olor picante y persistente del vil, y algo más oscuro y más ajeno. La lluvia entra tras ellos, goteando en el suelo mullido, y el viento frío e insano se abre paso en el interior.

Arrojándose al suelo el uno al otro, caen a la vez, respirando agitadamente. Ruedan sobre las alfombras, arrancándose las prendas. Theron se pelea con las correas y los cierres de la armadura, mientras Rodrith tironea de la túnica con insistencia y hace saltar costuras con un gruñido sordo, bebiéndose el aliento del otro entre las lenguas enredadas.

Los pensamientos coherentes, las mentes amuebladas, bien construidas, son retiradas como el decorado de un teatro al terminar la función, y en la penumbra, bailan y se enredan las sombras y la luz, sin necesidad de razones ni palabras. Solo el vacío oscuro, hambriento, y la llama intensa que lo devora todo sin saciarse nunca.

- Apaga este jodido fuego – ordena el paladín con voz cortante. Tras el forcejeo, Theron está sobre él, y cuando le arranca el arnés, las alas oscuras, iridiscentes, se despliegan con un movimiento airoso, dejando caer algunas plumas. Los ojos verdes están fijos en los suyos. Si pudiera tocarlos, se quemaría.- Apágalo de una vez.

- Llena el vacío con él – responde el brujo, inclinándose hasta rozar los labios con los suyos. Su voz es al tiempo una súplica y una exhortación – Hazlo arder... consúmelo.

Durante un momento, se miran casi sin respirar. Los dedos del brujo se han posado sobre los labios de su compañero, las manos del cruzado se hunden en los negros cabellos en una caricia lenta y devota. Si aquella mirada fuera sorprendida por alguien ajeno, sin duda no podría entenderlo. Los amantes más entregados, los enemigos más acérrimos envidiarían por igual los matices de esa mirada que comparten, hirviente, a punto de desbordarse, que contiene un muestrario de sentimientos confusos, contradictorios y atroces, dominados por el anhelo de la unión.

Eres hermoso

Al unísono, las dos bocas se funden de nuevo, mordiéndose, adentrándose la una en la otra con avidez, asfixiándose en la plenitud de la saliva y el aliento compartido, y las manos del cruzado se cierran sobre las muñecas del brujo. Es una presión muy real, y la primera punzada le asalta con las uñas que se clavan en la piel tierna y tiran, abriéndola, dejando un rastro de sangre verdosa en sus brazos.

Y Theron siente, estremeciéndose. Siente el dolor, tenue al principio, también en el cuello donde los dientes se cierran con vehemencia. Afilado, cortante, agudo y delicioso. El hermoso dolor, que le arranca un gemido.

Y Rodrith siente. Siente el pálpito del goce extraño y absoluto al escuchar ese gemido, al saberse artífice del sufrimiento, al sentir la sangre correr entre sus labios y sobre sus dedos.

- Acabaré contigo – acierta a murmurar el paladín, con los ojos entrecerrados, abriendo las mandíbulas solo lo suficiente para pronunciar su condena y cerrándolas de nuevo como un cepo ineludible, que esta vez rasga más profundo en un hombro.

Theron forcejea, se agita, con un hilo de saliva descendiendo por su mentón, sanguinolento. Él también le ha herido, y lame esa gota que se escapa, con el sabor chispeante de la sangre luminosa levemente disuelto en su propio sabor.

- Conviérteme en cenizas... - murmura, desafiándole, cuando se ve arrojado al suelo con el peso del cruzado sobre él. Las alas se han abierto asimétricas en el suelo. - No lo evites más. No lo evites...

El cuerpo del brujo se va cubriendo lentamente de las marcas violentas, como una réplica de las cicatrices de su compañero. Abiertas a dentelladas, a tirones, cada una le arranca un jadeo y un gemido, transportándole más y más lejos del vacío aún más doloroso que el dolor, despertándole los sentidos. Y Rodrith se inflama con la visión de esta tortura cuando al fin es libre para rasgar, desollar y hacer saltar la sangre de su envoltorio mórbido, hacer brotar el sudor de los poros. Lame y engulle el verde incienso del demonio, que le llena la lengua con un sabor conocido y anhelado en el que puede percibir cada matiz, con el rugido perpetuo vibrando en la garganta.

Con una mano tensa, el paladín tantea el suelo en busca de la daga que esconde en las botas, aún con los labios hundidos en una herida abierta cuyo licor le quema la garganta y le produce náuseas, mientras la otra forcejea con el cuerpo sanguinolento de Theron, que se debate bajo él con la respiración acelerada. Brota la luz, con un cosquilleo, restañando la carne castigada con un bálsamo agridulce y el brujo se remueve.

- No lo evites...- repite, en un murmullo quejumbroso, suplicante. - Es inútil.
- No voy a hacerlo. - El paladín se alza sobre él con la daga empuñada. Clava las rodillas en sus costados e inclina la cabeza, mirándole con ojos turbios, inundados ya por la desesperación que le agita. - Te necesito más que el aire.

La daga desciende, se oye el sonido del metal al perforar y el grito del brujo rompe la quietud de la noche. Arquea la espalda, mordiéndose los labios, apretando los dientes, y se debate. Rodrith, con un estremecimiento febril, hace volar la diestra para atraparle las muñecas por encima de la cabeza, anclándolas al suelo con dedos férreos.

- Te necesito más que a mi propio corazón.

La hoja sale del hogar donde se alojaba y asciende, para volver a precipitarse sobre la carne. El rostro de Theron se contrae y grita de nuevo, temblando, bañado de sudor. El sollozo le rompe la garganta, y la mueca que esboza es al tiempo un gesto sufriente y una sonrisa. Y el paladín le mira, casi sin poder respirar, temblando levemente y con la expresión perdida, vacía, delirante.

- Eres mío – murmura, con un susurro cortante, apuñalándole una y otra vez.

Cada golpe recibe después su cura, cuando ya la sangre ha brotado y el grito se ha liberado, cada corte es cerrado con la luz burbujeante en un ir y venir de sufrimiento y consuelo que hacen ondular la mente del brujo. La mano temblorosa que sostiene el arma la deja caer.

Hambre

Se precipita hacia el cuerpo condenado por su mano, cubriéndose con el fluido verde, empapándose el rostro con él, ungiendo al demonio con su propia esencia vital, embarrándole de la ponzoña que ha escapado de las venas abiertas con caricias intensas que acaban convirtiéndose en arañazos.

Theron ya no respira, su aliento es una consecución de gritos ahogados, gemidos sordos y jadeos que hacen ondular su pecho, mantiene los ojos muy abiertos, con el verde trémulo vibrando a causa de la confusión placentera y horrible con la que se embotan sus sentidos. Y Rodrith deja escapar el rugido cuando, con el cabello sobre el rostro, desciende por su cuerpo con los labios abiertos. Las zarpas arañan el vientre del brujo, escarbando en él hasta enterrar los dedos en la carne, y sus fauces engullen la virilidad pulsante de su compañero, sumergiéndola entre los labios, aspirando hasta el límite con voracidad desatada, exprimiéndole sin compasión, queriendo extraer algo, lo que sea, de aquella presa que le enciende una avidez incontrolable.

- ¡Basta!

El grito es una súplica, los dedos del brujo se cierran en los cabellos del paladín cuando su aliento se convierte en un estertor arrítmico. La caricia húmeda quema entre sus piernas y la succión es dolorosa. Y sin embargo, sus latidos se aceleran aun más, al borde de un colapso que no parece llegar.

Lenguas de llamas se extienden por su piel, bajo ella, despertando los estímulos y un nudo le ahoga la garganta, parpadea levemente, tirando de las hebras doradas, sin conseguir mas que un ronroneo intenso que suena a advertencia. Se siente cercano a la inconsciencia, en las puertas de la muerte, y se deleita en ello, lo disfruta, sin poder escapar, sin querer hacerlo. Siente los dientes arañar suavemente su sexo, clavándose un instante con una punzada que casi le hace saltar, y la luz lame su cuerpo nuevamente.

Mareado, desarmado, deja caer las manos y solo puede temblar y abandonarse.

- Ya basta... - y apenas es un hilo de voz.

El paladín desliza los brazos bajo sus rodillas y aparta el rostro finalmente, con un sonido húmedo, tomando aire como si acabara de alcanzar la superficie. Trepa por su cuerpo con los movimientos de un animal, hundiendo los dedos en las alfombras, y con las piernas del brujo sobre sus hombros, asciende hasta su rostro. Y se hablan en susurros.

- Ya basta...
- No
- Ya basta
- No es suficiente

Conoce la respuesta. No desea otra. Ninguno la desea. Se miran, ojos sufrientes, colapsados, y ojos ausentes, anegados por un deseo enfermo, incomprensible hasta para ellos. Y al fondo de aquel esplendor caótico, ámbar y jade, algo más. Algo inabarcable que les hace contemplarse extasiados, deleitarse en el espejo que les muestra lo que son.

El cabello de resplandor plateado se enreda con las hebras oscuras, sinuosas, como serpientes negras. Theron levanta la cabeza y Rodrith desciende hacia él. Se devoran los labios de nuevo, lamiéndose con lujurioso abandono. Y el brujo aspira su vida en el beso, saboreando el espumoso oleaje de una vitalidad intensa y de sabores potentes, arrancándole también la energía de su cuerpo y su espíritu.

Es un festín de intensidad arrolladora que casi le marea, pero no se detiene hasta que roza los límites, casi hasta desbordarse, sabiendo aún que podría tomar más hasta caer desvanecido. Cuando se apartan, el paladín sacude la cabeza con un gruñido y se tensan los músculos de sus brazos, que casi ceden a la debilidad.

- No eres el único que tiene hambre – resuella Theron, con las piernas colgando en los antebrazos de su compañero. Siente el roce cálido en las puertas, y se contrae instintivamente, con la mirada sumergida en la mirada que a su vez está prendida de la suya.

- Puedes tomar lo que es tuyo – responde el paladín, apretando los dientes, y esta vez su voz es un murmullo grave, vibrante y denso como una caricia de amante – Igual que yo.

Es nuestro

El dolor se abre paso en sus entrañas con la brusca invasión de la carne, dura y caliente. Un dolor más intenso que ninguno, que le destroza sin contención, arrancándole un grito que es sofocado por los labios ávidos y la lengua que le quema en la boca.

Theron se aferra a sus cabellos. Rodrith mantiene los dedos crispados en la alfombra, y los cuerpos se tensan hasta casi romperse, cubiertos de sudor, ondulando con la danza violenta de las largas embestidas. Le clava las uñas en la nuca y aspira de nuevo, haciendo enmudecer los gemidos entrecortados de ambos. Les duele. Les colma. La fuerza que toma del cruzado parece resonar en su interior con el estruendo de la tempestad, y en el abismo insondable se enciende una luciérnaga temblorosa, que se hincha y crece, una galaxia entera que extiende sus tentáculos hasta no dejar ningún resquicio vacío, llenándolo todo. Al mismo tiempo, la tormenta desatada y confusa del paladín se aplaca suavemente al ser absorbida, calmándose las aguas hasta convertirse en un oleaje constante y complaciente, que encuentra por fin el lugar donde ir a morir.

La sombra se desata y acaricia la piel de Rodrith, que aprieta los párpados y tensa la mandíbula, sin apartar los labios, sin dejar de abrirse paso en el abrazo estrecho que le aprisiona, internándose hasta enterrarse en él, sin importarle el dolor que siente como propio, las suaves vibraciones de placer, la náusea ardiente en su estómago por la sangre ajena y oscura que ha bebido o el agotamiento al que le somete su compañero, privándole de las fuerzas lentamente.

La luz centellea y ondula sobre el cuerpo de Theron, que se aferra a él con desesperación, sin ser consciente ya del sufrimiento de las heridas, abandonándose a la corriente que le arrastra, colmándole, con el espíritu presa de un delirio que no le permite distinguir entre placer y dolor, si es que hay diferencia. Porque ahora todo está bien.

Al borde del agotamiento, el paladín aún arremete contra su compañero, gruñendo con intensidad. Theron aparta los labios de él cuando toma aire con un estertor, los ojos muy abiertos y fijos en el techo, viendo más allá. Su espalda se arquea y grita con un sollozo, y el rugido se funde con su voz. La penumbra estalla y se disuelve, y estalla otra vez, cuando la semilla se libera al unísono, abrasando y barriendo a su paso con llamas de oro y púrpura.

Se detienen las respiraciones por un instante, y el rumor del mar inunda sus oídos. El mar... el ancho mar, el mar eterno. Creen ser agua salada, arena fina y polvo de estrellas, que danzan entremezclándose, sin importar donde empieza la playa y donde acaba el océano, porque el agua se cuela en la arena y la arena es arrastrada por las olas.

El mar eterno que se aleja y se une de nuevo, en un ciclo infinito. Es la plenitud la que resuena a su alrededor en un momento tan breve como el parpadeo de una llama que muere. Y los cuerpos se derrumban, liberados de toda tensión, con un último sollozo.

Theron yace inconsciente. Rodrith siente cómo le arrastra el desvanecimiento, y guarda las últimas energías para tirar de la alfombra y envolverles con ella, abrazando al brujo contra si, queriendo que su vigilia se apague al fin para no saborear el regreso amargo a la distancia. Le estrecha con fuerza, y percibe el débil movimiento del cuerpo maltratado que se pega al suyo.

Porque es nuestro. Porque nadie puede entenderlo. Y porque no importa en realidad. No importa cuanto daño podamos soportar, cuanto goce podamos disfrutar, ni si está bien o mal. Como satélites, orbitamos alrededor del otro, envueltos por la luz, cegados por la sombra. Giramos con el magnetismo que nos empuja lejos al tiempo que nos atrae, luchando contra la gravedad inevitable que nos lleva a estrellarnos una y otra vez, a destruirnos lentamente y renacer de nuevo. Pero todo es nuestro. El sufrimiento atroz y el éxtasis del placer, la suave melancolía y la ira violenta, el amor arrollador y el odio desenfrenado.

Y cuando me angustie la ausencia, hiéreme. Y cuando el hambre me atenace, deja que te muerda. Regálame la tortura. Regálame la liberación. Cuando el vacío me lleve, inúndalo con tu universo. Cuando no pueda contener mi universo, deja que lo vierta en tu profundo abismo. Tira de mis hilos hacia ti si me pierdo, y no me apartes aunque nos queme la hoguera infinita. Déjame respirar tu aliento si me falta el aire, y no me sueltes aunque te arañe. Abrázame aunque no me comprendas. Ámame aunque me odies. Condéname contigo o sálvanos a los dos, pero nunca nos salves de nosotros. Aliméntate de mi sabor hasta que no puedas más, y cuando no puedas más, sigue haciéndolo. Apóyate sobre mi aunque caigamos juntos. Sepulta tus miedos en mi carne y arranca mis pesadillas a mordiscos. Limpia mis lágrimas enquistadas con la caricia de tus dedos arrancándome el alma. El dolor que me causas me destroza con una eterna agonía, y en ella me deleito; es la prueba de tu existencia, el precio por encontrarte. Porque sin ti, mi otra parte, tú que me completas, el mundo no es más que un espejismo en un desierto en el que todo se deshace en formas grotescas y sin sentido

Porque es nuestro. Porque no lo entendemos. Pero estamos marcados con el sello de la eternidad, y bailaremos como agua y arena, el uno alrededor del otro, uniéndonos y separándonos, sin nunca soltar las manos, mientras canta para nosotros la Creación. Porque eres mío, para siempre.






1 comentario:

  1. Estaba volviendo a releer este relato, me ha hecho recordar muchas cosas que pensé en su momento al conocerles y que poo a poco van tomando forma y sentido.

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