jueves, 27 de enero de 2011

13.- Lo bueno y lo malo

- No es bueno para tí.

Las estrellas brillaban en el firmamento despejado de Tanaris. La hoguera se había apagado, la historia había terminado y los mercenarios montaban guardia aquí y allá. Otros dormían en sus tiendas de lino, resguardados en las ruinas de un viejo asentamiento trol al que llamaban Lunasur. Allí, el viento no azotaba sus rostros con tanta vehemencia y la arena que se arremolinaba permanecía lejos, más allá de los parapetos de piedra. En un rincón, algo apartados de los demás, Irye y Ashra se habían envuelto en las mantas. El chico estaba dormido sobre las piernas del elfo como un cachorro, y el quel'dorei tenía la armadura aún puesta y un sable a mano, como era habitual en él. El cuero remachado se ceñía al cuerpo alto y flexible, y los fieros rostros de lobo de las hombreras miraban a ambos lados con ojos de fuego. La cabeza del muchacho reposaba en un hueco del brazo del mercenario. Tenía los párpados cerrados.

Haari estaba arrodillada frente a Ashra. Le hablaba en un susurro, mirándole directamente a los ojos. Los de él la observaban, azules y gélidos.

- ¿Por qué dices eso? - replicó tras largo rato el elfo.
- Está...
- Maldito

Ashra terminó por ella. Sus voces eran murmullos suaves en la luz de la noche. El elfo del cabello claro estaba pegado a la roca, en la sombra. Sobre Haari caía toda la plata del cielo como una cascada, arrancándole destellos a su piel, a su cabello, a los adornos de su capa.

- Sé que piensas que todos lo estamos, Ashra - prosiguió ella - pero esto es algo que casi puedo tocar. Está maldito, hay algo antinatural en él.
-Supongo que es lógico. Teniendo en cuenta dónde le encontramos. Quizá está enfermo - repuso él, los dedos deslizándose por los cabellos extraños del muchacho - Quizá su alma necesita sanar.

Haari meneó la cabeza. Era muy difícil intentar hacerle entender lo que sentía en lo profundo de su espíritu, esa inquietud tan violenta en lo que respectaba al muchacho. Además, había algo en la postura corporal de Ashra, en su manera de mantener al chico sujeto cerca de él, de rozarle con las yemas, que le hacía temer que ya fuera tarde para muchas cosas. ¿Como podía mostrarle lo que ella veía?

- Y, ¿eso es lo que quieres? - preguntó de nuevo la Zulfi, en un susurro muy leve, algo apremiante - ¿Sanarle? ¿Curar su alma?
- No soy sanador.

Un destello virulento cruzó por las pupilas azules de Ashra. Haari asintió, moderando su tono. Aquel elfo era su amigo, era más que eso. Confiaba plenamente en él. Nunca habían hablado mucho, él no poseía demasiadas palabras al parecer, y ella era más amiga de la acción que del decir. Y sin embargo, se habían arriesgado el uno por el otro. Se habían protegido, habían luchado codo con codo, y esas cosas tienden lazos, cintas que se anudan y crean vínculos. Las personas se conocen. Y Haari sabía que si Ashra se ponía a la defensiva más de lo que ya lo estaba, no habría nada que hacer. Por el momento, al menos, la escuchaba. Y encontró la palabra clave, la manera exacta de abrirse camino.

- Estoy preocupada - dijo, colocando las manos sobre la arena y agachando la cabeza un tanto - Explícamelo. Me gustaría que lo hicieras.

Ashra suspiró, se apartó un mechón de cabello del hombro y asintió, removiéndose y estrechando al chico dormido, cubriéndole con la capa como un padre que arropa a un hijo. Su voz se dulcificó cuando respondió a la trol.

- No sé si puedo, Zulfi. Al principio le traje por piedad. No podía dejarle allí.

Haari bajó la mirada hacia las mejillas blancas de Irye. Su respiración era pausada. Los rizos negros y rojos se descolgaban sobre la manga de cuero negro del mercenario, como hiedras coloreadas, como algas en una ruina submarina. Bajo las espesas pestañas oscuras, Haari adivinaba los ojos rosados y opacos, los dos ópalos vacíos de un ser sin alma... pero que había visto destellar en ocasiones con sentimientos imposibles en un ser así, probablemente en una imitación intencionada y cruel de las emociones auténticas con el objetivo de embaucar a su víctima.

- Pero no has querido dejarle en ningún lugar... quieres tenerle contigo todo el tiempo - dijo ella con suavidad - ¿No crees que estaría mejor en Theramore, por ejemplo? Allí hay elfos de los tuyos. También hay humanos, y nacidos-de-los-dos.

- Irye no quiere irse. Y yo tampoco quiero separarme de él.
- Has dicho que no eres sanador, tienes razón. No lo eres - insistió ella, probando otra vía - Si crees que el chico puede curarse el alma, ¿no deberías dejarle en manos de quien pueda ayudarle?

Ashra sonrió a medias, una sonrisa sesgada y algo ácida.

- ¿Y quién me cura a mi, Zulfi?

La trol pestañeó, sorprendida. Luego entrecerró los ojos y se inclinó hacia él.

- ¿Cómo? ¿Qué te ocurre? ¿Es que estás enfermo?
- No entiendes - Ashra meneó la cabeza y desvió la mirada hacia el desierto. Los ojos azules se tiñeron de amargura - Has empezado diciendo que Irye no es bueno para mí. Así has comenzado a hablarme. Pero no sabes nada. ¿Como puedes juzgar tú lo que es bueno o malo para mí? Me está sanando, y tú no te das cuenta. Me está sanando más de lo que lo ha hecho nada... nunca.

Haari apretó los dedos sobre la toga. Un fuego de rabia líquida le trepó por la garganta, y miró al chiquillo dormido un instante, maldiciéndole para sus adentros y deseando íntimamente estrangularle y arrojarle a una zanja. Qué bien había trabajado el djinn. Astuto como una víbora. Había encontrado las heridas secretas de Ashra y se había filtrado por ellas como bálsamo, y ahora... ahora su amigo pensaba que ese crío le hacía bien.

- Ashra, a veces... - hizo una pausa. La situación era grave, tenía que proceder con cuidado - A veces, la gente desesperada, que necesita protección, como este chico... puede ser manipuladora y jugar con nuestros sentimientos... quizá lo que hoy te parece dulce, mañana se pudra sobre tu lengua, Ashra.

El elfo arqueó una ceja. Luego su sonrisa se ensanchó y se rió entre dientes, de nuevo una risa irónica y vieja, seguida de un suspiro. La arena espejeaba bajo la luz de la luna, y las estrellas rutilantes se reflejaban en los ojos azules del quel'dorei, a la sombra del muro.

- No creas que no lo sé. No creas que soy idiota. Otros frutos se han convertido en ceniza entre mis dedos, sé como es el mundo, cómo es la gente y cómo es la vida.

- ¿Entonces qué te ocurre, no te das cuenta de lo que te está haciendo? - Haari casi alzó la voz, inclinándose hacia adelante para enfrentarle más directamente - Te está encadenando, se está aprovechando de tí. Deshazte de él. Por el bien de los dos, y por el bien de todos.

Haari respiró aliviada cuando al fin lo soltó, mordiéndose la lengua para no decir más, no decir aquello que Ashra jamás creería y que destrozaría toda su argumentación: la verdad pura y sencilla. Que el chico era un djinn y que era peligroso. Suelto o encadenado, era como llevar un áspid enredada al cuello. La mirada del mercenario era la misma, no se había endurecido y estaba mirándola casi con nostalgia.

- Haari...
- Estoy preocupada de verdad, Ashra. - insistió - Estás haciéndote daño, aunque no lo veas. Estás abrazando veneno, y algún día te hará enfermar. No hoy ni mañana.
- ¿Acaso no te has aprovechado tu también de mi?

La trol frunció el ceño y dejó caer la cabeza hacia adelante. Desolada y agotada. No lo iba a conseguir.

- No más que tu de mí - susurró con suavidad.
- Así es la vida. Él se aprovecha, pero yo también de él, saco beneficio, y también Irye. Esto no es nada nuevo. Sé lo que hago. Y no es asunto tuyo, en cualquier caso.
- No es lo mismo.

Haari alzó la cabeza, incorporándose, y no dijo más. Los ojos azules tenían una advertencia soterrada, más allá del sincero afecto que le transmitían.

- No, no es lo mismo - acordó él - Esta vez me estoy beneficiando más. No te haces una idea de cuánto... y de lo que significa para mí.

La zulfi se estremeció cuando un viento gélido le rozó la nuca. Un susurro misterioso se deslizó en sus oídos, imágenes, presentimientos y palabras que los espíritus estaban volcando sobre ella mientras contemplaba la sombra en la sombra del muro, al elfo de ojos penetrantes cuyo semblante se desdibujaba en la oscuridad, cuya mirada era el corte afilado de un cuchillo. Casi lo sintió en la carne, y una profunda pena se abrió en su corazón.

- Comprendo.

Las colas de zorro se agitaron cuando el aire se embraveció. Haari se arrebujó en la capa. Echó una última mirada a la figura de Irye, envuelta por los brazos de su protector, y se giró para regresar al campamento. La luna la miró con su ojo pálido, y en ella vio reflejadas las visiones que le habían traido los espíritus.

"¿Seré lo bastante fuerte como para cumplir con mi parte?", se preguntó. Aquella noche, dispondría los tótem y buscaría a los Loa para pedirles que la confortaran. Haari tenía miedo, y ni las estrellas más brillantes ni los abrazos del más cercano amigo podrían limpiarlo del todo de ella, pues seguiría teniéndolo por mucho, mucho tiempo.

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