viernes, 26 de noviembre de 2010

12.- Los Hijos del Hada

Haari sólo era una niña, cuando su padre, Zul'talar, había soplado el Aliento de los Elementos en el pequeño tótem hueco, lo había sellado con cera y lo había arrojado al mar. "Guardaos de tres cosas", había dicho Zul'talar a sus hijos. "De las zarpas del aqir, de la ira del Loa y de la magia del djinn".


Haari no lo había comprendido entonces, pero como siempre, había recordado las palabras de su padre, el médico brujo de su tribu. Cuando lanzó el tótem al rugiente océano, Haari pensó que las maldiciones que habían caído sobre su comunidad se disiparían, pero no fue así.


Todo había empezado hacía varios meses. En la aldea, los jóvenes trol se burlaban de Yo'lou. Yo'lou no era buen cazador. Todavía no había pasado su prueba de valor dando muerte a un tigre blanco, era patoso y poco salvaje. Era el hazmerreír de los demás, incluso de sus hermanos menores. Hasta que de repente, una noche apareció con tres pieles de tigre, resollando. Alzó el hacha y gritó, despertando a la tribu.


No sólo había dado muerte a los animales, sino que además, uno de ellos le había seguido. Un enorme felino plateado, surcado por estrías negras, con los ojos amarillos, se mantenía dócil a su lado. Yo'lou conservó al tigre, a quien llamó Rokkar. Rokkar se quedó en la tribu, y honraron a los Loa, porque desde su llegada, las cosas fueron mucho mejor para la aldea de Haari. Los mares estuvieron en calma. La recolección era abundante, y la caza y la pesca, mucho mejores que antes. Las dos tribus vecinas, con quienes no compartían muy buena relación, fueron derrotadas cada vez que atacaron el poblado, y finalmente, se estableció la paz.


Sin embargo, no duraría mucho. Los grandes guerreros de la tribu habían aceptado a Yo'lou entre los suyos, y Yo'lou, orgulloso y contento, ahora caminaba con la cabeza alta, vestido con capas de pantera y llevando las mejores armas de piedra. Rokkar asistía en el combate a Yo'lou, y su presencia en él, al igual que fuera de la batalla, había dotado al joven de una gran seguridad en sí mismo de la que siempre había carecido. Los que se reían de él antaño, ahora le trataban con respeto. Y el respeto fue mayor cuando Malai, el mejor guerrero y uno de sus detractores, cayó enfermo tras una terrible pelea con Yo'lou. En ella, sólo se intercambiaron palabras y algunos golpes. Y fue Malai quien derribó a Yo'lou. Sin embargo, los espíritus parecían castigarle, y yacía en su cabaña presa de la fiebre.


Zul'talar nada pudo hacer. No sirvieron los sacrificios a los espíritus ni las infusiones de mojo, no sirvieron los rituales ni los cánticos, los amuletos ni los tótem. Malai se consumía.

- No es voluntad de los espíritus - había dicho su padre entonces - He visto en Malai una sombra de aire y deseos oscuros que le asedian, procedentes de una maldición poderosa y antigua.

Y Zul'talar se marchó. Se marchó a la selva, en busca de la sabiduría de los Loa, buscando respuestas a aquello que aquejaba a Malai.

En su ausencia, los cinco grandes guerreros restantes comenzaron a decaer. Sus fuerzas mermaron, hasta que sólo Yo'lou el orgulloso quedaba en pie y dominante, como el único capaz de liderar a los trol. Desafió al Jefe Amanshi y le derrotó. Cortó su cabeza y devoró su cuerpo, dando parte de él al tigre Rokkar, apiló sus huesos junto a la cabaña y buscó a su hijo para darle muerte. Pero Aman'gol, hijo de Amanshi, huyó y se ocultó en la selva.

La barbarie y el poder de Yo'lou crecían día a día. Cuando algo no sucedía como él esperaba, su ira se mostraba, o la tormenta y el fuego despertaban aquí y allá. Todos le temían, y creían que los dioses se ofendían cuando Yo'lou era ofendido. Por eso, la tribu entera se sometió a Yo'lou, quien rompió las alianzas con las aldeas cercanas y atacó, arrasándolas y perdiéndose muchos grandes guerreros en aquellos combates, de uno y otro bando.

Y entonces regresó Zul'talar. En cuanto volvió, Yo'lou le recibió junto al tigre blanco, altivo y vestido con las pieles de cien panteras, engalanado como un rey. El resto de los habitantes del poblado, entre quienes se encontraba Haari, aguardaban tras él, asustados y confusos.

- Has vuelto. Proclámame, médico brujo - exigió Yo'lou - Proclámame como Jefe y Señor, según las viejas costumbres.

Entonces, Zul'talar asintió.

- Dame tu hacha - pidió - para que pueda bendecir tus armas con los ritos de los Loa.

Yo'lou le tendió el arma, y cuando la tuvo en su mano, Zul'talar la levantó en una mano, el báculo en la otra. Pronunció unas palabras, y el orgulloso Yo'lou comenzó a corretear en un revuelo de plumas blancas, transformado en un simple polluelo. Zul'talar hizo descender el hacha y decapitó al pollo de un solo golpe. El cuerpo de Yo'lou apareció, cubiertas de sangre sus vestimentas, y su cabeza rodó hasta los pies del tigre.

- Este guerrero ha traído la maldición a nuestra tribu - dijo Zul'talar a los demás - Ahora que ha muerto, me encargaré de sellar al djinn y enviarle lejos de nosotros.

Haari jamás olvidaría el ritual. Estaba grabado a fuego en su memoria. El tigre blanco, atado, se revolvía sobre el altar, y su padre disponía los tótem alrededor. Las antorchas brillaban en la noche. Estaban solos, ellos dos y el enorme tigre.

- ¿El animal está maldito? - preguntó ella a media voz, mientras removía la mixtura del cuenco sacramental. Zul'talar negó con la cabeza.

- No es un animal, Haari. Es un djinn.
- ¿Qué es yinn? ¿Son espíritus malignos?
- No, Haari. No son espíritus. Son descendientes de espíritus malignos, eso sí... pero nacen del vientre de las ossi por la semilla de los espíritus del aire y la tormenta.

Haari frunció el ceño, escuchando.

- Pero, ¿no son buenas criaturas las hadas? - preguntó, usando la palabra adecuada.
- Lo son. Pero a veces, su soledad es insoportable y llaman a los espíritus del aire. Ellos les ponen en el vientre la semilla, y entonces nace el djinn.
- ¿Es una criatura maligna, este djinn? - volvió a preguntar Haari. Tenía la mirada fija en el tigre, que parecía hermoso y tranquilo, algo indiferente, allí tumbado y atado.
- No es buena ni es mala. Puede maldecir y bendecir - le explicó su padre a media voz, mientras terminaba de disponer los objetos para el ritual - Puede hacer daño o puede otorgar dones. Depende de su temperamento o de aquel a quien sirve. Este djinn servía a Yo'lou, y trajo la desgracia a nuestro pueblo. Con Yo'lou muerto no podemos matar al djinn, porque sólo él podría hacerlo. Pero le sellaremos en el tótem y nos desharemos de él.

Cuando Zul'talar comenzó con los cánticos, Rokkar ni siquiera se movió. No opuso resistencia cuando los fuegos se apagaron, apenas un gruñido suave. Haari sentía sus ojos plácidos, algo tristes, fijos en ella. Después, la criatura se desvaneció y se convirtió en una masa de aire coloreado, con forma semi humana, brazos, piernas, tronco y rostro, y al fondo del rostro, la misma mirada nostálgica. Entró en el tótem hueco a una orden de Zul'talar.


Sí, Haari había visto todo aquello. "Guardaos de las zarpas del aqir, de la ira de los Loa y de la magia del djinn", le había dicho su padre entonces, cuando arrojó al mar a Rokkar, "porque su maldición es terrible y su bendición siempre tiene precio, porque son poder e impotencia, y aunque dicen ser siervos de sus amos, también sus amos son siervos de ellos."



Aquella noche, mientras el campamento se recobraba del ataque, el desierto estaba sereno, y la mirada de Haari, la Zulfi y líder de Mueh'zala Atal, seguía al joven Iryë mientras éste ayudaba a apilar los cadáveres y a reunir combustible para el fuego. Le vio sonreír cuando Ashra pasó a su lado, le vio agarrarle de la capa, vio su expresión devota mientras le seguía, con los ojos rosados brillando suavemente.

Y recordó cómo el elfo le había liberado de sus grilletes. Y recordó que nadie más, entre todos los cuerpos que vieron aquella noche en Frondavil, ni uno solo, tenía cadenas en las manos.

Solamente Irye.

- Ashra... no sabes lo que has hecho - murmuró.

Aquella noche, rezó a los espíritus por su amigo y compañero. Fabricó amuletos para él, y meditó sin descansar, buscando, igual que antaño hiciera su padre, un modo de liberar a Ashra de su propio error.

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