miércoles, 16 de noviembre de 2011

14.- A través del desierto

Era una noche sin estrellas. Los fuegos del campamento quedaban ya muy atrás. El viento movía las arenas plateadas y la Luna observaba con atención: un único ojo que nunca parpadeaba. Entre la vasta extensión desierta, las dos figuras parecían diminutas; dos náufragos en el mar de dunas que avanzaban despacio con el susurro de sus propios pasos haciendo eco en sus oídos.

Irye tenía que caminar deprisa para mantenerle el ritmo a su Ashra. Por cada par de sus pasos rápidos y cortos, él daba una zancada con sus largas piernas. Irye contaba los pasos. Miraba sus botas. Observaba la huella que dejaba en el camino al levantar el pie.

Ashra caminaba más largo que él, pero le llevaba de la mano. Eso era bueno, porque quería decir que no iba a dejarle atrás a pesar de eso.

El elfo llevaba puesta la armadura de cuero y malla, los sables a la espalda y el fardo con sus pertenencias colgando de una correa al hombro. Irye había hecho un hatillo con las pocas cosas que había querido conservar y lo guardaba bajo el brazo, apretado contra el pecho. No había preguntado nada cuando Ashra le dijo que cogiera sus cosas. No hizo caso a las discusiones ni a las conversaciones alrededor. Tampoco a la tensión que percibía. Obedeció sin más.

Ahora, en cambio, si preguntó.

- ¿Por qué nos vamos?

La mano de Ashra era muy cálida. Cubría la suya con firmeza pero sin estrujarle. Le daba seguridad, le hacía sentirse protegido.

- Nos vamos de vacaciones.

Irye frunció el ceño. Luego miró a Ashra. Estaba serio, pero no enfadado. Intentó adivinar si estaba triste. Pero su voz había sonado tranquila, muy tranquila. "Es la melancolía", escuchó que decía el viento del desierto, "es la melancolía".

La luna lamía las ruinas trol que se recortaban a lo lejos. Arrancaba un brillo espectral a las torres de agua que se dibujaban en sombra sobre la sombra de la noche. El cielo del desierto era muy ancho y muy profundo, sus arenas parecían no tener fin. Pero a Irye no le daba miedo el desierto, ni la Luna que miraba fijamente, le parecían bonitos.

- ¿Qué son vacaciones? - preguntó con timidez, alzando las cejas.

Ashra se detuvo. Su zancada marcó una huella en la tierra y su pie se quedó dentro de la huella. Luego volvió el rostro hacia él, mirándole con curiosidad. La miel que tenía en el pelo se le derramó por los hombros y sus rasgos se distendieron, parte de esa pena - es la melancolía, la melancolía, decía el viento - se diluyó en su semblante.

- ¿No sabes lo que...? Bueno, claro - Irye nunca había ido a una academia. Tampoco a un templo -. Pues vacaciones es un tiempo para descansar.

La voz de Ashra se suavizó aun más. Se acuclilló delante de él para colocarle bien la capa y cerrarle las prendas. El viento les agitaba el pelo.

- ¿Es como la siesta?

Irye miraba a Ashra. Su pelo que se movía, los ojos azules y profundos. Brillaban con una luz que tenía dentro, un puntito blanco y destellante, como una estrella en miniatura.

- No, no es como la siesta - rió el elfo, relajándose más - se trata de varios días. Cuando uno está trabajando, en un ejército o en el campo, labrando la tierra... o cuando uno está instruyéndose en lecciones, en algún momento, tiene unos días en los que no hay ninguna obligación.

Le resultaba fascinante esa lucecita, y el calor que había en sus palabras. Su voz era como una manta. Sus dedos grandes eran ramas de árboles, y se movían sobre su ropa, abrigándole. Ashra le había salvado cuando mataron a todos. Ashra le quitó las cadenas. Y luego le cuidaba todo el tiempo. Eso le hacía sentir algo raro, como si tuviera algo vivo dentro del corazón, un pollito tembloroso o algo así.

- ¿Y uno se va entonces? - preguntó, intentando entender.

Ashra asintió. No había vuelto a erguirse para quedar más a su altura y poder hablarle mejor.

- Uno puede quedarse, o se va a hacer un viaje. A la playa, quizá. O a los bosques.

Irye se tocó la punta de la nariz con el dedo y después asintió. Dudó un momento, cambiando el peso de pie.

- ¿Y dónde vamos nosotros?

Ashra le miraba. Sus ojos se habían vuelto dulces. Su expresión también. Le pasó una mano grande y ancha por el cabello enredado al chico, luego le limpió un tizne invisible de la mejilla con los dedos. Después le rodeó con los brazos y le levantó como si no pesara nada, cargando con él y con su pequeño hatillo.

- ¿Dónde te gustaría ir?

Irye se encogió de hombros y negó con la cabeza.

- No lo sé. ¿Dónde te gustaría a ti?

Ashra negó con la cabeza también.

- No lo he pensado. Lo podemos decidir por el camino, ¿vale?

- Vale - Irye le echó los brazos al cuello y apoyó la mejilla en su hombro - ¿Cómo sabías que estaba cansado?

Ashra no respondió. Durante un rato, siguieron avanzando en silencio. Irye quería contar estrellas, pero no había, así que dejó la cabeza recostada entre los cabellos de Ashra y contó sus pasos, escuchando el susurro de sus botas entre la arena, hasta quedarse dormido.

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