Cráter de Un'Goro, anochecer
Delamort y Beriel. Les miró, tendidos en el suelo, arrastrándose, mientras aún resollaba con fuerza. Tenía las armas en las manos, los dos sables. La sangre goteaba sobre el suelo. La sangre de sus compañeros, Delamort y Beriel.
- ¿Por qué?
Beriel, ladeándose, trató de mirarle desde el suelo. Su rostro quemado, ahora además estaba cubierto de sangre. Algunos de sus dientes brillaban como conchas marinas en el barro. Estaba lloviendo.
- ¿Qué... demonios te pasa, Ashra? - farfulló, llevándose la mano al costado. Aún tenía los pantalones bajados. Su miembro fláccido estaba sumergido en el charco.
- No hemos hecho nada que TU no hagas - escupió Delamort. Se sujetaba las tripas. Se le estaban saliendo.
Bheril aguantó la respiración. La sangre le ardía, le quemaba. La furia gritaba en su cabeza, chillaba con el agudo grito de los jabalíes, le nublaba la vista. Volvió la mirada hacia el chico.
Iryë estaba en el suelo, encogido y abrazándose las rodillas. Tenía el pelo sucio, los ojos rosados, vacíos, mirando a la nada. Sangraba por la nariz y tenía marcas de golpes. Su ropa estaba junto a él, manchada de barro. Se metía los dedos en la boca para provocarse el vómito, temblando. "No hemos hecho nada que tú no hagas".
- Estaba gritando. Dijo que no. - replicó a duras penas, como única explicación, mirando a los dos hombres heridos. Aún tenía su sangre en la mejilla. - Lo gritaba, le escuché.
- Dioses, me muero... - Delamort vomitó sangre, intentando meterse los intestinos en su lugar.
Le habían visto llegar. Se estaban riendo. Les había visto. Les había visto, y ellos a él, le vieron alzar las armas y dijeron "no, no", igual que el grito de Iryë, con la misma desesperación. "No hemos hecho nada que tú no hagas". No tenían ni idea.
- Miradme a los ojos.
- No, Ashra, maldita sea, somos tus compañeros, ¡Solo ha sido un maldito accidente! - Farfulló Beriel, alargando la mano hacia su daga.
- No conozco a nadie que viole niños por accidente. ¿Vuestras pollas se os cayeron dentro sin querer? Miradme a los ojos, desgraciados.
Delamort iba a morir de todos modos, quizá sabiéndolo, buscando un rápido fin, se levantó y dio dos pasos hacia Bheril. Los sables silbaron, Beriel gritó y un chorro de sangre caliente le roció el rostro. El cuerpo del humano gordo cayó al suelo con estrépito, hundiéndose a medias en el fango y quebrando las ramas a su paso.
Beriel empuñó la daga y trató de apuñalarle. Le dio una patada en el pecho y fijó su mirada en la mirada oscura y aterrada del mercenario. El movimiento fue rápido, como el aguijón de un escorpión. Le atravesó el corazón y sacó el sable, dejando que la lluvia lo lavara.
Delamort y Beriel. Hijos de mala madre.
Observó sus cadáveres y escuchó el gruñido lejano del gran reptil, vio dibujarse su sombra tras el verdor difuso de la jungla. Limpió los sables en las hojas tropicales y los enfundó, restregó la lluvia sobre su rostro y sus manos para eliminar los restos de sangre. Luego se dio la vuelta y cargó con el chico y sus ropajes. Estaba helado. Los ojos rosas le miraron, vacíos.
- No quería - susurró el muchacho. - Esta vez, no. Ya no quiero con nadie más, estoy harto.
Los brazos se enredaron en su cuello como algas húmedas, y Bheril tragó saliva. Le cubrió con su capa y echó a andar a través de la selva. Los raptores pronto acudirían a dar cuenta de los cadáveres. Si Mueh'zala Atal encontraba los restos de sus compañeros...
- Iryë, si nos preguntan, no sabemos nada.
El chico asintió, con el rostro enterrado en su pechera.
- Vale. Los accidentes pasan.
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