miércoles, 18 de noviembre de 2009

Las Serpientes - Eternidad (I)

La oscuridad de la noche se extiende afuera, pero en la taberna el resplandor de las velas y la hoguera crean un ambiente cálido. Renée mira alrededor, con el gesto adusto de siempre, y en las sillas junto a la barra, la conversación discurre de un modo agradable.

Rodrith Astorel Albagrana, paladín, soldado del Alba Argenta y Cruzado, ríe suavemente ante el comentario de la joven que se sienta a su lado, con la pipa entre los dientes, la petaca en una mano y la otra sobre su muslo. Un par de chicas más coquetean en las dos sillas contiguas, y el joven guerrero que les acompaña les mira de reojo con gesto malicioso.

- Así que servís en el Norte – dice una de ellas. Tiene el cabello casi blanco y las formas juveniles apenas se adivinan bajo las ropas que la cubren hasta el cuello. Sin embargo, el leve rubor de sus mejillas y el modo en que se muerde el labio delatan la curiosidad de la inocencia y el adolescente anhelo de empujar esa inocencia por un abismo.

- Así es – responde él, ladeando la cabeza y posando los ojos color ámbar, levemente enturbiados, sobre la muchacha. - Aunque yo no lo llamaría un servicio.

- ¿Es un entretenimiento acaso? - replica otra de ellas. Es pelirroja, y en su rostro se revela la picardía de quien ha rodado entre las sábanas más de una vez y ha hecho enloquecer a más de uno, o de una. Su cuerpo bien formado se exhibe a través de las aberturas de la toga, y el olor dulzón que desprende golpea los sentidos e incita al hambre.

Rodrith arquea la ceja y ensancha la sonrisa, haciendo crujir la boquilla de la pipa.

- Es una manera de verlo – aclara, haciendo un gesto con la mano. - Veréis, yo creo que es una vocación.

- ¿Vocación? - dice la que está a su lado. Es morena y su perfume habla de misterio, de artes ocultas y de capas y capas que profundizan hasta llegar a un centro podrido y corrupto. Siente en ella la presencia demoníaca, cercana, y sabe a ciencia cierta lo que busca de su persona. Aun así, le aprieta el muslo. - ¿Vocación por salvar el mundo?

- Vocación por destruir – replica, apresándola con una mirada virulenta, sin perder la sonrisa – pero de un modo... constructivo.

La muchacha se ríe suavemente, desviando los ojos, y las otras la imitan, una con timidez, la otra con cierta picardía. El joven menea la cabeza, con una sonrisa sesgada, sin dejar de mirarle de soslayo.

Tiene hambre. La pulsación es leve, pero la contención prolongada no deja de acuciarle, y siente el arañazo de la garra en su interior, gruñendo suavemente.

Ya sabes como es. Sedúceles a todos, subid arriba. Cierra la puerta con llave y bloquea las ventanas. El muchacho quizá oponga más resistencia, doblégale el primero... o deja que se recreen, mórbidos y sensuales con impunidad, y cuando estén arrebatados por el deseo, entonces déjame salir. Déjame salir y arráncales la piel... clávales los dientes, tira de sus cabellos y destrózalos a todos. ¿Sientes el olor de la sangre salpicar, los gemidos contenidos, el olor del miedo?


-No creo que vuestra vocación sea... eso – murmura la más joven. Sostiene una copa de zumo entre las manos y su voz es casi infantil.

Rodrith se lame los labios y la mira, echándose hacia atrás en la silla, sin apartar la mano del muslo de la bruja. Le parece ver encenderse más intensamente el rubor de la adolescente.

- ¿Cual era vuestro nombre? - pregunta bajando la voz. No aleja los ojos de ella, consciente del influjo que en ocasiones produce en los demás.

- Myra, señor – La respuesta llega con voz algo temblorosa. Le hace un gesto, tendiéndole la mano, y ve la duda en sus ojos. Cuando finalmente la chica se levanta y avanza hacia él, recoge sus dedos entre los suyos, acercándola con un movimiento suave pero imperativo, y casi siente su aliento en los labios. La nota trémula como una flor azotada por la brisa, y los grandes ojos le miran con temor y reverencia.

- Myra... - susurra con una media sonrisa – en el mundo hay dos clases de personas. Los que siembran y los que talan. Y a mi se me da mejor talar.

La chica sonríe insegura, se recoge un mechón de cabello tras las orejas y balbucea algo ininteligible. Solo vuelve a su asiento cuando él la suelta. Syrhia, la elfa morena, reprime una risilla irónica, mientras la pelirroja echa la cabeza hacia atrás y arquea la ceja.

Hazlo ya. Mírales. Están encandilados. Quieren más, quieren más de ti. Dáselo. Muéstrales lo que eres, ellos lo desean, lo están deseando.

El joven caballero está diciendo algo más, pero no le escucha. Solo está atento a las miradas lúbricas, las lenguas que asoman para humedecer los labios, las manos que se estiran las togas sobre el cuerpo, los olores opuestos que se funden y las constantes señales que le llegan. Puede oler la lujuria. Sabe captar ese matiz, y en ese momento flota en el ambiente de un modo arrollador.

Cuando la bruja se mueve sobre su silla y hace que su mano acceda a la parte superior del muslo, la pelirroja ya está acariciando el cabello de Myra, que se agita con cierta inseguridad y no aparta la mirada de él. Y el muchacho le ha guiñado un ojo con disimulo.

- ¿Es cierto que los cruzados hacen votos de castidad? - pregunta Dannia, la pelirroja.

Rodrith sonríe a medias, y cuando responde sabe que su voz suena enronquecida.

- Algunos.
- ¿Y vos?
- Los hice una vez y tardé dos semanas en romperlos.

Los rompí por su culpa. Maldito sea. Bendito sea.

El caballero se rie entre dientes.


- Dos semanas es mucho tiempo.
- No puedes ni imaginarlo.

Cuando los cinco intercambian sonrisas, la intención es ahora más clara que nunca.

- ¿Sabeis que hay unas vistas geniales desde el piso de arriba? - dice Shyria.

El grupo no tarda demasiado en subir las escaleras, unos tras otros, rozándose suavemente. Rodrith se toma su tiempo. Sabe hacerse esperar, y esa es una de las mejores partes de la caza. Cuando las presas no saben aún que lo son.

- No me mires así – dice, sonriendo a medias a Renée, mientras asciende escaleras arriba.

La renegada suelta un bufido y se cruza de brazos, murmurando sus quejas en viscerálico a media voz.


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Las luces del Sagrario deberían aturdirle levemente, y el aroma del vil de su compañera, al menos despertarle algún tipo de anhelo. Sin embargo, el ardor que le arrebata es casi demasiado débil, y las formas sugerentes que muestra ante él sin ningún pudor le enardecen, sí, pero nada es tan intenso como debería.

- Dame de tu sangre – murmura ella, sosteniéndole la cabeza. Está sentada a horcajadas sobre él y juguetea con los colmillos en su cuello y en sus labios, lamiéndole con abandono mientras estrecha los pechos, llenos y suaves, contra su cuerpo.
- No tienes bastante, ¿no?

Ella suelta una carcajada y cierra los dedos en torno a su sexo, mirándole con gesto malicioso.

- ¿Es que tu si?

Theron la mira, mostrando los colmillos, y gruñe suavemente.

- No... yo tampoco.

Se arroja sobre ella de nuevo, mordiéndola y sujetándole las muñecas con las manos. La ha poseído dos veces ya, y sin embargo no está colmado. Porque nunca es bastante. Porque el alivio es agradable, es liberador, pero al instante vuelve a gritar el agujero en su interior, vacío, donde las voces y los aullidos reverberan cada vez más claramente.

Cuando vuelve a hundirse en ella, espoleado por una urgencia ansiosa, ya sabe que no encontrará tampoco entonces lo que busca, pero aun así, ahonda violentamente en su interior, jadeando, dejándose abrazar por la suavidad de sus pliegues que invade sin compasión, arañándole los pechos con los dientes y tratando de sepultar el desasosiego con la anestesia de las sensaciones.

Pero el poder que ejerce sobre ella no es bastante. Tampoco los estímulos de la piel, ni los gemidos de la bruja que le muerde los hombros y lame la sangre con desesperación y entrega, ni sus murmullos ahogados.

Empuja hasta agotarse, y el clímax casi le duele. Tras la explosión, el regusto que deja el reposo es amargo y algo insípido. La frustración comienza a golpearle, a pesar de las caricias que ella le regala, perezosa y brillante de sudor.

- Quiero más... - murmura ella en su oido.
- Yo también – responde quedamente.

Su mirada se ha perdido en el techo y observa las luces verdosas con resignación, el semblante inexpresivo.

El vacío es tan silencioso que casi ensordece. Le hace querer encogerse sobre sí mismo, retorcerse como una serpiente hasta desaparecer, disolverse, no existir. El vacío le ha robado gran parte de las percepciones que antes disfrutaba, y comprobarlo día tras día le hace hundirse lentamente en la desazón y la indolencia.

Ella se mueve de nuevo encima suya, pero apenas es consciente. La nada le abraza con dedos aún más envolventes, suaves, invisibles, cubriendo su cuerpo y su espíritu con algodones que hacen que todo parezca lejano y ajeno.

- Dame tu sangre...

La lengua se desliza de nuevo sobre su pecho, marcando una huella húmeda. Aprieta los labios y cierra los ojos, concentrándose para volver a pisar la realidad con pies firmes, pero eso no ayuda. “No ayuda”.


Y entonces llega el tirón.


Como una llamada similar, al otro lado de un abismo extenso. La sensación de una mirada, de una presencia, que esta vez si, hacen que algo comience a encogerse en su estómago.


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No es suficiente. Lenguas enredadas, manos, piel húmeda y olores fundidos sobre las sábanas, el calor animal de los cuerpos que se mueven, ondulantes. Los prueba a todos, uno a uno, lamiendo sus sabores, mordiendo suavemente las carnes, pero ninguna le sacia. El gusto en su lengua es estimulante, pero le resulta poco intenso.

Solo si los desuellas lentamente y escuchas sus gritos... solo si abres los cuerpos hasta que puedas ver cuanto contienen y lo arrancas con los dientes...

Hace callar al oso, removiéndose entre la orgía desenfrenada. No sabe quién hace qué, pero no importa. Es agradable, le inflama la sangre en las venas, pero no es suficiente. Y sabe por qué.

“Todo no me basta”, se dice, jadeando entrecortadamente con un contacto húmedo entre las piernas. Alguien ha hundido los labios allí abajo, despertando una llamada lejana. “Todo no es lo que necesito”.

Y escucha, siente, a través de un vínculo mayor y más profundo, la misma ansiedad al otro lado. Llega el tirón.

La sensación de un aroma, de una sombra, que inflama un único latido en su pulso, el más violento y más ambicioso, que una vez escuchado hace que todos los demás no valgan nada, por muy necesarios que sean para que la sangre siga fluyendo.

... y así empieza

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